Cultura

Las esculturas ocultas del Louvre

Sin duda, uno de los más grandes museos del mundo que guarda tesoros del arte universal de todos los tiempos es el Louvre y que me disculpen tan atrevida aseveración otras pinacotecas también importantes por sus ricas colecciones (en su mayoría de su arte local) como el Del Prado, el Kunsmuseum o el Británico, ya que el Museo del Louvre, por el contrario, custodia expresiones del hombre desde tiempos ancestrales, reitero, representativas de las más variadas culturas y esto lo hace diferente, trascendente e influyente.

Esto que se ha ido forjando a lo largo de ocho siglos y entre otros causales y casuales se debe posiblemente a que Francia siempre ha sido receptáculo y vértice del arte y artistas venidos de todos los rumbos, quienes han desarrollado importantes movimientos artísticos en su seno. Y me atrevo a pensar, además, que el arte francés en sus respectivas etapas, siendo importante, no alcanzó nunca los niveles del griego, chino, español, italiano o flamenco, por ello todos los personajes que han intervenido en la integración del Louvre atendieron a dotarlo de esa multiplicidad de conceptos y orígenes.

Deambulando por los corredores del Louvre (durante mi enésima visita), en las primeras salas y entrepiso, que siempre pasaba yo de rapidito, en esta ocasión reparé que además de esa diversidad de orígenes, el museo guarda en sus recintos una interesante variación de conceptos artísticos, técnicos y estilísticos que lo enriquecen aún más: Dibujos, gráficas, cerámicas y pinturas de más de un millar de autores y muchas obras anónimas, y que, por supuesto, el Louvre no es sólo la célebre “Gioconda” de Da Vinci, el “Autorretrato” de Rembrandt o alguna pieza también afamada de Fray Angélico, Tiziano o Rubens, sino que además custodia una rica colección de arte escultórico da casi tres mil piezas de todas las edades y culturas, algunas de origen egipcio, las más antiguas del museo, que datan de 3100 años a.C. y otras como las más famosas: “La Venus del Milo” o la colosal “Victoria de Samotracia”.

Este descubrimiento para mí fue una grata experiencia que disfruté plenamente y que he querido compartir en un breve repaso virtual y pequeña muestra visual, que requerirá de dos partes, con el fin de que en su próxima visita al Louvre, fije su atención en estas colecciones escultóricas, con mayor precisión e interés, porque por su antigüedad, belleza y trascendencia, las esculturas del Louvre merecen un espacio aparte.

Ya que hablamos del arte egipcio y siendo su origen el concepto utilitario y religioso, en la primera planta, en las salas 23 y 30 no podía faltar una “Esfinge” esculpida en granito rosa que simboliza la imagen viviente del faraón con su característica simbiosis del hombre y el animal.

En la planta Sully, salas 14 y 17, me impresionaron la colección de sarcófagos exhibida, en especial el “Sarcófago del canciller Imeneminet” de antigüedad indefinida, realizado en tela aglomerada con estuco y ricamente pintada con las tradicionales formas simétricas y magistral policromía de este tipo de arte. Destaca por igual la obra “La diosa Hathor acoge a Sethi I”, una estela en relieve, tallada en piedra caliza y pintada.

También le sugiero localice una colección de estatuillas en pequeños formatos realizadas en barro cocido y arcillas, piezas con las características figuraciones estatuarias de la época y la región del Nilo que comúnmente eran adosadas a las tumbas de los dignatarios.

Dentro de las más exóticas piezas egipcias están una barca tallada en madera policromada, una pequeña cucharilla de afeite de 1400 a.C., tallada en madera de dinámica configuración y una pequeña loza azul que simboliza “El hipopótamo” representando el mal y los peligros que el difunto debía sortear en su ruta a la eternidad. Cualquiera de estas ancestrales piezas podría identificarse en pleno tercer milenio como arte contemporáneo.

