Cultura

¿Son inmorales los templos eróticos en la India?

O las piedras juegan al Kama Sutra
Rosa Nissán

Los mojigatos no vayan a mandar a sus adolescentes a Khajuraho en la India aunque sea un lugar grandioso. Se pronuncia Kayurao. Las figuras eróticas están al natural, como lo que son, parte de la vida, comiendo, durmiendo, fornicando, gozando, en todas las formas del vivir cotidiano.

En un museo comunitario cerca de Acayucan en Veracruz, vi una pieza prehispánica de gran tamaño también en piedra, de una pareja haciendo el acto amoroso; por cierto, la figura masculina que está encima, está incompleta, ¿se rompió? o los padres de familia prefirieron mocharla. Pero eso fue antes de la llegada de la moralidad castrante del catolicismo a nuestro continente. En la zona mesoamericana el sexo era lo que es. Natural. Arribaron los frailes con toda esa vergüenza del cuerpo, con una virgen que no se fundió con un hombre, fue madre por obra del Espíritu Santo.

Los chicos de este pueblo crecen viendo falos, nalgas, manos que acogen senos, hombres y mujeres bebiéndose mutuamente. Y los niños corren y juegan en medio de escenas de apareamientos solares. Ver los templos de Khajuraho en la India me produjo un volteón de 180 grados en mi estado de ánimo, enloquecí, sentí la necesidad de libertad que proyectaban ellos. Cada templo tiene varios frisos. Como no es posible tratar de ver todo en bloque, recorrí uno por uno para no perderme alguno; circulé lentamente a través de esa escultura narrativa que data de los siglos X y XII. Cuenta la vida cotidiana, como son las guerras y las escenas eróticas que son de una enorme sensualidad; contorsionistas envidiables en complicadas posiciones de yoga mientras se gozan. El Kama Sutra en piedra-carne, qué flexibilidad y gracia la de las mujeres que están de pie y pegan graciosamente su cadera en él, ellos las montan y se enroscan como plantas trepadoras.

Nunca cuerpos esculpidos habían tocado mi propia sensualidad. Quería ver y ver y ver, pero el sol era abrasador. Hay frisos al alcance de la vista, pero los más, son altos y no es posible ver detalles, y para mirar como necesitaba, corrí a los catálogos, pero, ¡oh desilusión!, la sensualidad no pasó al papel, se perdió, el erotismo está en los volúmenes de esas piedras, en esas pancitas curvas de las mujeres que parecen ser blandas, de carne, uno pensaría que tienen la temperatura de un tibio cuerpo, daban ganas de eso blandito, qué locura pensar que las piedras no tienen vida. Fue difícil estar sin novio, lo confieso, lo reconozco.

Por todos lados nos acosaban esas reproducciones de las figuras eróticas con manos y dedos hábiles. Los nativos saben de las tormentas que despiertan esas suculencias; evito miradas, me da pena que adivinen, ¡ay cuánto reprimen las religiones!, ¡qué sabotaje al cuerpo! Cuántas historias con turistas habrá en la memoria de la gente de este pueblo. No fue la arquitectura la que me enloqueció en la India, es la más grandiosa exposición de escultura que he visto en la vida.

A pesar de que el Taj Majal me sacó lágrimas, Khajuraho me impresionó más. Me senté bajo una sombrita, frente a uno de los templos, y luego vi salir a los niños de la escuela con sus mochilas al hombro, ni volteaban maliciosos. El atardecer rosado encendió los templos. La piedra ardía, quemaba por fuera y por dentro. Cómo es posible que cuando hablamos de alguien duro, insensible, lo comparemos con una piedra, ¡caray! Aquí la piedra tiene la palabra. habla, grita, aúlla, te entierra sus garras.

Estos templos, construidos hace mil años, me convocaron. Cuando alguien hablaba de la India llegaban a mí las imágenes de las esculturas cargadas de erotismo, también reproducidas en tarjetas, en libros, en piedra, en toda la India. Y no es que todas las escenas de los templos sean eróticas, son una mínima parte, las más son escenas cotidianas y de guerra.

Khajuraho, aunque tiene aeropuerto, es un pueblo de unas cuantas calles, pero iluminado por la luz que emana de los magníficos templos. Me traspasó la luminosidad que irradiaba de las piedras esculpidas, de las historias ahí contadas; si tan sólo este lugar hubiera visto en la India, hubiera sido suficiente.

Sí, sí, ya sé que me van a decir lo que yo misma me reprocho: que miro con ojos occidentales, que no se vale… pero ¿con qué otros ojos podría ver aquel mundo de mil millones de habitantes que en su mayoría no lee la Biblia, y que tal vez nunca oyó hablar de Adán y Eva?

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