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Celebra don Juan Carlos de Borbón treinta años de reinado

En un día como hoy, 22 de noviembre, pero de 1975, don Juan Carlos de Borbón y Borbón fue proclamado rey de España y con él dio inicio lo que la historia ha dado en llamar transición española; uno de los procesos políticos mundiales más aplaudidos y reconocidos en toda la comunidad internacional.

Algunos de ustedes se preguntarán si la monarquía, que puede parecer un sistema arcaico y privilegiado, es útil hoy en día. Indicaba Juan Jacobo Rousseau que: “en todos los tiempos se ha disputado mucho acerca de la mejor forma de gobierno, sin considerar que cada una de ellas es la mejor en ciertos casos y la peor en otros”.

Lo importante no es ver cuál es la mejor o la peor forma de gobierno, sino ver su función dentro del Estado. Así como los sistemas republicanos son diferentes entre sí, también lo son los sistemas monárquicos. Nunca podremos comparar los casos de España con los de Jordania, Arabia Saudita o Japón, ni siquiera entre las monarquías europeas. En cada caso la permanencia del sistema monárquico depende de un contexto político, histórico y social distinto. Bien decía Montesquieu “cada nación tiene su ciencia”.

En el caso de España, el sistema monárquico fue instaurado debido a un contexto político-social, más que histórico que surgió en los últimos años de la dictadura franquista. Durante la década de 1950, España comenzó a tener cambios fundamentales en su interior que presionaban para que se diera un cambio de régimen, el cual no sólo se hacía necesario por las transformaciones que estaba sufriendo el país, sino también porque el gobierno de Francisco Franco estaba tan debilitado como lo era su salud.

. .Desde el término de la Guerra Civil, los movimientos monárquicos al interior de este país no se hicieron esperar y en múltiples ocasiones se lo hicieron saber al régimen franquista. Para el general Franco, las ideas democráticas que la corona expresaba abiertamente no le eran ajenas, sin embargo no las apoyaba aunque había tratado de agradar a la opinión pública internacional estableciendo ciertas medidas democratizadoras, como fue la publicación del Fuero de los Españoles que actuaba como un tipo de Constitución.

Como parte del cambio del régimen franquista, en 1947 se promulgó la Ley de Sucesión la cual exponía que el Estado español, de acuerdo con su tradición, se declaraba constituido en reino, sin embargo aclaraba que la jefatura del Estado le correspondería a Francisco Franco. El resto de los artículos de la ley señalaban que la vacante de la jefatura del Estado sería ocupada por quien saliera electo del Consejo de la Regencia, pero que el jefe del Estado podría proponer a las Cortes, en cualquier momento, a la persona que él estimará que podría sucederle, incluso podía ser proclamado jefe del Estado un rey.

En 1941, Alfonso XIII abdicaba a favor de su hijo Juan de Borbón y Battenberg para que éste ostentara los derechos legítimos de la dinastía Borbón respecto a la corona de España. Las relaciones personales y políticas entre don Juan de Borbón y Francisco Franco no fueron buenas, no obstante don Juan de Borbón, al ver que la reinstauración de la monarquía se complicaba por los desencuentros entre él y el jefe del Estado, accedió a entablar conversaciones con el general para que su hijo Juan Carlos de Borbón pudiera cursar sus estudios en territorio español, esta medida se planteó con el objetivo de que la institución monárquica pudiera tener más oportunidad de suceder al jefe del Estado, según lo establecido por su propia ley.

Ambas partes convinieron, de acuerdo con sus intereses, que el príncipe Juan Carlos terminara sus estudios en España. Los contactos entre el régimen y la monarquía se continuaron en repetidas ocasiones, Franco presionaba para que don Juan de Borbón cediera sus derechos al príncipe y don Juan de Borbón pretendía que la monarquía se instaurara en España, basada en la línea dinástica histórica y tradicional. Para la década de 1960 Franco estaba decidido a que el príncipe Juan Carlos fuera el sucesor de la monarquía española y de su régimen.

Don Juan Carlos tuvo que desempeñar un difícil doble papel; por un lado tenía que enfrentarse a consolidar a la monarquía histórica y tradicional, en tiempos de un gobierno que no la aceptaba como tal, y por el otro, tenía que ser capaz de ganarse la confianza del régimen para que la institución monárquica tuviera la oportunidad de volver a instaurarse en España, aun cuando fuera a costa de ceder en los principios tradicionales.

El 10 de julio de 1969, Franco cita al príncipe Juan Carlos para comunicarle su decisión de nombrarlo como su sucesor, 12 días después las Cortes hacen formal la designación. Los años posteriores al nombramiento de don Juan Carlos fueron muy difíciles para España, el gobierno tenía que hacerle frente a problemas de corrupción y a descontentos sociales muy marcados.

En 1974, al caer enfermo el caudillo, el príncipe Juan Carlos es nombrado regente de la jefatura del Estado y aprovecha esta coyuntura para expresar sus intenciones de llevar a cabo una apertura tangible del régimen. Un año más tarde, el 20 de noviembre de 1975, moría Francisco Franco y dejaba como jefe del Estado a don Juan Carlos de Borbón.

El príncipe don Juan Carlos de Borbón fue proclamado rey de España el 22 de noviembre de 1976, a partir de ese momento el rey dirigió un cambio de régimen desde el interior de las propias instituciones y elites políticas del franquismo. La manera en como se llevó a cabo la transición ha sido uno de los procesos más alabados en el ámbito internacional, porque a pesar de que la política interna de España estaba en un momento de mucha tensión, ésta no causó ningún derramamiento de sangre y se logró instaurar un gobierno democrático que fue y es la base más sólida de la España del siglo XXI.

