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La gastronomía mexicana presente en los murales de Diego Rivera

Desde tiempos inmemoriales, el arte y la gastronomía han estado íntimamente fusionadas, los utensilios gastronómicos han sido pequeñas obras escultóricas, han fungido como soportes para pinturas de la más diversa naturaleza, han incorporado a sus formas elementos arquitectónicos, han sido portadores de finísimos sistemas que emiten melodías, en fin, los utensilios gastronómicos han puesto su superficie a disposición del arte y de los artistas y han alojado su exquisitez en sus mangos, asas, sus cavidades y en cada rincón en donde pueda caber un poco de arte.

Sin lugar a dudas, esta peculiar relación entre arte y gastronomía muestra una abierta reciprocidad, el arte ha alojado en su seno a la disciplina coquinaria y a los incontables elementos que la constituyen: se han compuesto cantatas como la del café; la arquitectura le hace homenaje con las columnas salomónicas que ostentan racimos de uvas en su estructura; la ópera no la omite en La Bohemia en donde el pan y el vino hacen acto de presencia; la literatura la envuelve entre sus líneas en obras como El Quijote; y en la pintura, Diego Rivera nunca olvidó a la seductora gastronomía al trazar sus imponentes murales.

Así es, el arte y la cocina raramente se encuentran distantes, el elemento gastronómico aporta un toque de vida a toda obra de arte, en la pintura todo elemento culinario existente colabora al colorido, a dar un toque de naturaleza y de vida, ayuda al espectador a identificarse con aquella realidad que se observa en la imagen.

Los muros del Palacio Nacional

En el arte mexicano la gastronomía se cuela por todo pequeño espacio disponible, desde tiempos prehispánicos las mazorcas de maíz, las semillas de cacao, las plantas de frijol aparecen en códices y estelas, perduran en los frescos y dejan rastros en las paredes; estos elementos se niegan a desaparecer y subsisten en las obras contemporáneas, se asoman en los murales del Palacio Nacional que fueron pintados por Rivera, junto al árbol de chicle y a las calabazas, entre xoloizcuintles y piñas, conformando la imagen de los mercados prehispánicos. Aparecen entre fi-guras humanas las siluetas de jitomates, de papayas, el maíz en todos sus matices, los metates y los chiles.

El temperamental compañero de Frida Kahlo no olvidó plasmar los nopales, las incontables hierbas prehispánicas, las coloridas frutas que son una parte sustancial de la historia del pueblo que adoraba a Quetzalcóatl.

Sincretismo culinario

Dando un paso hacia el frente en la historia, van apareciendo en los muros del Palacio Nacional algunos de los elementos que fueron traídos por los españoles a su venida y que participaron del sincretismo culinario que dio a luz lo que hoy se conoce como gastronomía mexicana: reses, ovejas, cerdos y vides forman parte del desfile que se entremezcla en el paisaje de magueyes, cactus, elotes y frijoles. Los elementos contrastan unos frente a otros sobre el fondo de un mercado prehispánico, se hacen presentes del lado mexica los aguacates, las iguanas, las tunas, los venados, las ranas, los pescados y los guajolotes.

De un momento a otro damos un salto con la vista para observar detalles de la siembra de manzanas y las peras, un símbolo de conquista, del establecimiento del pueblo que llegó para quedarse y dar origen a una civilización mestiza. Los ojos permiten observar las canastas que se ofrecen como tributo a los conquistadores, conteniendo frutos propios del continente y el cadáver de un venado. La sospecha de conquista y establecimiento se confirma al ver una imagen de la molienda del trigo, al distinguir las cabras y los chivos que fueron traídos de ultramar para integrarlos al repertorio culinario de la cultura naciente.

Se lucha por defender la identidad y el nacionalismo en algunos murales intermitentes que ilustran la extracción de la piña del maguey y la elaboración del pulque; el teñido de los textiles con colorantes obtenidos de los frutos; la elaboración de la masa de maíz con la molienda del grano, mezclándolo con el agua contenida en una jícara.

La Independencia y el capitalismo

Al llegar al fragmento de la Independencia, los elementos culinarios encarecen, quedando sólo algunos rastros de maíz en las manos del cura Hidalgo, quien lo ostenta como símbolo de mexicanidad. La vid luce en el centro como parte ya de una mezcla, de un mundo conciliado a medias.

En el segmento contemporáneo, el capitalismo se ve representado por una copa de champán, simbolizando su derroche y su apego por las cosas materiales, estando ausente la riqueza coquinaria que poseía el México de la antigüedad que se vio opacada por una uniformización y una desafortunada tendencia imperialista.

El resumen gráfico de la historia de la nación mexicana se detiene ahí, dejando puntos de suspensión para imaginar las iconos pendientes, los que tal vez algún día complementen esta representación pictórica, conteniendo en sus formas la imagen de algún otro producto culinario, sin el cual la historia del pueblo del maíz estaría trunca y desguarnecida de esencia.

Es así como la comida mexicana interactúa con su arte connacional, presente en obras cumbre como lo son estos murales. Producto de un arte nacionalista, de fuertes raíces populares, con intenciones de reivindicar una cultura propia, las pinturas murales que ornamentan el Palacio Nacional portan en su estructura iconos de la gastronomía mexicana que contienen una fuerte significación y que van más allá de la necesidad básica del comer, representando la identidad de una civilización, entrañando la esencia de los sucesos y transportando impresiones históricas.

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