Internacional

México solicitará la corona del último emperador mexica

En días pasados la Cámara de Diputados exhortó la intervención de la Presidencia de la República para que se formulara una solicitud al Parlamento de Austria, sobre la devolución del llamado Penacho de Moctezuma. No obstante, ésta no es la primera vez que los parlamentarios mexicanos y algunos grupos indígenas han buscado el retorno de la corona mexica, desde hace varios años por lo menos dos de las últimas administraciones de gobierno, han buscado que la pieza arqueológica sea devuelta a territorio nacional.

El gobierno de México ha llevado a cabo varias gestiones diplomáticas para conocer la viabilidad de la devolución del penacho. Durante el desarrollo de las mismas, el gobierno ha recibido como respuesta dos argumentos principalmente:

1) Que el traslado de la pieza podría ocasionarle un severo daño, ya que debido a los años que tiene y a su condición actual, es posible que la pieza no pueda resistir el traslado.

2) Que el encargado de la devolución de la pieza arqueológica y a quien se debe de formular la petición oficial del gobierno de México, es al Parlamento austriaco, del cual dependerá una resolución a tal solicitud. Esta última respuesta también fue proporcionada por el presidente de Austria, Heinz Fischer, durante su última visita a nuestro país en mayo de 2005.

Hay dos versiones de lo que significa el penacho de Moctezuma; para algunos historiadores el penacho es una corona realizada con 400 plumas de quetzal con incrustaciones de piedras preciosas. El quetzal era para los aztecas un ave sagrada, las plumas sólo se concedían a aquellos que obtenían logros sobresalientes y normalmente sólo las altas jerarquías tenían el derecho de utilizar las 400 plumas de quetzal. Junto al penacho, la corona estaba compuesta por un casco de oro puro. A la llegada de los españoles, la corona de Moctezuma fue confiscada. El casco de oro fue fundido mientras que el penacho fue enviado, como obsequio, al emperador Carlos V (emperador del sacro imperio romano y rey de España).

Según las leyendas, el penacho llegó a Austria debido a los lazos que unían a las casas reales (se dice que el archiduque Fernando de Tirol en el año de 1590 tenía la posesión del penacho), sin embrago también se cuenta que llegó durante la Segunda Guerra Mundial, vendido por un coleccionista que lo entregó al Museo de Etnología de Viena, en donde se ubica actualmente dentro de la sala «Tesoros del México Antiguo».

La segunda versión de lo que representa el penacho, señala que éste era una capa sacerdotal, utilizada para ceremonias religiosas, la cual no pertenecía al emperador mexicano. Los descendientes directos del emperador Moctezuma Xocoyotzin, los condes de Miravalle, tampoco tienen certeza de que el penacho haya sido de su antepasado, debido a que, según el historiador Alejandro González, los penachos eran utilizados por los altos dignatarios y los sacerdotes aztecas, en tales circunstancias los herederos de Moctezuma II se han mantenido al margen del reclamo al gobierno austriaco.

Respecto al procedimiento del Parlamento de Austria, el presidente Heinz Fischer señaló, durante la visita que realizó a México el año pasado, que la devolución del penacho era un asunto que debía de ser analizado desde varios ángulos, debido a que este tipo de litigios no son privativos de Austria, sino de varios países europeos que tienen entre sus patrimonios objetos provenientes de diversos países y de diferentes culturas. También el Parlamento austriaco deberá considerar si la devolución no afecta la propiedad de la República Austriaca, aunque el penacho no represente a la identidad del país.

El penacho de Moctezuma está valuado por el museo Etnología de Viena en 50 millones de dólares. Por su parte, el Museo Nacional de Antropología tiene una réplica del penacho, la cual ha sido ofrecida a Austria a cambio del original.

La pieza representa mucho de la identidad nacional mexicana, no sólo por haber sido testigo de uno de los momentos cruciales de la historia de México, sino por ser en sí misma una obra del arte prehispánico; sin embargo, debería prevalecer nuestro interés por su conservación antes que sacrificarla en pro de nuestra identidad. Encapricharnos con su recuperación puede resultarnos tan contraproducente que incluso perdamos una obra que bien podría ser patrimonio de la humanidad.

Revista Protocolo

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