Internacional

Constitución Europea ¿El fin?

Desde hace casi 50 años, Europa asumió un proyecto hasta cierto punto idealista que al día de hoy ha cosechado importantes frutos, pero que sobre todo ha logrado redefinir y fortalecer a la Europa de la posguerra.

En 1957, Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos firmaron, en la ciudad de Roma, los tratados constitutivos de la Comunidad Económica Europea y la Comunidad Europea de la Energía Atómica, su objetivo primordial era el desarrollo económico de sus respectivos países basados en un modelo de cooperación y libre mercado.

En 1992, en Maastricht, Países Bajos, las naciones integrantes del Tratado de Roma y las que gradualmente se fueron adhiriendo al proyecto de unificación (Dinamarca, Grecia, España, Irlanda, Portugal y el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte) firmaron un nuevo tratado constituyendo oficialmente a la Unión Europea, la cual estaría basada no sólo en los principios rectores del anterior tratado, sino en nuevos objetivos tales como la creación de una moneda única, la afirmación de la identidad europea en el contexto internacional, el establecimiento de una ciudadanía y el desarrollo de una estrecha cooperación basada en las instituciones creadas para la Unión. Este tratado dibujaba por primera vez una unión más allá de los lazos económicos, pero con un claro respeto a la identidad y la soberanía nacional de cada país.

Para 1997 ya se habían adherido a la Unión Europea: Austria, Finlandia y Suecia que sumaban ya 15 miembros; todos ellos firmaron en Ámsterdam un tratado que agrupaba los dos anteriores pero a su vez incluía nuevas materias de competencia de la Unión (medio ambiente, fiscalización, cultura, salud pública, etc.) con el objetivo de hacerle frente a los nuevos retos mundiales. Por obvias razones las instituciones se fortalecieron y por consiguiente los estados miembros tuvieron que ir cediendo terreno al interior de sus fronteras.

En 2001, los 15 miembros de la Unión firmaron en la ciudad de Niza su último tratado con el objetivo fundamental de preparar a la Unión Europea para la incorporación de 10 nuevos miembros. Este tratado, buscó una consolidación de las instituciones y trazó algunas modificaciones.

Estos cuatro tratados son considerados la espina dorsal de la Unión Europea, pero como a todo organismo, le hacía falta un cuerpo. Los europeístas suponían que con 48 años de existencia la Unión Europea ya estaba preparada para terminar de formar el proyecto, el cual se reflejaría en una anhelada unión política.

El sueño de Víctor Hugo

Dicen que Víctor Hugo, en el siglo XIX, ya vislumbraba los Estados Unidos de Europa, aunque más de dos lo tacharan de utópico por decir lo menos.

Sin embargo, el sueño de Víctor Hugo se puso en marcha el 29 de octubre de 2004, cuando los jefes de Estado y de Gobierno de los 25 estados miembros (con la adhesión de Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta, Polonia y la República Checa) y los tres candidatos a nuevos miembros (Bulgaria, Croacia y Rumania) firmaron el tratado que instituía una Constitución para Europa.

La llamada Constitución Europea no es otra cosa más que un compendio de los tratados anteriores con algunos elementos nuevos, como la carta de los derechos fundamentales, que debe ser sometida a la ratificación de cada uno de los estados miembros para que pueda entrar en vigor.

Este tratado, a diferencia de los anteriores, puede ser adoptado por los países signatarios por medio de dos procedimientos (el que quie-ran o el que se ajuste a las normas de cada país) por la vía parlamentaria, es decir, aprobado por la cámara o cámaras parlamentarias del Estado o por la vía del referéndum, aprobado por el voto de los ciudadanos. La entrada en vigor de la Constitución se fijó para el 1 de noviembre
de 2006, aunque no como fecha definitiva.

Rechazo

La vía del referéndum ha sido la única que ha rechazado el tratado. Las lecturas derivadas de este rechazo son varias. Algunos analistas concuerdan en señalar que las grandes decisiones de la Unión Europea nunca estuvieron pensadas para ser aprobadas por el voto ciudadano y que esta exclusión ha cobrado factura en esta ocasión. Otros opinan que este tratado ha estado carente de líderes capaces de convencer no sólo a la elite política sino también a la opinión pública.

Pero la tesis más aceptada, en estos días, sobre el rechazo de la Constitución tiene su base en los problemas internos de Francia y Holanda.