En el ala Richelieu, salas 3, 4 y 8, puede encontrar diversas muestras del arte del Islam traspasado a otras regiones distantes como la India y España durante el dominio mozárabe, para muestra, entre otras piezas se exhibe una bella pieza cordobesa: “Copa del caballero halconero” delicadamente realizada el siglo XIII, en cerámica en relieve o un cuenco “Baptisterio de San Luis” de origen sirio labrado en latón, plata y oro en relieve, denominación que se deduce arbitraria por no tener nada que ver con ese santo varón.

De los imperios asirios y persas el Louvre exhibe obras de gran factura como “El friso de los arqueros”, un conjunto de ladrillos en relieve esmaltados instalados en el 510 a.C., en el palacio de Darío en Susa, capital del imperio persa.

Observé dos piezas que me parecieron muy importantes desde el punto de vista del dominio de la técnica de sus autores, una pieza babilónica de más de dos metros de altura: “Estela de Hammurabi” (1760 a.C.) en basalto negro y una pequeña estatua: “Gudea con el jarrón que brota”, tallada y esgrafiada magistralmente en piedra dolerita vidriada, muy dura también. En ambas piezas él o los autores hacen gala de la talla lograda en un duro material pétreo.

Pero la pieza más significativa de estas culturas es la gran escultura de 4.40 metros, realizada en alabastro y denominada “Toro androcéfalo alado” perteneciente al palacio de Sargón II en el actual Irak cuya antigüedad data del 700 a.C.

Por supuesto que la escultura alcanzó y ha mantenido sus más altos niveles de grandeza en manos de artistas griegos, etruscos y romanos y en una pinacoteca como el Louvre no podrían faltar un buen número de piezas representativas de estas culturas, las que requerirían un volumen especial para narrarlas visualmente, pero como tenemos poco espacio me limitaré a destacar sólo algunas que me impresionaron mayormente.

No cabe duda que los museógrafos del Louvre saben su negocio, imagina o recuerda la magnificencia que le otorgaron a la “Victoria de Samotracia” dándole visualmente mayor grandeza al colocarla en la parte superior de las grandes escaleras del entrepiso, esta pieza es magna también en su manufactura ya que siendo una representación en forma femenina colocada sobre la proa de una galera, su tamaño es colosal (3.28 m) y el tratamiento escultórico es tan exquisito que se siente la transparencia de los ropajes sobre el cuerpo mojado de la protagonista.

Otra muy famosa: “La Venus del Milo” o de las islas Melos en la vieja Grecia, siendo un símbolo del arte clásico es en realidad una variante de la “Afrodita desnuda” de Praxíteles, sin embargo en lo personal, escultóricamente pude observar muchas estatuas o frisos de más calidad en cuanto a su talla, como la placa de las “Argastinas de las Panateneas” perteneciente al Partenón, labrada en mármol por manos anónimas hacia el 430 a.C. y otras piezas de las tres etapas exhibidas: la primaria, la del mayor esplendor y la tardía y se caracterizan por sus conceptos funerarios y estatuarios, por ello este museo guarda decenas de retratos de diversos personajes, muchas piezas tratadas con alta calidad y singular belleza como un “Sarcófago monumental” de Salónica en mármol que data del año 180 de nuestra era, pero lo que verdaderamente me impresionó fue una pequeña escultura en bronce: “Vieja agachada” que no obstante 2,500 años de antigüedad parece una expresión contemporánea.

De la colección etrusca destacan “El león alado” de la región Vulci, piedra volcánica tallada a mediados del siglo VI a.C. y la “Urna Cineraria” creada en alabastro en los talleres de Volterra en el siglo II a.C.

El Louvre agrupa esculturas de etapas más actuales clasificadas en colecciones de diversas naciones europeas, de Francia de la Edad Media, Renacimiento y de los siglos XVII y XVIII, incluyendo piezas recepcionadas de la Academia Real y hasta algunas del siglo XIX, piezas en las cuales se hace patente el romanticismo imperante a partir del Renacimiento traspasado a Francia, tallas monumentales en mármoles en honor a gestas heroicas, mandatarios y grandes personajes de las épocas entre las más bellas están la obra renacentista “La Resurrección” de Germain Pilon, un avanzado concepto modernista digno de ser analizado, también “El Pastor Flautista”, un mármol de Antoine Coisevox ubicado en el patio y dos piezas de la Academia: “Gladiador moribundo” de Pierre Julien y “Un río” de Jean Caffieri, sensacionales.

