Internacional

Reflexión Global: Lecciones sobre Charlottesville

Por Esteban Belmont Bernal*

Reflexión Global: Lecciones sobre CharlottesvilleLa libertad de expresión, como toda libertad, debe tener un límite y una sociedad democrática debe, por paradójico que sea, ser intolerante con los argumentos intolerantes. En pleno siglo XXI, es inconcebible que aún existan abiertamente asociaciones que utilicen el discurso de la violencia, del racismo y de la superioridad racial como forma de expresión pues corrompe a una sociedad y pervierte los valores bajo los cuales están construidos los derechos humanos.

Pensar en Charlottesville como una situación normal sería caer en un error. La promoción de una ideología de odio se hizo presente de nuevo en Estados Unidos y se escuda con el argumento de tratarse del uso de libertad de expresión. Todo comenzó cuando un grupo de simpatizantes de la ultraderecha en Estados Unidos protestaban en la ciudad, por la decisión del ayuntamiento de remover la estatua de un conocido militar confederado y traficante de esclavos, Robert E. Lee.

Al enterarse de la decisión, los inconformes marcharon por las calles aledañas al parque donde se encuentra la estatua y, algunos armados, gritaron consignas contra afroamericanos, judíos y homosexuales, vitoreando consignas racistas y xenofóbicas.

Ahora bien, en contextos violentos como los de Charlottesville, es indispensable un liderazgo fuerte en la Casa Blanca, que condene los discursos de violencia y haga valer el Estado de derecho. Sin embargo, el presidente de Estados Unidos tomó dos días para condenar la violencia en Charlottesville y al hacer su primer comentario al respecto, se limitó a decir que existió violencia por parte de ambos bandos. Esto deja totalmente claro la auténtica naturaleza de quien ocupa la Oficina Oval en la Casa Blanca. El hecho de no decir explícitamente que la violencia fue causada por neonazis con un discurso en pro del odio y afirmar categóricamente que fueron ambos bandos los que incurrieron en violencia, trivializa el Estado de derecho, legitima los discursos racistas y minimiza las consecuencias de tales actos.

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Asimismo, las declaraciones del presidente Trump, ponen en equivalencia moral el discurso de odio neonazi y el de los contra-protestantes. Significa que es aceptable para el presidente de Estados Unidos salir a las calles con la esvástica nazi e incitar al odio y a la violencia pues todo discurso está permitido. Por otro lado, pensar que no hubo una condena categórica a James Fields Jr., responsable de estrellar su automóvil contra una multitud, matando a una persona e hiriendo a docenas más, es una omisión que habla por sí misma.

Si hay algo que nos enseña este amargo episodio es que no se puede aceptar leguaje ofensivo, racista y que incita a la violencia. Ello solo perjudica al tejido social y profundiza la segregación en un país que se encuentra ya de por sí dividido.

Por otro lado, el presidente de Estados Unidos es una figura que está en caída libre y su autoridad se ve mermada por un tibio discurso de condena hacia las atrocidades cometidas por la ultraderecha en ese país. El presidente sigue viendo a la administración política como un ejercicio empresarial y un concurso de popularidad, no como un servicio de gran vocación patriótica.

Un adecuado tratamiento a esta situación debe incluir, antes que nada, un claro nombramiento de los responsables de las atrocidades cometidas contra manifestantes pacíficos. Luego, un ejercicio democrático saludable sería el reconocimiento público de la administración Trump de que aún existen en Estados Unidos discursos racistas y condenar enérgicamente dichas ideologías.

Sobre el presidente están los ojos del mundo y mientras Donald Trump siga ignorando a todas las partes que conforman el todo de la sociedad estadounidense, Charlottesville se repetirá con otros nombres, en otros momentos, en otros contextos y con otras víctimas. Las lecciones aquí aprendidas trascienden toda frontera, en un mundo en que el fanatismo, la ignorancia y el miedo son el día a día, no podemos permitir que una ideología de división e intolerancia se empodere y crezca aún más.
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* Esteban Belmont Bernal tiene un máster en International Relations por Queen Mary University of London y una licenciatura en relaciones internacionales por la UNAM. Ha sido merecedor de distintas becas de excelencia académica y actualmente es consultor en temas de política internacional y seguridad internacional.

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