Internacional

Una Europa unida del sueño a la realidad

El concepto de una Europa unida no es una visión que brotó a finales de la Segunda Guerra Mundial.

Mucho antes de la era cristiana, los romanos, durante sus días de gloria, soñaban con conquistar el continente entero, y de hecho, casi lo lograron.

A través de los siglos, hubo un sinnúmero de intentos militares para unificar la región bajo un solo mandato, gracias a líderes ambiciosos tales como Carlomagno, Napoleón y Hitler, quienes hicieron sus respectivas intentonas para dominar Europa.

Pero no sería por medio de la espada o el dominio déspota de un imperialista que el sueño de una Europa acoplada finalmente se llevara a cabo como realidad, sino sería por medio de una visión pacifista que permitiera a cada nación socia unirse en forma voluntaria a un bloque territorial para su propio beneficio, tanto económico como político.

Ésta fue la idea planteada en 1951, cuando Francia, Alemania Occidental, Italia, Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo firmaron un convenio para crear la Comunidad Europea del Carbón y Acero (CECA).

El resultado fue un éxito comercial sin precedente, y las mismas naciones de la CECA acordaron integrar otros sectores de sus respectivas economías, dando así nacimiento a la Comunidad Económica Europea (CEE), que en 1991 cambió su nombre a Unión Europea, cuando el Tratado de Maastricht fue firmado con la esperanza de promover una alianza más cercana por medio de una moneda unificada y el establecimiento de una banca central.

Maastricht también dio paso a la armonización de políticas sociales, laborales y de defensa dentro de la UE.

Familia creciente

En 1973, el bloque experimentó su primera expansión cuando el Reino Unido, Irlanda y Dinamarca se unieron al club.

Grecia entró en 1981, seguido por Portugal y España en 1986, y con el ingreso de Austria, Suecia y Finlandia en 1995, la Unión Europea ya contaba con 15 socios.
Pero nunca en su larga historia sostuvo la UE un cambio tan drástico como el que realizó el pasado 1 de mayo, cuando dio la bienvenida a 10 miembros nuevos, siendo ocho de ellos recientemente libres del dominio comunista.

Al proponer reglas que vinculaban a Europa Occidental con Europa del Este y que sanaban viejas heridas culturales y políticas ocurridas desde la Segunda Guerra Mundial, la entrada de Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta, Polonia y la República Checa, la Unión Europea se transformó en el bloque comercial más grande del mundo, con nada menos que 450 millones de consumidores.

¿Igualdad de condiciones?

No obstante, si bien el engrandecimiento de la UE representaba el final del capítulo de la Guerra Fría en Europa y la apertura de un nuevo cabildo de unificación continental, la entrada de 75 millones de nuevos ciudadanos va a tener costos —tanto humanos como económicos— para la agrupación.

Mientras que los europeos occidentales no podrían oponerse contra el imperativo histórico y moral de abrir la puerta a sus hermanos del este, no estaban muy de acuerdo con el precio que pagarían por hacerles “socios completos”.

En consecuencia, la unión resultante tiende a marcar diferentes niveles de membresía, es decir, algunos participantes son “más iguales que otros”.

Aunque Polonia, Hungría, la República Checa, los estados bálticos, y los otros recién ingresados ya pueden gozar de ciertos beneficios como socios del club, sus ciudadanos no van a poder trabajar libremente dentro de los otros países miembros, un derecho otorgado a los habitantes de los viejos socios.

Asimismo, los nuevos miembros no van a recibir la misma tasa de subsidios agrícolas y ayuda social que los anteriores.

Tristemente, hasta que la brecha económica entre Este y Oeste sea menos aguda, será difícil imponer una igualdad real entre los socios.

Otro problema que enfrentará la nueva Europa será ¿cómo asimilar las enormes diferencias políticas, sociales y culturales para presentar una cara unida a enfrentar los crecientes desafíos globales? ya que esto significará que muchos de los países miembros tendrán que ceder una parte de su soberanía.

Expansión futura

Finalmente, puede ser que el reto más grande para la Unión Europea sea decidirse sobre su futura expansión.

En 2007, Bulgaria y Rumania están proyectadas para entrar como socios, pero todavía no hay fecha programada para la entrada de Turquía, y el debate sobre la eventual admisión del país otomano ya se ve venir.

Como en el caso de cualquier familia creciente, la UE va a tener que buscar nuevas maneras de balancear los intereses de todos sus miembros con compromisos y acuerdos creativos para asegurar que el sueño de una Europa unificada siga siendo una realidad.

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