Life & Style

El protocolo y las relaciones humanas

El protocolo facilita la negociación de roles para lograr un consenso en un evento, sea del tipo que sea

Por Daniel Pinto Pajares
Universidad de Vigo
danielpinto@uvigo.es

Ventaja de la adopción de fórmulas protocolariasEl protocolo puede ser definido de muy diversos modos: desde el arte de las buenas maneras de comportarse hasta el “conjunto de normas escritas o consuetudinarias implantadas por ley o por costumbre” (Martínez Correcher, 2002).

No obstante, en esta ocasión me he centrado en el objetivo con el que el doctor Alarico Gómez (2002) interpreta esta disciplina: “los fines del protocolo son los de solemnizar los poderes; estimular el respeto hacia las instituciones básicas de un cuerpo social, que son la familia, el Estado y la sociedad civil”. Tomando como premisa que el protocolo ha de servir para evidenciar el respeto a la población y a las instituciones que emanan de ella, a lo largo de este trabajo he reflexionado sobre el papel de esta disciplina en su relación con la sociedad civil.

Ventaja de la adopción de fórmulas protocolarias

Bien sabemos que las negociaciones, las mediaciones o las ceremonias de cualquier índole, ya sea a nivel empresarial o interestatal, implican un cierto grado de tensión que dificulta el desarrollo de las mismas. En una reunión por la fusión de dos empresas, cada directivo pretende beneficiarse más que su colega. Una negociación entre dos estados para llegar a un acuerdo en la venta de petróleo de uno a otro conlleva una tensión evidente porque está en juego la economía nacional y el suministro de energía.

Incluso en un juicio, el acusado y la víctima pueden compartir la dimensión espacial y temporal, lo cual genera ansiedad y malestar.

Todas estas emociones primarias forman parte de la naturaleza humana, por lo que obviarlas supondría un grave riesgo. En este sentido, el reconocimiento de una situación tensa —sea en un acto festivo o en otro poco agradable— resulta fundamental para aminorar dicho estrés en la medida de lo posible.

Es precisamente en este momento donde ha de entrar en juego el protocolo como medida preventiva de daños colaterales. La estandarización de todo el acto comunicativo va a ayudar a un desarrollo correcto y afable del evento en tanto en cuanto no solo los comportamientos sino también la atmósfera en la que nos movamos van a responder a criterios previamente consensuados. Por ejemplo, si existe una norma previa que dictamine el ordenamiento de los asistentes a un evento, en el momento en que este se celebre, cada participante adoptará un rol que conoce de antemano.

Como vemos, el protocolo facilita la negociación de roles para lograr un consenso en un evento, sea del tipo que sea. Para el sociólogo George Mead (ápud Collins, 1996: 270), cada individuo posee numerosos “yo” construidos en diferentes relaciones.

Justamente, las fórmulas del protocolo ayudan a pactar una de esas facetas del “yo”. Por consiguiente, cabe resaltar la función del protocolo como facilitador de las relaciones interpersonales. Adoptando normas protocolarias, se consigue disminuir la tensión propia de numerosos actos corporativos o institucionales que, de otro modo, pondrían en peligro las relaciones entre los participantes.

En otro orden de cosas, no debemos pasar por alto otro de los logros primordiales del protocolo: evitar problemas derivados de la diferenciación cultural. Seguramente, todos nosotros nos hayamos visto envueltos en malentendidos o en circunstancias tensas debido a las diferencias culturales.

La cultura, entendida como el registro de comportamientos propios de un grupo humano concreto, genera irremediablemente choques que provocan cierto desajuste comunicativo. Por ejemplo, para un griego o un húngaro, el movimiento de la cabeza de izquierda a derecha indica asentimiento, mientras que para un español o un francés indica negación. Los estudios del psicólogo Geert Hofstede son una prueba palpable de las innumerables diferencias culturales, pues cada grupo humano entiende el mundo con base en criterios muy distintos, todos ellos, por supuesto, dignos del mayor respeto.

En consecuencia, el papel del protocolo en este aspecto consiste en aminorar los impactos negativos que pueden derivarse de los encuentros interculturales. A través de estas fórmulas, siempre se ha de buscar el máximo respeto y cortesía hacia todos los individuos.

La contradicción entre el protocolo y las relaciones humanas

Si bien anteriormente hemos analizado el protocolo como un instrumento útil para evitar problemas diplomáticos, considero que esta herramienta también puede ser objeto de crítica.

