Poseedor de un toreo al natural privilegiado, fue figura de la fiesta brava en México y España durante los ochenta y noventa
Texto: Luis Felipe Hernández Beltrán para la Revista Protocolo Copyright©
Fotos: Internet
Miguel Espinosa “Armillita”, nació, respiró y vivió el mundo del toro.
Más de 100 años envuelven su vida, desde su abuelo Fermín, padre de tres toreros: Juan, Zenaido y Fermín II, a la postre, padre de Miguel, en la segunda generación. En la tercera, la inicia Manolo, la continúa Fermín III y la cierra Miguel, como el menor, para volverse a apodar como su padre, circunstancialmente, de tres en tres, “Armillita chico”.
Miguel, nacido el 19 de septiembre de 1958 en la ciudad de Aguascalientes, sintió al toro en los brazos de su padre, cuando en una tienta Fermín, el maestro y sabio inspirador del pasodoble de Agustín Lara, lo cargaba bajo su brazo izquierdo, mientras en la mano derecha pulsaba una muleta para tentar una vaquilla a fin de que el pequeño Miguel sintiera el cante que lo descubrió para convertirse en un torero importante.
Mientras su padre se caracterizó por ser torero de poder y llegar en la propia España a alternar con Joselito y Belmonte, a los que en cierta tarde, en Barcelona, allá por el año 1934 superó al instrumentar una faena cumbre, premiada con las orejas, el rabo, las patas y hasta las criadillas del toro. Ese sabio señor vio en Miguel un potencial llevándolo desde sus inicios novilleriles a la propia España donde maduró los primeros pasos. Hecho el torero, vino a México para empezar en grande entre los grandes.
El 26 de noviembre de 1977 en la Plaza Monumental de Santa María de Querétaro, el “Mandón de la Fiesta Brava”, Manolo Martínez, le dio la alternativa en presencia del “Pequeño gigante de los ruedos”, Eloy Cavazos, y el español alicantino José María Manzanares, cediéndole un toro de don Javier Garfias; en ese cartelazo se fincó la figura de un gran artista de una gran mano izquierda, un natural de Miguel valía toda una faena y si a ello agregamos que fue un gran artista del segundo tercio emulando a su padre al cuartear en banderillas siempre por el lado derecho.
Miguel se distinguió por crear belleza cuando el toro se lo permitió y que fueron muchas las ocasiones para dejar honda huella cortando dos rabos en la Monumental Plaza México y distinguirse como el torero mexicano con mayor número de actuaciones en las ferias de San Isidro en Madrid, pese a que jamás cortó oreja. Circunstancialmente, las únicas orejas que obtuvo en la monumental de Las Ventas, obedecieron a un festival taurino.
¿Qué tan importante sería este torero que llegó a confeccionar el cartel del 50 aniversario luctuoso de la muerte de Manuel Rodríguez “Manolete” en Linares, España, donde regó su sangre dejando esta plaza como un emblema? Miguel encabezó el cartel con Enrique Ponce y Miguel Báez “Litri” con los toros de Miura, procedencia del toro “Islero” que matara al “Monstruo de Córdoba”. Año tras año se conmemora el 29 de agosto el cartel que recuerda al torero más importante en la historia, previo a cada desfile se riegan flores justo en el lugar donde “Islero” acabó con la vida de Manolete. Miguel en esa actuación resbaló justo en el lugar mortal pero se recuperó para salir adelante.
En la propia España tuvo el percance más significativo de su vida torera al golpearse con una banderilla en la garganta durante una corrida en Madrid que a punto estuvo de acabar con su vida.
En su natal Aguascalientes, a la puerta de la Plaza Monumental, aguarda una escultura casi viviente que refleja la personalidad de su toreo obra de un gran escultor tapatío, acercarse a ella, es como volver a vivir el arte majestuoso de Miguel, ahí, en su tierra, se funde en oro su figura y deja honda huella al desaparecer terrenalmente durante la mañana de ayer en su casa, pero dejando un gran escrito: “Miguel nació, respiró, vivió y murió como torero”.
