Cultura

Príncipe, ídolo, amigo y vecino; así fue el adiós a José José en la CDMX

“Si es la mitad de su cuerpo, llegó la mejor mitad, la que tiene el corazón, porque su corazón es de todos los mexicanos”

José Luis Martínez

Ciudad de México, 09 de octubre de 2019.- Como se esperaba, miles de fanáticos de todas las edades y estratos sociales se volcaron a las calles de la Ciudad de México este miércoles para recibir nuevamente a un ícono de su cultura popular: José José.

Después de varios años de permanecer en una especie de letargo en la memoria de los mexicanos, volvió el ídolo a la ciudad que lo vio nacer y que lo adoptó como uno de sus hijos más queridos, principalmente porque fue alguien que entregó su corazón con todas las personas que lo trataron, en cualquier circunstancia.

Quizá este es el mayor legado en la vida de José José, incluso por encima de su impresionante voz y su capacidad interpretativa que sorprendieron a todo el mundo el 15 de marzo de1970, cuando interpretó majestuosamente su canción bandera, “El Triste”, en el Teatro Ferrocarrilero, durante el Segundo Festival Internacional de la Canción Latina.

Más allá de sus decenas de éxitos, del resto de las canciones de sus inicios, que ahora parecieran inéditas, José José también destacó por la honestidad con la que mostró su vida personal y familiar, sin intentar ocultar algunos de sus dramas más profundos: el alcoholismo con el que luchó durante su época de mayor fama, sus dos divorcios, la pérdida de su majestuosa voz, hasta el hermetismo en que pasó sus últimos meses en Miami al lado de su esposa y su hija, Saras las dos, a quienes nunca se les perdonará el haber impedido que el cuerpo completo de “El Príncipe de la Canción”, fuera velado en el Palacio de Bellas Artes, un lugar donde siempre soñó presentarse y que le abrió sus puertas, por fin, para recibirlo por última vez en casa.

“No importa”, dijeron algunos fanáticos formados desde muy temprano a un costado del recinto para darle el adiós, “si es la mitad de su cuerpo, llegó la mejor mitad, la que tiene el corazón, porque su corazón es de todos los mexicanos”.

“Este apenas es el homenaje que se merecía”, dijo otro fanático, cuando los reporteros comenzaron a asediarlos en busca de un recuerdo de los muchos que dejó ‘El Príncipe’ entre sus fanáticos cuando pudo convivir con ellos, ya sea en aquellas noches mágicas en su casa, “El Patio”, el centro nocturno que fue el recinto de sus grandes triunfos y que hoy se encuentra en ruinas, a un costado de la Secretaría de Gobernación, un lugar en el que después de cantar, sus fanáticos podían formarse durante horas para conseguir un autógrafo de su ídolo, todos eran atendidos, sin importar la hora.

Eso era José José, un hombre que fue siempre buen amigo, siempre atento, siempre grande por cómo cautivó al mundo con sus canciones. Pero también era una persona sencilla, que preguntaba a toda la gente “¿cómo está la familia?” y que cuando acudía a alguna estación de radio o entrevista televisiva, entraba lentamente saludando a todos los asistentes de mano y abrazo, sin importar quién fuera.

Por eso, los capitalinos acudieron a despedirlo, primero en Bellas Artes, donde el mayor teatro del país quedó pequeño ante tantos fanáticos que quisieron despedirlo, mientras cantaban fragmentos de sus canciones en la fila.

También aparecieron los distintivos: fotografías, recortes de periódico, gorras, playeras, viejos discos de acetato, hubo incluso quienes como ofrenda llevaron una bocina para entonar sus piezas y sentirse, por lo menos hoy, como José José, aclamados por una multitud que al unísono cantaba con estos cientos de intérpretes, muchos de ellos intentaron vestir como su ídolo: con elegancia de realeza.

Mientras, al interior del recinto, la ‘familia mexicana’ de El Príncipe recibía el cariño de la gente que esperó una semana y media la llegada de los restos mortales de su ídolo y vivió el drama exacerbado por la prensa de espectáculos de la lucha por traer un ‘pedacito’ de José a su tierra, para que pudiera cumplirse su última voluntad: descansar, “de tanto ir y venir rodando”, junto a su madre.

Al interior de Bellas Artes, sonaron tenores, mariachis, sones, para recordar los éxitos del ídolo mientras los fanáticos quedaban impresionados bajo la imagen del homenajeado en el vestíbulo del Palacio y su ataúd dorado, de 25 mil dólares, digno de la realeza. Este no fue un homenaje ‘pinche’, como calificó el periodista Gustavo Adolfo Infante la ceremonia realizada en Miami y que convocó a unas cuantas personas.

De homenaje a peregrinación

Y entonces al salir de Bellas Artes, se buscó una segunda escala en la despedida del cantante: la visita a la Basílica de Guadalupe, “porque era devoto”, explicó su asistente incondicional Laura Núñez, cuando desesperada desde Miami, reiteraba qué le había pedido su amigo que hiciera por él al morir.

En este recinto, la respuesta fue la misma, con un templo abarrotado de fanáticos, que, como artículos para mostrar su fe enarbolaron discos y carteles, en lugar de imágenes religiosas. Cinco mil personas aproximadamente escucharon un sermón nebuloso en el que destacaron los “¡Qué viva El Príncipe!”, los “Sí se pudo” para sus hijos Pepe y Marysol y Laurita, su asistente, quienes se empeñaron en lograr este día de fiesta, incluso los “Sarita… la porra te saluda”, como si su decisión de cremar los restos de su padre antes de ser homenajeado en México hubieran sido una afrenta para el pueblo.

También continuaron las asediantes preguntas de la prensa, que pasaban de: “dame alguna buena experiencia de haber convivido con el Príncipe” a “¿qué opinas de la bronca familiar para poder traer sus cenizas a México?”

Y entonces, al final de la misa, la música sacra fue sustituida por otra canción de fe: “Amar y querer”, un tema con el que José José se convirtió en experto a la hora de aconsejar a sus fanáticos sobre el amor. José Joel tomó el micrófono, pero la pieza fue cantada a coro por los miles de asistentes, conmovidos por los acordes de la pieza. El efecto fue una piel completamente erizada.

Posteriormente el cortejo continuó su peregrinación, ahora a Clavería, el barrio donde “Pepe” aprendió a cantar, “donde se puso las primeras borracheras”, dijo Gustavo Adolfo Infante en su crónica televisiva y donde volvió a ser el amigo, el vecino, el experto en tacos y comida nocturna para cenar después de sus conciertos, el personaje ilustre de una colonia que lo acogió como su hijo pródigo y, luego de un breve recorrido en carroza, por fin llegó a su destino final.

Pepe, José Rómulo, El Príncipe, El Maestro, Don José por fin llegó al Panteón Francés de Legaria para reposar al lado de su madre, en una ceremonia privada, donde sin embargo, también había cientos de personas con la ilusión de ver su ataúd o despedirlo nuevamente como parte final de su peregrinación.

No importó la lluvia, no importó el cansancio el haber perdido un día laboral con tal de despedir al ídolo, con tal de darle las gracias por ser parte íntima de una familia en formación o en divorcio, el personaje asiduo en los tocadiscos, el consejero en las noches de dolor que son mitigadas con una copa, el pretexto para una borrachera o para una serenata, como cómplice con el que el enamorado le expresa su pasión a su amada.

Ese ha sido José José y ahora comienza su leyenda.   

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