Los seres humanos compartimos una cierta naturaleza a la hora de relacionarnos con el álter. No me refiero a que todos los individuos nos comuniquemos del mismo modo, ni mucho menos, pero una propiedad innata de nuestra especie es la de colaborar y relacionarnos para burlar a la muerte.

El miedo a la muerte paraliza el entendimiento y estimula respuestas primarias y extremas. Cuando una persona se encuentra en una situación embarazosa o en la que le es difícil adaptarse, ese miedo primario ante la pérdida del espacio personal es el que hace que el sujeto reaccione de dos maneras posibles: ya sea quedándose paralizado, por lo que su rol social queda bloqueado, ya sea atacando, agrediendo física o verbalmente.

Por el contrario, la esperanza es la canalizadora de una ansiedad y para construirla es necesario el lenguaje y, por tanto, el diálogo con los demás. Si la interacción verbal es universal en nuestra especie, estamos demostrando que hemos de compartir discursos para construir nuestro propio ser y el de la comunidad. En este momento, cabe cuestionar si las fórmulas protocolarias bloquean de un modo u otro esa interacción natural entre individuos. Como he comentado en el apartado precedente, el protocolo se basa en la estandarización de comportamientos y hábitos, de modo que esto entra en contradicción con nuestra propia naturaleza de animal social.

A mi modo de ver, el protocolo trata de evitar un conflicto inexorable. Como sociedad, el propio conflicto y la crisis son quienes nos hacen avanzar. En las polis de la Grecia clásica, la paideia consistía en la enseñanza de los valores sociales para que los ciudadanos eligieran su destino. Sin dichas enseñanzas, la sociedad estaría condenada a permanecer en el bucle del conflicto. Contrariamente, en el caso de que no existiese el conflicto, lo cual implicaría que cada individuo perdiese su idiosincrasia para fundirse en el conjunto, según Aristóteles estaríamos ante una sociedad de dioses. Como no es ese nuestro caso, el protocolo no puede eludir el conflicto como una base del progreso social.

En este sentido, considero que las reglas de protocolo no son nunca eficaces en su totalidad en la medida en que el propio lenguaje genera conflictos, y por más que los discursos estén pactados y las palabras hayan sido medidas para no ofender a los receptores, la lengua es intrínsecamente autoritaria. Francisco de Quevedo (ápud Picon y Schulman, 1991: 145) se preguntaba en el siglo XVII lo siguiente en una epístola satírica:

¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Evidentemente, los actos solemnes o diplomáticos responden a los intereses de una colectividad representada por varias personas invitadas. Por ejemplo, en un acto diplomático entre países, los jefes de Estado no van a expresar sus emociones personales sino que hablan en nombre de los intereses de su país. Sin embargo, el protocolo no puede evitar las innumerables dificultades que entraña el lenguaje porque él mismo impone las reglas.

Roman Jakobson (ápud Barthes, 1989: 118) aseguraba que “un idioma se define menos por lo que permite decir que por lo que obliga a decir”. Por consiguiente, como usuarios de la lengua, estamos obligados a elegir entre el masculino y el femenino, de modo que todos los sustantivos van a asociarse a una u otra esfera al contrario que en las lenguas con género neutro; la lengua castellana nos brinda la libertad de no especificar el sujeto, lo cual puede ser interpretado como una falta de respeto por parte de un interlocutor de una cultura distinta; estamos obligados a elegir entre el tú y el usted mientras que otras lenguas poseen más grados lingüísticos de cortesía, etcétera.

Como observamos, más que hablar una lengua, es ella quien nos habla a nosotros. Continuamente estamos obligados a atender formalmente a significantes lingüísticos que no tienen por qué ser compartidos por un interlocutor extranjero.

Variabilidad lingüística

Por si este conflicto fuera poco, resulta que la variabilidad lingüística es algo natural en las sociedades humanas. Bajo el falso parámetro de la lengua-nación en ocasiones se intentan ocultar lenguas minorizadas —que no minoritarias—, pero debemos evidenciar que existen muchos más idiomas que estados. A tenor de lo dicho, entran en juego las traducciones de unas lenguas a otras.

Evidentemente, en un acto donde queremos mostrar cortesía a nuestros invitados, debemos valernos de los intérpretes para que la comunicación entre personas de diferentes lenguas sea adecuada. Pero los traductores conocen muy bien los innumerables casos en los que no es posible una traducción exacta en la medida en que cada grupo humano juega con referentes simbólicos muy diferentes.

