Internacional

Importancia de Eurasia en el orden mundial del siglo XXI

El concepto de un «nuevo orden mundial» ha sido planteado a partir del fin de la Guerra Fría, y por lo tanto, del enfrentamiento de los dos bloques de poder triunfantes en la Segunda Guerra Mundial.

En esta pretendida nueva configuración global, el aspecto económico parece ser primordial, donde la contienda se centra en la captación de mercados y de zonas de producción de menor costo y mejores condiciones para las empresas de los países más desarrollados.

No obstante la validez de esta afirmación, es indudable que un aspecto central para una real preeminencia mundial lo constituye una influencia determinante en Eurasia –zona geográfica comprendida por la conjunción de Europa y Asia, cuya división, fijada por la barrera de los Montes Urales y del Cáucaso, en realidad responde a conceptos histórico-políticos, ya que en lo geográfico, forma una entidad continua.

Esto se afirma porque la historia así lo señala, prueba de ello es que hasta antes de la actual configuración de poder, liderada por Estados Unidos, la mayor potencia mundial siempre había sido una nación euroasiática, en especial europea (en la época bipolar, la otrora URSS, en conjunción con EU, que es un país no euroasiático), pero sobre todo, debemos considerar que dicha zona concentra alrededor de tres cuartas partes de la población del planeta, un amplio porcentaje –alrededor de 60 por ciento– de la producción mundial y cuenta con los más vastos recursos, en especial minerales y petrolíferos, del globo.

Aunado a esto, cuatro de las cinco potencias nucleares reconocidas están localizadas en la región –China, Francia, Gran Bretaña y Rusia–, así como la mayoría de las naciones con virtual poderío nuclear, además de un gran número de Estados considerados como potencias medias, lo que la hace foco de numerosas tensiones y juegos de poder regionales.

Antes del fin de la Guerra Fría, una considerable parte de esa enorme masa geográfica estuvo dominada por la entonces Unión Soviética –que por sí sola abarcaba más de 22 millones de kilómetros cuadrados– y su órbita de influencia, aunque es innegable la ventajosa situación que desde entonces poseía Estados Unidos en diversas regiones, como Europa occidental y el extremo oriental de Eurasia, en especial Japón, Corea del Sur y los llamados «Nics».

Con el colapso de la URSS y de su sistema ideológico-productivo, acompañado del retiro de su influencia en buena parte de la región, su hasta entonces contraparte en la contienda, Estados Unidos, afianzó su posición como nunca antes, emergiendo como el único poder del planeta, lo que llevó a concebir al mundo como unipolar, si bien diversas opiniones consideraron que más bien se tendía a un mundo multipolar, dada la fortaleza y pujanza de otros actores en el plano internacional, especialmente Japón y Alemania, así como un creciente poderío de China.

Además, si se considera a la Unión Europea como un todo, es evidente que al menos en el aspecto económico, presenta un polo de poder tan grande como el estadounidense; de hecho, el Producto Interno Bruto (PIB) de los 15 miembros de la UE es superior al de Estados Unidos.

Sin embargo, en el panorama militar es evidente la supremacía mundial norteamericana y su influencia en este aspecto en los países europeos más poderosos y en Japón, lo cual lo convierte en la indiscutible primera potencia militar del orbe.

Supremacía estadounidense

No se avizora en el plano internacional a alguna nación que esté en condiciones de disputar a Estados Unidos su calidad de primera potencia. Si bien algunos analistas podrían considerar a China como un posible rival en este aspecto, difícilmente esta nación podrá ser el Estado dominante en el orbe.

Aunque la pujanza económica de China es muy importante (se calcula que para el año 2025 este país tendrá el PIB más alto del mundo) y cuenta con una población amplia y extenso territorio, así como la creciente influencia que ejerce en la zona asiática del Pacífico, aspecto en que la existencia de importantes comunidades de origen chino en los países de la región desempeña un destacado papel, no es viable su ascenso a la supremacía mundial.