Italia por supuesto también está representada en el Louvre con diversas piezas de los siglos del XV al XIX y nada menos que con obras maestras de grandes escultores como Miguel Ángel con “El esclavo moribundo”, un mármol inacabado datado en 1544 de gran expresividad y “Ángel llevando la corona” de Bernini, igual de estupendo.

En cuanto al resto de Europa del Norte, en sus recintos, el Louvre custodia obras de gran factura de diversos orígenes como “El retablo de la pasión”, una pieza inconmensurable, tallada en madera y dorada de origen flamenco, “El centauro y la ninfa” del sueco Sergel y una de las más impresionantes esculturas exhibidas en el museo, me refiero a la “Santa María Magdalena”, una madera policromada creada en 1801 por el alemán Gregor Erhart, que impacta por su dramatismo al recibir al visitante a la entrada de una gran salón. En muchos casos la iluminación de las esculturas enaltece sus lisuras y tonalidades albas o remarca con claroscuros las texturas y expresiones de otras piezas.

Pero, amable lector, si se imaginaba que otras culturas remotas, entre ellas las mesoamericanas, no están presentes en este museo, pues se equivoca ya que desde el año 2000 han destinado amplias áreas para presentar 120 obras maestras de las primeras culturas africanas, de Asia, Oceanía y las americanas, que aunque prestadas, los visitantes pueden apreciarlas en el Louvre.

Así, el visitante que acaba de contemplar tesoros de la pintura europea, de la escultura grecorromana o del arte egipcio, sin duda, como yo, siente el mismo choque emocional ante las excepcionales muestras de esculturas totalmente diferentes que podrá admirar en el Pavillon des Sessions.

África está representada por 46 piezas tribales de indudable plasticidad de Nueva Guinea, Sierra Leona, Malí, Nigeria, el antiguo Congo y Gabón; Asia, no el Asia de los grandes imperios que tienen su propio sitio en Louvre, sino el Asia de los pueblos de Indonesia, Sumatra y Pakistán, presenta seis obras; Oceanía proyecta un catálogo de 28 obras representativas de grupos étnicos de Nueva Caledonia, de las Islas Banks y Salomón, las clásicas totémicas de Papúa, Hawai y Tahití, y las culturas americanas están representadas con 34 obras, algunas de Alaska, otras de las Antillas, de la ex Columbia Británica y de tribus canadienses, pero el grueso de esta colección está representada por piezas significativas de las culturas azteca, olmeca, teotihuacana y algunas estatuillas del occidente.

Esta colección ofrece al visitante numerosos tesoros entre los que destaca un asiento ceremonial taíno de las Antillas (1492) sobre el cual se asegura se sentó Cristóbal Colón a su llegada a tierras americanas y una terracota mexicana de Chupícuaro de tal belleza que se convirtió en el símbolo del Museo del Quai Branly y que no obstante sus dos milenios muestra sorprendente modernidad.

Para culminar cabe destacar una expresión más de escultura monumental, obra del arquitecto Ieoh Ming Pei, adosada al centro del patio Napoleón entre los tradicionales palacios que la circundan y que no obstante el rechazo inicial que se presentó, hoy día es un elemento emblemático del museo, me refiero a su famosa Pirámide de Cristal, centro de recepción y distribución del moderno Museo del Louvre que recibe nada menos que cinco millones de visitantes anuales.

No cabe duda que me apasiona la escultura, por ello en esta ocasión quise invitarle a hacer turismo cultural virtual y conocer las esculturas ocultas del Louvre, ¡Gracias por acompañarme..!

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