Etiqueta y Protocolo

El arte de la Cortesía

Quiero que la mayoría de mis congéneres sepan lo que he descubierto de mi personalidad y que podría ser ¡un gran hecho científico!: “desde hace tiempo y ante mi presencia a las personas les suceden increíbles fenómenos”: – Se duermen profundamente – Comienzan a leer con gran atención – Adquieren espontáneamente un interés enorme por el paisaje “Los caballeros han olvidado las enseñanzas de sus madres,.. ¡No debes de estar sentado en el colectivo, mientras las señoras estén de pie! Sea cual fuese su edad.” Involuntariamente debo de escuchar conversaciones de celulares, con un vocabulario, perteneciente a los ¡bárbaros! Ahí es donde debo de quedarme tranquila para que en mí no resulte el fenómeno científico y me trasforme en una especie de mujer maravilla salvadora del desastre de la educación. Y debo de evitar las ganas de pararme al lado del chofer y comenzar a dar una clase sobre las reglas de educación que nos dan seguridad en el camino de nuestro destino. Por eso se me ocurrió escribir sobre cortesía, algo que parece completamente en desuso, pero que considero que no es así. Hace algunos años, era necesario aprender y practicar una serie de reglas, usos y costumbres, que era lo que se conocía como reglas de urbanidad. Los hijos las aprendíamos de nuestros padres y abuelos, esta colección de normas pretendían conseguir que nosotros fuéramos “personas bien educadas”. Todas estas reglas se veían reforzadas en la escuela por nuestras maestras. Pero los tiempos cambian, y hacen que estas reglas de convivencia se vayan deteriorando pero no perdiendo. ¡Pongamos un ejemplo, los hombres no se atreven a dar el asiento a una mujer temiendo ser calificados de machistas, pero no es así “señores” sino que es respetarse a uno mismo! Estas reglas que nos ayudan a convivir, son la base de nuestra educación, nos permiten desenvolvernos con decoro en todas las situaciones de nuestra vida privada y social. La cortesía es un código, un lenguaje particular, que facilita las relaciones sociales. Las reglas de cortesía varían entre familias ciudades y naciones. La cortesía o los buenos modales son, ante todo, el respeto a un código que permite establecer las relaciones entre los seres humanos que viven en grupo o en comunidad. Por eso en las ciudades muy pobladas es donde resulta más necesario someterse a ciertas reglas aceptadas por la mayoría. En los pueblos, y en las pequeñas ciudades, suele suceder todo lo contrario, todos tienen cuidado de no ofender, y de no molestar al vecino. En cambio en los grandes centros urbanos, verdaderas selvas de asfalto, la lucha por la vida, como en los tiempos prehistóricos, da rienda suelta a la agresividad de los individuos. “Lo que quieras conseguir lo obtendrás más fácilmente con una sonrisa que con la punta de la espada” (Shakespeare) La cortesía es el don de agradar, es la más perfecta semejanza a la bondad, es un suplemento de la virtud. Los griegos, ya definieron, a la virtud como aquella disposición habitual de la voluntad que facilita la realización de actos buenos. Recordemos al Apóstol San Pablo en su epístola a los Romanos cuando nos dice “[…] Adelantaos unos a otros en el respeto [… [”. En cuanto al respeto no podré respetar a los demás si no logro respetarme a mí mismo. El respeto se logra día a día, como corresponde a una virtud. Confucio (600 años antes de Cristo) fundador de un sistema moral que glorifica la tradición familiar, en especial recalca que nada vale la virtud si no es engendrada por la cortesía claro, esto es si brota del corazón. Una vez dijo el príncipe Tayllerand, mago de la diplomacia de la época Napoleónica, refiriéndose a Napoleón: “¡Lástima que un grande no sea educado!”. Era sabido de los malos tratos y el vocabulario grosero que Napoleón utilizaba, con las mujeres de la corte, insultando a sus maridos, y tratando con descortesía a sus embajadores. Este juicio despectivo ha quedado en la historia, y a pesar de las grandes victorias del Emperador, estas faltas de educación no se han olvidado. También cuenta la historia que el emperador pregunto a la duquesa de Fleury, célebre por sus aventuras: “¿Señora ama usted siempre a los hombres?” “Si Majestad siempre que sean educados”. No debemos de olvidar que las faltas de cortesía, entre los pequeños irritan y entre los grandes indigna. Cuanto mayor es la posición social o la jerarquía de una persona, mayor debe de ser la cortesía ya que ella es ejemplo de sociedad. Un padre, un presidente, un maestro son el paradigma, el modelo a seguir, el ejemplo de un país, el ejemplo de una familia, el ejemplo de una sociedad. Cuenta la historia que María Antonieta, (época de la Revolución Francesa) subía al patíbulo, nerviosa ella, lógico por la situación que debía pasar, sin querer le piso el pie al verdugo, y le dijo: “Tenga la bondad de disculparme, señor verdugo, esa no ha sido mi intención…” Y estas fueron las ultimas palabras que María Antonieta pronunció en este mundo. Época de Revolución Francesa, 1789, la cortesía era observada como una religión, fue un reino ejemplar de la sociabilidad, la cortesía era una de las virtudes más importantes. No hubo filósofo, desde la época del Renacimiento, que no haya observado el comportamiento del tiempo histórico que le tocó vivir, y haya dejado escrito un tratado de Buenos Modales, la mayoría estaba orientado a la reforma de los modales pero no a la formación del espíritu en lo que se basan las nuevas generaciones. En el siglo XV Leonardo da Vinci observa los malos modales y maneras de sus contemporáneos y tratando de quitar el hábito del uso de los conejos, que ataban con cintas a los asientos, con la finalidad de usar como servilletas, escribe acerca de los procederse incorrectos a la mesa de Mi Señor Ludovico, Duque de Sforza. Otro testimonio es la literatura, leemos en el romance de la rosa, poesía francesa del siglo XIII, como se debía conducir una joven a la hora de comer. “Cuidara bien de no mojar los dedos hasta las falanges, de no untarse los labios de sopa, ajos ni grasa, de no meterse en la boca demasiados pedazos ni muy grandes. Solo con la punta de los dedos tocara el trozo que se ha de mojar en la salsa…” También el Rey Alfonso el Sabio en la segunda de sus “Siete Partidas “recomienda a los ayos de sus hijos…”Que no los dejen comer con los cinco dedos”. La cortesía es lo más cercano a la bondad, la cortesía y sus tratamientos son un arte; el arte de agradar. Y en cierto modo, toda persona, merece que se la trate así, y aprender a hacerlo es un servicio. Por eso debemos de aprender las reglas que nos ayudan a convivir, para que ese divino tesoro nos sea cada día más agradable. Debemos de enseñar, desde la forma de conducirnos en la mesa, cómo saludar, cómo dar la mano, cómo recibir a las visitas, cómo sentarse, cómo caminar con soltura y elegancia, cómo conducirse en público, y cómo hablar y sobre todo lo que hay que callar, y hasta cómo hay que dejar el cuarto de baño después de haberlo usado. “Los buenos modales manifiestan valores profundos, como la comprensión, la mutua tolerancia e incluso esa pizca de paciencia y sentido del humor sin las cuales nada funciona” (Sofía De Grecia, Reina De España) Revista Protocolo

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