China podrá aspirar a ser una potencia de primer orden, incluso en términos culturales, en la zona del oriente asiático, su zona natural de influencia, pero difícilmente llegará a ser la potencia dominante en el otro extremo de Eurasia, es decir, en Europa, dada su lejanía geográfica aunada a la diametral diferencia etnocultural entre ambas sociedades.

En cambio, Estados Unidos sí mantiene ese vínculo «societal», que aunado a su poderío económico, tecnológico y militar, lo convierten en el garante del orden político no sólo en Eurasia, sino a escala global, pues es evidente que aunado a su situación de poder en esa zona, su influencia es aún más determinante en el continente americano, y con respecto a África, sus intereses estarían virtualmente representados mediante la vinculación con sus aliados europeos.

En tanto se logre consolidar la relación de Estados Unidos con la Unión Europea y Japón, se tenderá a que su modelo basado en el libre mercado, dinamismo productivo y orientación democrática, sea adoptado por más naciones.

Especial atención debe centrarse en diversas latitudes, como las ex repúblicas soviéticas, los países de Europa central y oriental y las naciones del sureste de Asia. Solamente con una real coincidencia de valores compartidos y de esquemas políticos podrá hablarse de un efectivo nuevo orden mundial.

Fundamentalismo musulmán

Existen diversos elementos que deben tomarse en cuenta en este panorama, como la creciente propagación del fundamentalismo musulmán. Puede considerarse que si bien no en todos los países islámicos se tiende al fundamentalismo religioso, paulatinamente el islam se está convirtiendo en uno de los componentes de la nueva versión de la pugna occidente-oriente que en el pasado representó el socialismo, siendo la otra confrontación la que se vive con los cárteles del narcotráfico.

Un aspecto que debe destacarse es que parte significativa de los recursos energéticos del planeta se encuentra localizado en la jurisdic-ción de países con población musulmana, y ello hace más delicada la relación entre esas naciones.

En cuanto a la función que un ordenamiento jurídico mundial tendrá en este nuevo siglo, podemos determinar que continuará disminuyendo el poder real de decisión y actuación del organismo global por excelencia, la Organización de las Naciones Unidas, ya que acontecimientos como la crisis de Kosovo así lo indican.

En este sentido, se avizora el afianzamiento de la decisiva importancia de entidades como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en la resolución de conflictos internacionales, lo cual confirma el poderío de Estados Unidos, que es la fuerza determinante en esa alianza militar.

Sin pretender menoscabar la importancia que revisten aspectos como las relaciones económicas internacionales, así como la existencia de diversos esquemas de ordenamiento jurídico a escala supranacional, podemos afirmar que el orden que prevalecerá en el siglo XXI dependerá directamente del país o grupo de países que logren la supremacía en lo que constituye la zona geoestratégica vital de la tierra: Eurasia.

Al respecto, se puede afirmar que una vez analizados diversos aspectos en torno a cuál de los actores del panorama internacional estará en condiciones de dictaminar y operar esas líneas de juego del orden mundial, es indudable que Estados Unidos seguirá dando la pauta que debe seguirse en las relaciones de poder, siempre y cuando opere en conjunción con sus poderosos aliados europeo-occidentales, y además procure mantener una cautelosa relación con el país cuya importancia aumenta cada día más: China.

Además, para consolidar la posición estadounidense se debe procurar estrechar la colaboración con Rusia, para ayudarla a superar la profunda crisis económica y social en la que está inmersa –la cual puede resultar altamente peligrosa para la estabilidad mundial, sobre todo por la condición de potencia nuclear de dicho país–, y propiciar una sólida relación con «occidente» para que así los rusos renuncien a alguna pretensión futura con el objetivo de restablecer su pasado imperial, lo que se presume difícil si llega a consolidarse su situación como Estados independientes de los otrora componentes de la Unión Soviética.

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