Para que la sociedad española estuviera convencida del papel democratizador que la corona les aseguraba, el rey comenzó una serie de contactos entre los representantes de los partidos políticos, incluso con los del Partido Comunista, y la sociedad civil en general, lo que le rindió muy buenos frutos. Al mismo tiempo, el monarca reforzó la imagen de la monarquía como símbolo del cambio, en el ámbito internacional. Su discurso ante el Congreso estadounidense le valió el reconocimiento político, no sólo de este país sino de algunos otros más escépticos.

En 1976 el rey nombra como presidente del Gobierno a Adolfo Suárez, quien se encargará, al lado del rey, de derogar las Leyes Fundamentales para dar paso a una verdadera constitución democrática. En agosto de ese año, el presidente del Gobierno presenta ante el Consejo de Ministros el anteproyecto de ley para la Reforma Política, el cual planteaba legalmente la transición política del Estado español presentando cambios radicales para las instituciones franquistas; un mes después es aceptado el proyecto.

En 1977 el gobierno de Adolfo Suárez aprueba la Ley Electoral que posibilita, después de 40 años de dictadura, tener elecciones libres y ese mismo año se instalan las Cortes Constituyentes. Meses antes de que fuera aprobado el texto constitucional, en mayo de 1978, algunos partidos de izquierda propusieron una votación dentro de las Cortes para definir la forma política del Estado español la cual quedaría plasmada en la Constitución de diciembre del mismo año.

Con la votación la institución monárquica se exponía a un rechazo y a la instauración, por la vía democrática, de otro sistema político que no fuera el monárquico. A pesar de ello, el rey aceptó la convocatoria y ésta se llevó a cabo en mayo de 1978, los resultados favorecieron al sistema monárquico como forma política del Estado español obteniendo 22 votos a favor, 14 abstenciones y ningún voto en contra.

Con la Constitución de 1978, la monarquía dejaba de gobernar para pasar sus poderes a un gobierno electo democráticamente. La institución monárquica regresaba así la soberanía y las libertades al pueblo de España y se convertía en una monarquía parlamentaria que coexiste, en perfecta sintonía, con los principios de la democracia.

Por tanto, la Constitución de 1978 limitó los poderes reales del monarca, pero le atribuyó otro tipo de funciones que permitieron que la institución se adaptara a los tiempos modernos:

“El rey es el jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales; especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuye expresamente la Constitución y las leyes.” (Artículo 1. Constitución española de 1978.)

Lo que plantea ese primer artículo del titulo segundo de la Carta Magna, es lo que le da razón de ser a la monarquía en la España actual. El reinado de don Juan Carlos de Borbón, está basado en una monarquía sui generis que ha sido muy útil para la sociedad y las instituciones políticas. Difícilmente un gobierno republicano hubiera podido llevar a buen fin la transición política y no por falta de capacidades o de voluntades, sino porque estaba latente el riesgo de que imperaran los intereses partidistas y de grupo, sobre los intereses comunes.

Finalmente, no se trata de glorificar a la institución monárquica, porque en definitiva este sistema, como los otros, no está exento de defectos e imperfecciones. Tampoco de lo que se trata es que el sistema monárquico sea un eterno cuento de hadas, porque entonces la monarquía como sistema político perdería su efectividad, lo que se busca es reconocer que la institución monárquica ha sido una herramienta muy útil para la consolidación de la democracia en España y que mientras siga en esa línea, la monarquía tendrá asegurada su continuidad.

El papel que desempeña el rey en España va más allá de lo que se puede apreciar en el papel couché de las revistas de sociales. Es innegable su labor como representante de España, la imagen de sus majestades y las relaciones que mantienen con algunos importantes líderes mundiales, han ayudado al reforzamiento de la política exterior de España, sobre todo cuando se trata de países que han sido considerados por la Constitución española, como sus comunidades históricas.

En Iberoamérica la familia real goza de una simpatía inigualable, resulta lógico si tomamos en consideración la cantidad de ocasiones que la reina o el príncipe de Asturias han asistido solidariamente y con cooperaciones económicas, en los desastres naturales que han azotado la región latinoamericana.

En días pasados, con el nacimiento de la infanta Leonor, pudimos observar la simpatía que despierta la familia real española, no fueron pocos los medios de comunicación mexicanos (revistas, prensa escrita, noticieros, programas de radio y de televisión) que le dedicaron especial atención al nacimiento real y ni qué decir el clima que se vivió el año pasado durante la boda real (entre el príncipe don Felipe de Borbón y Letizia Ortiz).

Habría que preguntarse ¿por qué esta misma simpatía no la generan otras casas reales del mundo? Mucho depende, sin duda, de los valores históricos comunes que compartimos los latinoamericanos y los españoles, pero también se debe a la manera política de cómo percibimos los latinoamericanos la figura de los monarcas. No significa que otras casas reales no generen simpatías entre los latinoamericanos, pero la manera en cómo las vemos depende de otros factores, como la imagen turística que le dan a su país o las raíces históricas que representan.

En el plano político la figura del rey de España en América Latina es una de las más valoradas por la opinión pública, una encuesta auspiciada por el Real Instituto Elcano de Madrid (Latinobarómetro, 2005), destacó que comparando la figura del rey Juan Carlos con otros líderes mundiales como Kofi Annan, George Bush, Gerhard Schröder, Lula da Silva, el rey de España era más apreciado por los iberoamericanos que ninguno de los anteriores.

No nos queda más que decir ¡Felicidades majestad! por estos 30 exitosos años de reinado.

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