Moreno Cabrera (ápud Ituarte, 2014) señala que en chino mandarín el verbo no especifica la persona, el número, el tiempo, el modo, entre otras categorías, mientras que el castellano sí lo hace. Así pues, el chino mandarín concibe la idea de futuro mediante adverbios y no a través de un tiempo verbal específico como hace nuestra lengua.

En otro orden de cosas, veamos el siguiente titular de una noticia: “Evo Morales rompe el protocolo” (Sánchez, 2006). La noticia se refiere a la audiencia entre el presidente boliviano Evo Morales y el anterior jefe de Estado de España, Juan Carlos de Borbón, y en donde el primero acudió vestido con un suéter a rayas.

En esta ocasión, cabe cuestionar qué parámetros dictaminan lo que es correcto y lo que no, lo que supone una falta de respeto y lo que no. No hemos de olvidar que Morales fue el primer presidente indígena de Bolivia, que su lengua materna es el aimara y que estuvo a punto de morir de inanición en su infancia. Todas las circunstancias vitales y las experiencias empíricas de una persona son las que forman al propio sujeto, de modo que era esperable una diferencia considerable, a todos los niveles, entre Evo Morales y Juan Carlos de Borbón.

Como ciudadano libre, Morales vistió una indumentaria que él consideraba adecuada para esa ocasión. En otras palabras, su concepción personal del mundo le llevó no ya a elegir ese suéter sino incluso a no plantearse que una elección de tal cariz conllevaría unas implicaciones tan serias en Europa. Quizá, la pobreza que sufrió Morales y la sociedad comunitarista en la que creció son los factores clave de esta circunstancia.

En una cultura como la nuestra donde prima el poder adquisitivo, el individualismo y el egoísmo, la vestimenta es una apariencia del “yo” personal; de modo que la alcurnia se mide mediante elementos superficiales como, en este caso, la ropa.

Este ejemplo que acabo de mencionar resulta revelador en tanto en cuanto da la impresión de que las normas protocolarias no siempre se ajustan a la variedad cultural.

Podríamos poner innumerables casos en los que el mundo occidental respeta, faltaría más, los trajes árabes tradicionales. Sin embargo, el hecho de que el mismo respeto no opere en el 100 por ciento de los casos supone un problema que el mundo del protocolo ha de resolver.

Conclusiones

A lo largo de este trabajo he reflexionado acerca de la figura protocolaria en su relación con los encuentros sociales.

Por un lado, he de destacar que el protocolo es eficaz en la medida en que ayuda a aminorar la tensión que generan ciertos encuentros de carácter oficial e institucional.

Por otro lado, quiero insistir nuevamente en que el protocolo debe tener presente que las relaciones humanas implican una serie de peculiaridades —como la presencia continua de conflictos o la variabilidad lingüística— que no se pueden obviar. En este sentido, considero que las normas protocolarias no pueden ser totalmente eficaces porque se sitúan en el terreno de la estandarización, mientras que la comunicación natural es variable y no está sujeta a reglas preestablecidas.

Referencias bibliográficas

ALARICO GÓMEZ, Carlos (2002): “Criterios del ceremonial y del protocolo. Semejanzas y diferencias entre la Escuela Americana y la Europea”, IV Congreso Internacional de Protocolo, Ed. Protocolo: Palma de Mallorca.

BARTHES, Roland (1989): El placer del texto y la lección inaugural. Siglo XXI: México.

COLLINS, Randall (1996): Cuatro tradiciones sociológicas. UAM-Iztapalapa: México.

ITUARTE, Mikel Mendizábal (2014): Hizkuntzen berdintasun komunikatiboa. Mitoa ala errealitatea? Utriusque Vasconiae.

MARTÍNEZ CORRECHER, Joaquín (2002): “El protocolo en España: ayer y hoy”, conferencia pronunciada en el solemne acto de inauguración del curso 2002/2003. Facultad de Comunicación, Universidad de Sevilla.

PICON GARFIELD, Evelyn e Ivan A. Schulman (1991): Las literaturas hispánicas. Introducción a su estudio. Volumen II. Wayne State University Press: Detroit.

SÁNCHEZ, Marcela (2006): Evo Morales rompe el protocolo, Protocolo.org. Disponible en: https://www.protocolo.org/miscelaneo/noticias/evo_morales_rompe_el_protocolo. html [Fecha de consulta: 31/05/2016].

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