Embajadas

El embajador Galo Galarza termina su misión diplomática en México

Se despide como uno de los diplomáticos más queridos después de seis años de permanecer en su cargo

Texto y fotos: Jacqueline Jiménez Martínez

Galo Galarza Dávila, embajador de Ecuador, recibió la
tradicional charola de plata de manos de Valery Morozov,
decano del cuerpo diplomático

El embajador de Ecuador en México, Galo Galarza Dávila, y su esposa, Cecilia Suárez de Galarza, ofrecieron el pasado 5 de julio una recepción en el recinto de su embajada con motivo del término de su misión diplomática, después de casi seis años.

Como ya es tradición, el embajador de Rusia, Valery Morozov, también decano del cuerpo diplomático, ofreció unas palabras a Galarza, que culminaron con la entrega de la charola de plata firmada por los embajadores acreditados en este país, como un recuerdo de su permanencia en México. En su mensaje, Morozov destacó el profesionalismo de alto nivel del diplomático, calificándolo como un digno representante de su país, además de una persona simpática, de una inteligencia excepcional, un amable colega y un compañero de confianza.

Por su parte, Galarza, quien ingresó en el servicio exterior de su país en 1976, se dirigió a sus invitados de una forma que además de tener una riqueza narrativa destacada, resultó ser emotiva y conmovedora para los mismos, y aseguró que más que un discurso de despedida, daba una declaración de afecto por México, “un país hermano con el que hemos compartido sus alegrías y sus tristezas, sus triunfos y sus angustias, sus sueños y sus anhelos”, expresó, deseando que supere sus problemas, “y que se proyecte, como debería ser, entre las diez primeras economías del mundo”.

El embajador ecuatoriano manifestó tener un gran amor por esta nación, “me aprisiona, me envuelve entre sus lazos y hace que la quiera casi con el mismo intenso amor con que amo a mi patria de nacimiento”, y al intentar explicarse semejante sentimiento, dijo haberse enterado de tener una abuela mexicana. Pero no atañe sólo a este hecho su afecto, pues relató que bien podría venirle por el cine. “En la pequeña ciudad andina donde nací, había una sala de cine, que se llamaba Cine México”, refirió, a donde iba incluso de forma clandestina, a ver películas con extraños seres y mundos intrigantes, “me dejaban soñando en selvas africanas, castillos rumanos, barcos piratas, mujeres lobo, y en momias que unas veces venían de Egipto y otras de Guanajuato”, compartió entre risas, de tal modo que la palabra México, desde su infancia, estuvo ligada a las palabras sueño y aventura.

Asimismo, comentó que otra de las razones de tan cercano lazo, fue su primera visita a tierras aztecas en los últimos años de la década de los setenta, momento en que se sorprendió por la grandeza de la ciudad, “no se acababa nunca”, apuntó. No obstante, con orgullo aceptó que hubo lecturas que contribuyeron a acrecentar este cariño, y mencionó autores que van desde Amado Nervo o Alfonso Reyes, pasando por Mariano Azuela y José Vasconcelos, hasta Carlos Fuentes, Elena Poniatowska y Jaime Sabines. Aunado a ellos, lo acompañaron los discos de Agustín Lara, Pedro Infante, José Alfredo Jiménez, Amparito Ochoa, entre otros. “Letra y música mexicanas, alimentaron la vida de los ecuatorianos, como alimentaron igualmente la vida de muchos latinoamericanos”, subrayó.

Igualmente, comentó que al ser la literatura un poderoso instrumento para dejar marcas indelebles, también lo es el arte, y aseguró haber quedado maravillado con el trabajo de los muralistas, los cuadros de Frida Kalho, Remedios Varo, Leonora Carrington o los dibujos y pinturas de José Luis Cuevas, “no pude sino quedar más atrapado y fascinando por México y sus colores y formas, los cuales se multiplicaban y diversificaban en las preciosas artesanías que brotaban como serpentinas del ingenio del pueblo”, pronunció.

