Internacional

El interlocutor de Dios

A casi un año de las elecciones en Estados Unidos, George W. Bush, quien intentará reelegirse para un segundo periodo, afronta grandes retos, sobre todo remontar su decreciente popularidad y descrédito ante un electorado al que poco le importa si ganó o perdió la guerra contra Irak, sino el deplorable estado de la economía del país, comparable, coinciden analistas políticos, al que provocó el crac de Wall Street en 1929.

Al margen del incremento de millones de desempleados y de fuentes de trabajo que desaparecen de un día para otro, como en California, que ante la debacle económica y financiera en la entidad decidió destituir a su gobernador, Gray Davis, el pasado 7 de octubre, la telaraña de mentiras y engaños que sustentaron las incursiones armadas, primero en Afganistán y luego en Irak, empiezán a tomarse en serio y amenazán con poner fin a las aspiraciones «imperiales» del hombre que afirma «habla directamente con Dios».

Dos meses después de los ataques terroristas contra Nueva York y Washington, diversos investigadores, tanto en Estados Unidos como en Europa, presentaron evidencias incuestionables de que la administración sabía de antemano lo que iba a ocurrir aquel fatídico martes 11 de septiembre de 2001, y no hizo nada para evitarlo. Expertos como el ex agente Michael Ruppert, recorrieron el país y en foros universitarios con audiencias multitudinarias, presentó más de 130 pruebas fehacientes de la supuesta complicidad del gobierno republicano en los atentados.

Calificadas de «teorías de la conspiración», las evidencias fueron «descalificadas» por un pueblo aterrorizado por la masiva propaganda que el equipo de «halcones» del presidente lanzó a través de los medios de comunicación, en particular la televisión. Había que prepararse para los virtuales ataques terroristas contra Estados Unidos, esta vez con «armas de destrucción masiva», que el líder irakí, Saddam Hussein, habría fabricado durante la última década.

De nada sirvió que el equipo de inspectores de Naciones Unidas, presidido por Hans Blix, declarara la inexistencia de los supuestos arsenales en Irak. Bush y sus «halcones»: el vicepresidente Dick Cheney; los jefes del Pentágono, Donald Rumsfeld y Paul Wolfowitz, así como la consejera de Seguridad Nacional, Condolezza Rice, estaban decididos a invadir ese país y deshacerse de Hussein, con o sin el permiso de la comunidad internacional.

Con base en pruebas prefabricadas y siempre bajo la amenaza de que EU sería atacado otra vez a menos que se tomaran las medidas preventivas, Bush consiguió la autorización del Congreso para invadir Irak. No corrió con la misma suerte entre la mayoría de los países miembros del Consejo de Seguridad de la ONU. Salvo Gran Bretaña y España, que sin duda sabían que la verdadera razón para iniciar la guerra era apropiarse de la mayor riqueza petrolera del mundo, los demás votaron en contra de la iniciativa bélica.

La supuesta «buena voluntad» del jefe de la Casa Blanca de liberar al pueblo irakí de la represión de su líder, «un presidente que en su momento inventó la CIA», escribió el historiador Robert Parry, y los argumentos de desmantelar el arsenal bélico, lo que evitaría otra tragedia de las dimensiones del 11/S, fueron asuntos secundarios y parte del plan prefabricado desde finales de la década pasada por esos mismos funcionarios de extrema derecha que hoy ostentan el poder en Washington.

Las frustraciones de Bush

En 1997, un grupo de neoconservadores (integrado por Cheney, Wolfowitz, Rumsfeld y Jeb, el hermano del presidente y actual gobernador de Florida) entre otros, fundaron el «Proyecto para un Nuevo Siglo Americano» (PNAC, por sus siglas en inglés), una entidad dedicada a desarrollar las políticas bélicas y de defensa que actualmente se conocen como «Doctrina Bush».

A dos meses de que ganara las elecciones más controvertidas de la historia de EU, el grupo de 25 miembros, publicó un reporte de 81 páginas, denominado «Reconstruyendo las Defensas de América» –en el que quedaron establecidas las nuevas reglas del juego imperial–. Sobresalen los capítulos sobre la «guerra preventiva», es decir, atacar al enemigo antes de que éste lo haga, y la capacidad real de EU de «pelear» y «ganar» guerras simultáneas en «diversos teatros bélicos».

Afganistán fue la primera prueba para Bush que invadió y en pocas semanas aplastó al viejo régimen de los talibán. Aunque la victoria no fue total, pues hasta hoy el líder máximo del grupo terrorista Al Qaeda, y presunto autor intelectual del 11/S, Osama ben Laden no ha sido capturado, la Casa Blanca y el Pentágono optaron por dar el segundo paso, esta vez contra Irak y Hussein.

Según sus planes, luego de incesantes bombardeos aéreos, la incursión de las tropas sería rápida, contundente y recibida por el pueblo irakí con los brazos abiertos, «símbolo de una «fuerza de liberación». Sin embargo, no contó con que independientemente de Hussein, la resistencia irakí a la presencia militar estadounidense, le representaría a corto plazo un número importante de bajas en el ejército, y un gasto mucho mayor al previsto para la reconstrucción del país.

La administración, que en un principio adjudicó los mayores y más jugosos contratos de reconstrucción a dos de sus más poderosas y multimillonarias compañías: Bechtel y desde luego Halliburton, cuyo penúltimo presidente y director general fue nada menos que el vicepresidente Cheney, pronto se percató que la suma mínima requerida para ese efecto podría rebasar los 87 mil millones de dólares.

A luz de las elecciones de 2004, cuando además del presidente, EU elegirá a la Cámara de Representantes en su totalidad y a una tercera parte del Senado, el Congreso optó por recortar dicha suma, cuyo origen es el bolsillo de los contribuyentes o electores que el año que viene decidirán si el país va por el camino correcto bajo el mando de los republicanos. Podría suceder otra vez, que la historia del padre se repita en el hijo y sea sustituido por un carismático demócrata a la Clinton-look.

Por eso Bush se vio obligado a pedir ayuda financiera a esas mismas naciones que denunció y atacó ferozmente en la ONU por no apoyarlo en su guerra. Ahora, ante las críticas de sus ciudadanos por los excesivos gastos en el país invadido, mientras la economía estadounidense sigue cuesta abajo, Washington espera obtener asistencia de otras naciones y reunir 56 mil millones de dólares para reedificar Irak, según el Banco Mundial, la ONU y la Autoridad Provisional de la Coalición que gobierna ese país.

La pregunta es: ¿podrá Bush convencer al mundo de invertir 36 mil millones de dólares entre 2004 y 2007, además de 20 mil millones adicionales para poner en marcha la industria petrolera y la seguridad en Irak? Si lo logra, el mundo estaría obligado a marcarle un alto definitivo para futuras aventuras bélicas previstas en Siria, Irán y Corea del Norte, y media docena más de «Estados terroristas», pues no es válido y mucho menos «compasivo» que el «interlocutor» de Dios, destruya todo aquello que se opone a sus planes, y otros deban asumir la responsabilidad moral y económica de remediar las consecuencias de sus perversas decisiones.

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