Gourmet

Vodka martini, agitado y no removido

El origen de este elixir no tiene una historia certera

Por Monserrat Piñeiro

En la película Goldfinger, James Bond exigía al camarero de esta forma, la célebre bebida que ha trascendido el tiempo. En Another day to die, lo solicitaba a una bella azafata, quien sin duda lo preparaba con toda esa sensualidad que es atribuida al rey de los cocteles.

El origen de este elixir no tiene una historia certera, la sabiduría popular reza que un minero, víctima de la fiebre de oro, arribó a una cantina del pueblo de Martínez, depositó sobre la barra un puñado de pepitas de oro y una botella vacía para ser colmada de whisky, acto seguido: orgulloso de su nuevo poder, exigió al cantinero le preparase un elixir de excepcional sabor, nunca antes degustado. El bartender en turno le hizo entrega de una bebida guarnecida por una aceituna y la bautizó con el nombre del pueblo: Martínez, designación que fue adaptada al idioma y pronunciación locales hasta derivar en lo que hoy conocemos como martini.

Una versión perteneciente a las grandes metrópolis cuenta que Martini Di Arma, el bartender del hotel Knickerbocker, ubicado en la Gran Manzana, creó alrededor del año de 1911, el ahora conocido martini, mezclando vermouth con ginebra y perfumándolo con un toque de naranja. El nombre del creador se conserva hasta la fecha, mientras que los ingredientes se han visto modificados de acuerdo a la creatividad de cantineros que le han sucedido.

La bebida, típicamente servida en una estilizada copa que permite disfrutar de la transparencia o del color que posee la mezcla en cuestión, ha evolucionado para integrarse a la globalización y a ese ambiente cosmopolita que posee todo restaurante que se jacte de ser prestigioso, derivando en los martinis contemporáneos más inauditos, explosivos en sabores y con expresiones artísticas en sus colores:

•    Martini chai: Mezcla lo mejor de oriente y occidente, los aromas de cardamomo, pimienta gorda, clavo y canela estimulan cada papila gustativa que parece florecer a cada sorbo.

•    De chile ancho y chocolate: Un discreto dulzor que seduce y se ve contrastado, casi interrumpido por los destellos del capsicum que despierta cierta picardía en el paladar.

•    De curazao: La seducción de tierras latinas, con un licor de naranja que ignora el color de dicho fruto y se impone electrizante, casi radiactivo y anticipado a su época, provoca esa lucha del bien y el mal para beberlo, siendo el azul un color poco percibido como comestible pero altamente apasionante.

•    Pitahaya y kiwi: El contraste del color lila de la fruta mexicana, hija de las cactáceas, de piel rosa mexicano e interior surrealista, comparte un espacio en la copa con ese fruto de tierras de Oceanía, cuyo color verde encendido despierta interés por descubrir su textura y adivinar la acidez que puede provocarnos un placer paradójico.

•    De té verde: Saludable sin duda, con aromas de oriente y ese toque pecaminoso del alcohol que contrarresta esa buena intención de cuidar nuestra salud, pero es siempre excelente en nuestros labios.

•    De curry con un toque de coco: Ligeramente picante, con aromas ahumados, de cúrcuma, semilla de cilantro y ese dejo de dulzor de la leche de coco que asemeja terciopelo al contacto con los órganos de la cavidad bucal.

•    De pétalos de girasol: Flores flotando dentro de la mezcla de licores que dan una imagen romántica y un tanto melancólica, al probarlo, la textura es algo nuevo, poco frecuente pero hay un algo que se tiene que sentir para lograr obtener ese perfume que emanan los pétalos.

•    De pimienta rosa: Pequeñas esferas color rosa intenso que esperan a ser degustadas en el fondo de la copa con ayuda de una cucharilla, alcanzando pieza por pieza, se tritura cada especia para percatarse de la liberación de sabores.

•    De chile poblano y nueces: Evidentemente picante, con textura untuosa y un acento innegablemente mexicano, las nueces complementan esa idea de la deconstrucción de un platillo nacional y nos hacen pensar cuánto ha evolucionado la culinaria virreinal en nuestros tiempos.

•    De pitaya: No confundir con la pitahaya, la primera, es la prima colorada de la tuna y pariente lejano de su similar fonético. Los martinis que llevan esta fruta como protagonista presumen de un rojo rubí que despierta pasiones por beberlo hasta saciar la sed y apagar los instintos del amor.

•     Con granos de granada: Cuales piedras preciosas envueltas dentro de un diamante, estas piececillas se presentan deslumbrantes y tentadoras, al morder cada pieza, la boca se llena de explosiones jugosas que llaman al hedonismo.

•    Polvo de oro y una gota de chocolate al 90 por ciento de cacao: Lo mágico de esta versión es ver caer la gota dentro del líquido y cuajar inmediatamente para caer al fondo y mezclarse con el metal precioso.

•    Con un toque de mezcal blanco y maracuyá: Mexicano y tropical a la vez, es ya más que un martini, toda una evolución bebible que aborda la geografía mundial.

•    De cardamomo: Idealmente el martini seco contrasta con ese sabor ampliamente mentolado que se extiende por toda la cavidad oral al morder la diminuta especia, es una experiencia que tiene que vivirse para poder describir la sensación.

Luis Buñuel heredó su propia receta a todo lector de su obra Mi último suspiro, Hemingway lo bebía en Venecia, sentado en el Harri’s Bar solicitando siempre 15 medidas de gin por una de vermouth, mientras que Dean Martin lo maridó con el cigarro para utilizarlo como su tarjeta de presentación en el medio artístico.

Winston Churchill sin duda creía tener la mejor receta: su secreto radicaba en enfriar la ginebra y las copas al unísono, agregaba una aceituna cuidadosamente seleccionada por él mismo y miraba fijamente la botella del mejor vermouth seco que podía conseguirse en aquella época, en un instante daba el toque final con este néctar y su obra maestra quedaba lista para beber.

Cada quien puede dar su toque al igual que el político del Reino Unido lo hacía, para lograr un martini que asemeje una obra maestra, ya sea en su más clásica versión o en una modalidad contemporánea que lleva siempre la creatividad de su compositor en el alma de la bebida para ser descubierta por todo aquel que la deguste.

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