Internacional

Megawati Sukarnoputri: siguiendo los pasos de su padre

Hace seis años, la entonces lideresa de la oposición indonesia Megawati Sukarnoputri comentó que no pensaba que el sistema político bajo el represivo presidente Suharto fuera tan malo, ya que «sólo faltaba abrirlo un poquito para permitir la entrada de más luz».

Con esta cándida observación, Megawati se reveló como lo que hemos visto que ha sido durante sus primeros seis meses como mandataria de la nación islámica más grande del mundo, es decir, una miembro certificada de la elite gobernante de Indonesia, obviamente perturbada por la corrupción y la falta de libertades democráticas en su país, pero claramente cómoda con el orden y estabilidad que éstas le rindieron y sumamente cauta con las cosas rápidamente cambiantes.

Aunque Suharto guió a Indonesia a un crecimiento económico considerable a lo largo de su dominio de 32 años, la década final de su régimen, la cual acabó con su renuncia en 1998, convirtió a ese inmenso archipiélago de 17,000 islas en el emblema asiático de corrupción y decadencia.

Y a medio año de haber tomado posesión como presidenta, Megawati parece haber regresado a las viejas prácticas de represión y encubrimiento que fueron el sello de su padre, Achmad Sukarno, fundador de la nación moderna, y de su predecesor, Suharto.

Desesperada por asegurar su puesto político, Megawati ha tratado de destruir la credibilidad de sus antecesores B.J. Habibie y Abdurrahman Wahid, a la vez de cerrar las ventanas de transparencia en su administración. Ya no existe la posición de vocero presidencial, el rígido protocolo e intensa seguridad de los «viejos tiempos» han sido implantados nuevamente.

Asimismo, la Agencia para la Reestructuración de la Banca Indonesia (IBRA, por sus siglas en inglés) está programando la venta de considerables bienes estatales en un pequeño comité de puertas cerradas y un mínimo conocimiento directo del pueblo.

Ciertamente, Megawati heredó de sus predecesores una tarea difícil, y el joven proceso democrático indonesio ha creado un escenario político inexplorado para la presidenta. Pero hoy día la clase dominante está tratando de balancear los intereses de nuevas voces sin causar demasiadas incomodidades financieras para sí misma.

La corrupción en la «nueva» Indonesia es tan imperiosa como en los tiempos anteriores de la «democratización», y no existe un sistema eficiente para penalizar a los culpables.

En los últimos cuatro años, sólo un personaje prominente, un tal Bobo Hasan, ha sido encarcelado bajo cargos de mal manejo de fondos públicos, y las acusaciones de soborno contra Tommy Suharto, hijo pródigo del gran dictador, fueron anulados por la Corte Suprema pese a que éste huyó del país después de estar convicto.

La prometida reforma legal no está progresando y las deudas tanto gubernamentales como privadas no se pagan.

A tres años de la caída de Suharto, la gran mayoría de los 220 millones de ciudadanos indonesios sigue viviendo en estado de miseria económica con pocos recursos u opciones para expresarse.

Cuadro familiar

Todo esto refleja un cuadro familiar que recuerda mucho un pasado lóbrego. Megawati empezó su mandato con promesas de reformas y apertura política, pero por lo pronto sus buenas intenciones han sido paralizadas por falta de determinación y compromiso.

Entre tanto, la economía nacional está a punto de quebrarse, y pese a que la rupia había subido más de 25 por ciento en comparación con el dólar estadounidense en el primer mes de su administración, en el tiempo subsecuente perdió casi toda esta ganancia. A la vez, la deuda pública se incrementó a más de 110 por ciento del PIB en los últimos seis meses.

Y el supuesto programa de privatización que iba a «rescatar» las finanzas de la nación, hasta la fecha no ha mostrado resultados positivos para la economía moribunda.

Desde luego, la caída del precio internacional del petróleo y la recesión global sólo han servido para agravar el asunto.

Y por si fuera poco, la presidenta está enfrentando inquietud política en virtualmente cada esquina de su enorme nación, con movimientos separatistas en Aceh e Irian Jaya, redadas étnicas sangrientas en las provincias de las Molucas y Sulawesi, y un resurgimiento del fundamentalismo islámico en todo el país.

Mano de hierro

Mientras que las incidencias de manifestaciones contra el Tío Sam –inspiradas en gran parte por el Frente de Defensores Islámicos– son cada vez mayores en las calles de Jakarta, Megawati se encuentra entre una espada política y una pared social, tratando de equilibrar su relación con Estados Unidos (y su títere, el Fondo Monetario Internacional) y los conservadores religiosos que ya controlan casi una tercera parte del parlamento indonesio.

En este sentido, para la primera mandataria de Indonesia, el peligro principal de su gobierno puede ser su propia tendencia a la autocracia.

Si es que Megawati trata de controlar los fuegos islámicos con métodos represivos dentro del nuevo ambiente democrático que se percibe en Indonesia, su poder podría ser amenazado por sus múltiples opositores.

De la misma manera, si no se impone un estado de ley y orden, Indonesia seguirá siendo una cuna perfecta para el levantamiento de ideales fundamentalistas y células terroristas.

Mientras que camina sobre la delgada cuerda floja entre un desasosiego social, un frágil estado económico y un turbulento desacuerdo político, Megawati tendrá que encontrar un largo palo para mantener su balance y evitar una caída fatal.

Sólo se espera que no decida adoptar el mismo palo grande que usó su papá hace cuatro décadas.

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