Internacional

La diplomacia del lápiz: para luchar contra la intolerancia

El dibujante Plantu fomenta el diálogo con los dibujantes de todo el mundo

Por Marie-Michèle Martinet

¿Quién no ha oído hablar de Plantu? Mejor dicho: ¿quién no ha sonreído al ver alguno de sus dibujos, que se publican diariamente en las columnas del periódico Le Monde? Lo que no todo el mundo sabe es que este dibujante participó en la creación del proyecto Cartooning for Peace que, en 2006 en Nueva York, en la sede de la ONU, reunió por primera vez a dibujantes de todo el mundo para debatir el cometido del dibujante de prensa y de las caricaturas como medio de expresión y comunicación. Tres años después, realizó un primer balance.

El hecho se produce en noviembre de 1991. El dibujante Plantu, cuyos dibujos publica el diario Le Monde desde el inicio de los años setenta del siglo XX, se encuentra en Túnez con ocasión de una exposición dedicada a su obra. Aprovechando este viaje, conoce a Yasser Arafat y propone al mandatario palestino que reaccione ante sus dibujos. Yasser Arafat acepta el desafío: en la bandera israelí esbozada por Plantu, el propio Arafat dibuja la estrella de David.

Un año más tarde, Plantu se reúne con Simón Peres en Jerusalén. A él también le entrega un lápiz y obtiene la exclusiva de su vida: por primera vez, y un año antes de los Acuerdos de Oslo de 1993, un mismo documento recoge las firmas del número uno de la OLP y del líder de la diplomacia israelí…

Este increíble encuentro a través de un intercambio de lápices produjo un vuelco en la historia del dibujo de prensa, que nunca se había vinculado de un modo tan directo con la historia. Incluso durante el siglo XIX, a pesar de que fue la edad de oro de la caricatura gracias a la expansión de la prensa galvanizada como resultado de la Revolución Industrial y de los avances técnicos, los dibujantes se conformaban con hacer pensar o hacer reír empleando el vitriolo, como lo hiciera el despiadado Honoré Daumier, álter ego gráfico de otro Honoré, el fabuloso Balzac, escritor y autor de la maravillosa Comedia Humana. No hay nada colosal en Plantu: es un hombre delgado, discreto, casi tímido. Sin embargo, su proyecto gráfico es inmenso, ya que se ha fijado como objetivo la restauración del diálogo entre las culturas por medio del dibujo que, al transgredir las barreras lingüísticas, cuenta, con respecto a las palabras, con la ventaja de ser inmediatamente accesible para todos.

Al reunir en un mismo dibujo a Arafat y a Peres, Plantu sentó las bases de una nueva misión del dibujante; la agencia Reuters definirá esta misión mediante la calificación de “Cartoon’s diplomacy”. Esta diplomacia del lápiz, en la que el dibujante no es un mero espectador, sino que también se convierte en actor, es la que reivindica Plantu: “Cuando Yasser Arafat se reunió conmigo en Túnez, yo no imaginaba que iba a emplear el dibujo para reconocer el Estado de Israel. Ese hecho fue una sorpresa para mí como dibujante. Comprendí que el dibujo podía servir de intermediario para tratar de hacer avanzar las cosas…”, explica Plantu.

Esta experiencia inicial sentó las bases del proyecto Cartooning for Peace, cuya primera edición, en otoño de 2006 en Nueva York, en la sede de la ONU, reunió a 12 dibujantes de todo el mundo al servicio de la tolerancia y de la paz. Una apuesta arriesgada tras el problema de las “caricaturas danesas de Mahoma”, una polémica que ha soliviantado a personas muy poco inclinadas al diálogo entre culturas y a la comprensión mutua: “El secretario general de la ONU, Kofi Annan, nos ha propuesto organizar debates sobre un tema unificador y pedagógico: aprender a olvidar la intolerancia”, señaló Plantu en ese entonces.

Hay que decir que la partida no estaba ganada de antemano… Sin embargo, las exposiciones y los debates organizados en todo el mundo y en todos los continentes durante estos últimos años suscitan interés. A pesar de los riesgos que a veces corren los autores; las manipulaciones que se pueden producir en un mundo en el que internet fomenta la dilución e, incluso, la distorsión de los mensajes; los fundamentalistas que exigen que se modifique o se retire un dibujo; la censura y los tabúes contra los que no luchan las democracias occidentales, instaladas en lo “políticamente correcto”… Plantu no tira la toalla: “Cada vez que inicio una discusión con un colega, me doy cuenta con más profundidad de sus dificultades y aprovecho su experiencia para comprender mejor lo que significa la libertad de opinión.” Plantu sabe que el destino del dibujante es un barómetro muy preciso de esta libertad.

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