Cultura

“Me quito el sombrero” ante el “Gran Maestro”

Eulogio Chi Tzel es considerado un Tesoro Humano Vivo de Campeche, gracias a sus más de 60 años de experiencia en la elaboración de los sombreros artesanales

Revista Protocolo

Ciudad de México, 2 de abril de 2020.— Reconocido como uno de los tejedores nacionales por la Secretaría de Cultura, Eulogio Chi Tzel es llamado el “Gran Maestro” de Bécal, ya que mantiene las tradiciones y realiza complicadas elaboraciones de tejido.

Con más de 60 años de experiencia, Chi Tzel ha recibido más de 19 reconocimientos donde destacan un Galardón del Premio Estatal de Artesanías y un segundo lugar en el Tercer Concurso Nacional Fibras Vegetales de México, Tejido y Torcido Artesanal, igualmente es uno de los dos “Tesoros Humanos Vivos de Campeche”; dicho nombramiento es apegado a los acuerdos de la Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco de 2003.

A tan solo dos horas de la ciudad de Campeche, se encuentra el pueblo de Bécal, famoso por ser el lugar donde se confeccionan los sombreros de palma jipijapa, en donde un grupo de artesanos se reúnen en cuevas para fabricarlos, ya que se requieren condiciones de humedad para manejar la fibra de la palma por lo que no se podría realizar al aire libre.

Los sombreros jipijapa tienen orígenes en Ecuador y fueron descubiertos por los españoles en el siglo XIX, en tiempos del virreinato de Nueva Granada, los cuales abarcaban países como: Ecuador, Colombia, Panamá y Venezuela.

Se llaman jipijapa porque así se le nombra a la palma que da vida a la obra de arte, las cuales se abren en forma de abanico, también se denomina así por la región ecuatoriana donde era costumbre la fabricación de los mismos. Sombreros ligeros resistentes al agua y que cubren perfectamente del sol son fabricados artesanalmente en la ciudad de donde se encuentra el pueblo de Bécal, Campeche.

El proceso de elaboración es manual, comenzando con el cultivo y cuidado de la palma para posteriormente cortarla en delgadas fibras. La dificultad para elaborar cada pieza depende del corte de la hoja de palma; una vez obtenida buena cantidad de fibras, la madeja o hilo se hornea para deshidratarla y conferirle su tono marfil, si se desea teñirla, este es el momento ideal.

Fuera del horno, las fibras se cuelgan al sol para secarlas, y logrado esto, se introduce en cuevas y cenotes que los habitantes de Bécal resguardan en sus patios y casas. La finalidad de esta inmersión bajo tierra es brindarle la humedad necesaria para manipular la fibra.

Mientras tejen, los dedos de los artesanos se entrecruzan con velocidad que es imposible capturar la maniobra con la mirada. Por breves periodos despegan los ojos del tejido, pero ello no parece afectar el proceso; sus manos poseen vida propia y continúan el entramado sin errores, sin vuelta atrás; así se comprueba que tejer jipijapa requiere cabeza, destreza, pero también corazón.

Terminada la pieza, se lleva a una prensa especial donde, al calor del hierro y gas, es comprimida por apenas unos segundos hasta lograr la forma final del sombrero.

Un sombrero puede tardar hasta un mes en su elaboración, dependiendo del diseño elegido.

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