Internacional

Colaboradora invitada: “No somos tan diferentes”… Vivencias de una mexicana en África

Lani Anaya se encuentra en Kenia, cumpliendo su proyecto de ayuda a niños y mujeres keniatas en situación de VIH

Texto y fotografías: Cortesía de Lani Mireya Anaya Jiménez, licenciada en relaciones internacionales por la UNAM y estudiante de maestría en estudios de paz y conflictos por la Universidad de Uppsala, Suecia

Para que usted comprenda mejor este texto, le aconsejamos, amable lector, revise la publicación realizada hace un año: http://www.protocolo.com.mx/responsabilidadsocial/emprende-lani-anaya-viaje-altruista-a-kenia/

África fue un objetivo desde los inicios de mis estudios.

Vivencias de una mexicana en ÁfricaLa primera cuestión que llamó mi atención fue un argumento de la embajadora Olga Pellicer durante una conferencia donde se estudiaba las oportunidades y posibles retos de que México entrara en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas en el año 2008, si bien nuestro país había postulado su candidatura, teníamos la desventaja de poca presencia en suelo africano, región que presentaba los conflictos internacionales más relevantes de ese entonces.

Posteriormente, durante los últimos semestres de la licenciatura, recuerdo que mi primera propuesta para el trabajo de tesis buscaba hacer un estudio comparativo entre las culturas africana y latinoamericana a fin de comprobar que la cooperación entre ambas regiones podría ser factible para el mutuo desarrollo; algunos profesores me desalentaron pues decían que tal estudio era poco posible y la cooperación sur-sur, era una realidad aún más difícil de alcanzar.

Cuando comentaba la idea que tenían algunas personas sobre África: un sitio de pobreza, con niños luchando contra la inanición, de conflictos violentos basados en los grupos étnicos, entre otros imaginarios; me comentaban que era una comparación poco factible porque nosotros vivíamos en un lugar con “más desarrollo”.

Tras el apoyo de mi asesor, terminé por escribir acerca de un tema que tomó mi atención en Sierra Leona, pero a pesar de que la idea no fue aprobada, me resistía a no hablar sobre algún tema de ese enigmático continente.

Hoy por hoy, me alegra no haber desistido con el afán de conocer un poquito de África. Poder experimentar la vida en un país como Kenia me ha servido como un “estudio empírico” acerca de nuestras similitudes, de los aprendizajes que podemos adquirir unos de otros y de la cooperación que podría mejorarse.

Estando aqui, he comprobado cómo nuestras historias se entrelazan. Ambas regiones tenemos un pasado de culturas coloridas y completas que fueron interrumpidas por la colonización, existe una herencia europea que nos otorgó conocimientos pero también tocó relaciones entre semejantes. Somos culturas que sonríen, que hospedan y que se llevan el corazón de la gente. Tenemos los recursos naturales más bellos y nuestros ecosistemas son tan diversos.

Desde México, he recibido preguntas de amigos: ¿hay supermercados?, ¿existe la coca-cola?, ¿hay muchos niños huérfanos?, ¿no te ha dado malaria?, ¿ya fuiste a la selva?

Ngong, Kenia tiene una atmósfera que se podría comparar con Coyutla, Veracruz, una hermosa región rural de nuestro país, combinada con las grandes favelas de Brasil; por supuesto hay cadenas de supermercados, el refresco de “la chispa de la vida” es más que conocido, las frutas y verduras son extraordinarias ¡y baratas!, el aguacate, que tiene unos 20 cm de altura, cuesta cuatro pesos, los Matatu (equivalente a microbuses de transporte colectivo), tienen frases de Nelson Mandela y cuentan con wi-fi, la malaria existe en algunas zonas y los leones no viven en la selva, sino en la sabana.

La diplomacia no incluye únicamente a los gobiernos, sino a los actores locales, mismos que definen un lugar. Hay niños huérfanos, pero no son la mayoría. Sí, convivo con mujeres y niños afectados por el VIH, sin embargo, eso no significa que nosotros no enfrentemos enfermedades. Las mujeres han sido mis maestras en cuanto a la resiliencia, mientras que los niños me han enseñado la inocencia y esperanza.

Los kenianos son de las personas más amables que conozco (tomando en cuenta que los mexicanos nos distinguimos también por esta cualidad). Las familias, las oficinas y los negocios te consienten con una taza de té con leche y un mandazi (una especie de pan), pero también con un abrazo y bellas palabras.

Si pudiera definir en breves frases, diría que es un lugar colorido por la alegría de las personas, las telas tan detalladas, las sonrisas y los paisajes.

La puntualidad es algo que no se conoce y muchas personas se despreocupan de las tareas urgentes, los jóvenes y los niños son la población más numerosa, pero menos favorecida.

Ahora que es temporada electoral, los ciudadanos reciben regalos de los partidos políticos, el peatón es una figura poco respetada por los conductores, el regateo es parte de cada compra y el comercio ambulante abunda en las calles. Cualquier parecido con nuestra realidad es mera coincidencia…

En estos meses, puedo comprobar que nuestras similitudes culturales en términos de historia, raíces, religión, artes, podrían acercarnos más a pesar de la distancia. La cuestión es que hemos procurado poco el conocer unos de otros, y nos remitimos a los estereotipos que existen en ambas zonas.

En lo personal y tras esta experiencia, me animo a pensar que en esta sinergia sur-sur, sí existen las voluntades, todo puede ser posible. Sería bueno seguir diversificando nuestras relaciones entre países latinos y africanos en los planos individual, local, nacional y regional.

Es preciso reconstruir nuestras ideas preestablecidas sobre las regiones y abrirnos a la posibilidad de mayores interacciones para aprender unos de otros, al mismo tiempo de fortalecer vínculos de cooperación para el desarrollo sostenible.

No pierdo la esperanza de ver que nuestros países puedan ser más cercanos y que algún día demos la importancia que merece este maravilloso y plural continente africano.

 

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