Comercio y Negocios

Un crecimiento prometedor

Durante los primeros meses del año, la vida política de Romano Prodi pareció más una vuelta perturbada en una montaña rusa que una ronda corriente por la sólida administración de un gobierno europeo maduro.
Therese Margolis

En el transcurso de apenas dos semanas, el primer ministro italiano entregó su renuncia en febrero pasado, después de que su apoyo al régimen de George W. Bush le costara un voto crucial en el parlamento nacional y regresó al poder tras consultas cotejadas con el presidente Giorgio Napolitano y una nueva galanteada del Congreso.

Visto desde afuera, el bullicio de la renuncia y reincorporación de Prodi parece poco más que un ejercicio fútil en el eterno manejo histriónico que define la política italiana, razón por la cual las reformas serias en la economía nacional han sido tan difíciles de realizar.

Sin embargo, el episodio de “que-sí-que-no-que-sí” tuvo consecuencias reales importantes para el país. En primer lugar, dejó claro a Prodi y su gabinete que ya no podrían sobrevivir indefinidamente sin el apeo mayorista del Senado italiano.
Ya era hora de buscar un consenso dentro de la casa mayor, pues de lo contrario, el primer ministro latino podría terminar desempleado de verdad.

La crisis política breve sirvió como un arrebato para la coalición centroizquierdista para buscarse y unirse, por lo menos en ciertos temas, tales como la liberación de la economía y la modernización del sistema de transporte y comunicación. No obstante, hay que reconocer que dichas reformas no van a ser nada cómodas.

Costumbres y hábitos Históricamente, Italia es un país de costumbres, y ciertos hábitos no se deshacen fácilmente, ya que la burocracia antigua está sumamente arraigada a la vida cotidiana y política.

Hasta hace poco, era imposible cortarse el cabello en lunes, cerrar una cuenta de banco sin pagar una penalidad fuerte o vender un coche usado sin un contrato tortuoso escrito por un notario.

Estos reglamentos arcaicos, irritantes y costosos han debilitado en forma sustancial el crecimiento del país, y sin un cambio trascendente de este laberinto burocrático, Italia quedará entre los menos exitosos del club europeo.

Todo dependerá de que si Prodi puede seguir con su débil sustento de una coalición que parece estar amarrada por un hilo de seda y que puede, en cualquier momento, volver a deshacerse.

Los retos para su gobierno serán más competencia, una buena regulación, la reducción de precios y menos —mucho menos— burocracia. Si lo logra, será el principio de un gran avance para una nación notoria por su protección de profesiones y servicios industriales al costo del consumidor.

Crecimiento prometedor
Según un estudio realizado por analistas internacionales del Banco Mundial, la liberalización de la economía podría resultar en un incremento de 3.5 por ciento en el Producto Interno Bruto (PIB)
italiano, un importante ímpetu para una nación clasificada en el cuadragésimo lugar en tanto a competitividad.

Y hasta la fecha, el panorama ha sido positivo: Las medidas novedosas puestas en marcha en los últimos seis meses han empezado a dar frutos.

En 2006, la economía italiana registró su mayor crecimiento en seis años y el sector manufacturero ahora representa apenas 23 por ciento del PIB nacional, comparado con 33 por ciento en 1980.

Actualmente los servicios representan 69 por ciento de la economía, y la apertura del sector de servicios no sólo beneficia a los consumidores, también reduce la dependencia italiana de exportaciones tradicionales como son los textiles, el calzado y los bienes de capital.

En el espectro bajo, es difícil para Italia competir con los precios de Asia, donde la economía de escala y otros factores han rebajado los costos de producción.

La expansión del sector de servicios ha ayudado en la diversificación y modernización de la economía italiana, así como en la eliminación de los monopolios, la baja de precios y el incremento de ingresos disponibles.

El resultado final es una economía más ágil y en crecimiento. Sin embargo, todavía hay barreras severas en el camino de la reforma italiana. El país necesita mejorar en forma sustancial su infraestructura de transporte y efectuar medidas de seguridad en el sur de la nación, donde el crimen organizado todavía predomina.

Estas medidas, sin duda alguna, mostrarán ser más difíciles de llevar a la práctica por la coalición de Prodi en un parlamento que desconfía de su política progresiva hacia los sindicatos de trabajo (ha tratado de
limitar las protecciones vitalicias del trabajador) y su posición liberal en tanto a las uniones matrimoniales (ha defendido los derechos de las ligas de parejas no casados y homosexuales).

Puede ser que Prodi ya sobrevivió el peor brinco de su vuelta en la montaña rusa, pero queda claro que su paseo en el juego de feria todavía no termina.

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