Caso Francia

En Francia hay una grave crisis política y económica. Los partidos políticos están en plena competencia por asumir el poder y por echar en cara los errores del gobierno del primer ministro Jean Pierre Raffarin, aunado a ello la popularidad del presidente Jaques Chirac ha decrecido notablemente desde que inició su mandato hace 10 años y esto se debe, en parte, a la mala situación económica que está viviendo Francia, casi un 10 por ciento de la población económicamente activa está desempleada.

Además de esto se dice que hubo otros temas que motivaron a los franceses para no votar a favor: el miedo a la pérdida del Estado de bienestar, a la pérdida de soberanía nacional, el recelo ante la migración y la liberalización de la economía. Y este malestar se hacía notar antes del referéndum ya que las encuestas señalaban que la Constitución tenía una mejor acogida entre la población de la tercera edad (casi un 60 por ciento votaban por el sí) que entre el resto de la población, y se destacaba que el no se acentuaba más cuando el encuestado era joven. También entre las propias clases sociales había una notable diferencia, los profesionales y ejecutivos estaban a favor del sí, mientras que los obreros y jubilados votaban por el no.

Holanda

En Holanda los motivos del no, se dice que no sólo estuvieron basados en las propias fallas de la Unión Europea, sino en un gobierno exageradamente liberal que ha tenido una manga ancha para ciertos temas. Aunque también se subraya que la migración ha sido un tema base en esa negativa.

Y eso es muy cierto en ambos países y al parecer en otros. La inmigración desgraciadamente se ha comenzado a ver con otros ojos desde los atentados terroristas del 11 de septiembre y del 11 de marzo, aunque hay sociedades europeas que tradicionalmente se han opuesto o han mirado con recelo los flujos migratorios desde muchos años atrás. Sin embargo, ahora la desconfianza está ocasionada por la entrada de Turquía a la Unión Europea (aunque formalmente no han iniciado las negociaciones de su adhesión, las instituciones de la Unión ya le han dado el visto bueno para ser iniciadas a partir de octubre de este año, las cuales podrían durar de 10 a 15 años).

No a Turquía

Desde diciembre de 2004 estaba claro que tanto la población francesa como la holandesa se negaban a que Turquía ingresara a la Unión Europea, de hecho el propio ministro francés de Relaciones Exteriores, Michael Barnier, admitió en una declaración lo siguiente: “Si existe una relación entre Turquía y la Constitución perde-remos el referéndum. Así de simple”, hoy te-nemos demostrada su profecía, aunque éste no haya sido el único factor.

Los casos de Holanda, Dinamarca y Austria (aunque en este último país la Constitución Europea ya ha sido aprobada por el Parlamento) están basados casi en los mismos argumentos franceses, el temor a que la presencia de la religión musulmana en Europa pueda dañar la tradición cristiana del continente y el rechazo hacia una población islámica después de los atentados terroristas.

Alemania y Chipre

Alemania fue otro de los países que se han negado a la adhesión, pero el tema aquí sirvió más que para derrocar al tratado europeo (que fue ratificado por el Parlamento y por tanto aprobado) para abanderar con fines electorales a los partidos de oposición.

Y Chipre se basa en otros argumentos (que no tienen que ver con los principios religiosos de la población turca) para negarse a la adhesión y es el hecho de que el gobierno de Turquía reconozca legalmente a la República de Chipre como un Estado independiente y soberano. Este reconocimiento puede ser un obstáculo para iniciar las negociaciones de adhesión si el gobierno turco no lo hace a su debido tiempo.

Hay que señalar que la Unión Europea se aletargó después de los atentados terroristas y no llevó a cabo políticas sociales que ayudaran a los europeos a superar la fobia por todo aquello que representara a los fundamentalistas islámicos.

Consecuencias

Lo cierto es que sean cuales fueren los motivos que orillaron al no a franceses y holandeses, los costos políticos y quizás económicos que tendrá que afrontar la Unión no son pocos. El mundo necesita de la Unión Europea como un contrapeso a la hegemonía estadounidense, y ha demostrado que puede ser capaz de asumir ese papel en la comunidad internacional, sólo hay que recordar la importancia que va adquiriendo el euro.

Les convendría a los líderes europeos reiniciar las negociaciones para un nuevo tratado lo antes posible, si no quieren que el virus del retroceso y el nacionalismo se apodere de los ciudadanos y los gobiernos de los estados miembros, perdiéndose los logros de 40 años.

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