El jefe de misión, autor de libros de narrativa, y artículos de política internacional, aceptó que nada fue comparable, como cuando en octubre del año 2006 recibió la noticia de que había sido nombrado embajador de su país en México, lo que le permitió más tarde recorrer sus caminos, conocer con mayor profundidad su historia y su geografía; maravillarse con sus ciudades, plazas, playas, sitios arqueológicos y accidentes geográficos; aprender a gustar de sus comidas y bebidas, “ahora me deleito con el chile y el pulque, la enchilada y el mezcal, el pozole y el tequila”; maravillarse con el trabajo de los boleros —lustrabotas—, “que hacen de su trabajo un arte”; aprender a fascinarse y a jugar con la muerte; deleitarse y aprender en sus magníficos museos y galerías; aprender y disfrutar de sus periódicos y revistas “de gran calidad”; “que haya tenido la suerte de conocer y saludar desde al presidente de la República hasta al simple vendedor de periódicos, que haya hecho amistad con tanta gente maravillosa”, contó.

Con emoción, el diplomático señaló que, indudablemente, extrañará México, pero también lo llevará en su memoria y en su corazón, ofreciendo en todo momento su amistad a sus colegas y amigos presentes. “Ahora nos toca emprender nuevos retos, asumir otras funciones para acercarnos y hermanarnos con otros pueblos, porque ésa es la noble tarea que nos asignó la vida.”

Para concluir, Galarza expresó: “yo había creído que nunca me llegaría la hora del retorno porque despedía y despedía a los amigos embajadores que regresaban a sus países, pero ya ven que no pudimos librarnos. Y nos llegó la hora”. Y concluyó su discurso con un verso del poeta español Luis de Góngora, el cual, afirmó, le quedó como anillo al dedo:

“Si quiero por las estrellas —dijo—
Saber, tiempo, dónde estás,
Miro que con ellas vas,
Pero no vuelves con ellas.
¿Adónde imprimes tus huellas
Que con tu curso no doy?
Mas, ay, que engañado estoy,
Que vuelas, corres y ruedas;
Tú eres tiempo el que se queda
Y yo soy el que me voy”.

Revista Protocolo

El embajador dio unas emotivas palabras
de despedida
Cecilia Suárez de Galarza y su esposo, Galo
Galarza Dávila, fueron una pareja muy
querida entre el cuerpo diplomático
Ruslan Spirin, embajador de Ucrania,
y Galo Galarza Dávila
Adriana de Camarosano, María Lucía
Ayala de Riveros y Julia de Andrade
Mercedes de Vega, el embajador Pedro
González Rubio y la embajadora Mireya
Terán
Joao Caetano da Silva, embajador de Portugal
su esposa, Adriana Martínez, y Francisco
Troya
Beatriz Raposo, Cecilia Suárez de Galarza, su
esposo, Galo Galarza Dávila, y Marcos
Raposo Lopes, embajador de Brasil
Silvia del Río, Alicia Philippe y
José Julio Bastidas
Christine Bogle, embajadora de Nueva
Zelanda, y Patricia Vaca Narvaja,
embajadora de Argentina
María Elena Castanedo, Liedy Novoa,
Nathalie del Hierro y Julio Amiño,
agregado militar de Ecuador
Fernando Pérez Memén, embajador de
la República Dominicana, y
Joshua Aram
Cecilia Medina, Gladys Jarrin y
Patricia Zazueta
Raúl Hernández, Salfarina Salim y
Jinjuta Manotham
Edwin Novoa, Roberto Francisco Ponce,
Mely Castanedo, José Castanedo y
Matías Chernicoff
Christophe Pierre, arzobispo titular de
Gunela, y Gabriela Jiménez Cruz,
embajadora de Costa Rica
Jean Pierre Leleu y Katrina Anne Cooper,
embajadora de Australia
Rachel Hickey y la embajadora
Mireya Terán
Héctor y Carmella Romero
Consuelo Sáenz de Miera y María Teresa
Ponce
Christine Bogle, embajadora de Nueva
Zelanda; Hortensia y Mauricio Toussaint
con Delrose Eunice Montague, embajadora
de Jamaica
Rodolfo Camarosano Bersani, embajador de
Uruguay; Elsa Espinosa, Mireya Terán y
Manuel Francisco Aguilera de la Paz,
embajador de Cuba
Esther Elizabeth Astete, embajadora de
Perú, y Wendy Coss
Herminia Elizondo, vicepresidenta de
la Unidad Tamaulipeca en el DF,
y Guillermo Rondero
Como regalo de la Secretaría de Seguridad
Pública, Galo Galarza fue despedido con
el Mariachi Guardia Nacional

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