Opinión de:

Amor Infinito

Observamos en esta foto a Blanca Aurora Valdés, inmensamente feliz y orgullosa de su hijo el reverendo padre José de Jesús Aguilar Valdés.

Mamá, quiero darle gracias a Dios, porque hoy descubro toda tu belleza y todo cuanto eres

Eunice María Castillo Espinosa de los Monteros de Vernis

Ciudad de México, 10 de mayo de 2022.— En este día de las madres quiero dedicar este artículo a mi madre la catedrática MARÍA BERTHA ESPINOSA DE LOS MONTEROS DE CASTILLO SOLER (qepd) a quien mis hermanos y yo extrañamos enormemente. Mi madre nos enseñó a mi padre, a mis hermanos y a mí, el amor y la fe en Dios y su hijo amado Jesucristo, de la importancia de mantener contacto a través de la oración. Ella, una mujer íntegra, coherente, cariñosa, creativa, culta, estricta, directa, proactiva y de voluntad férrea, nos motivó siempre a luchar por nuestros sueños e ideales y junto a nuestro padre nos dedicó su milimétrica atención, enseñándonos ambos con el mejor método didáctico: “el buen ejemplo”.

Mi madre nos compartió también, entre sus muchos conocimientos como la lectura, la danza, la música, arquitectura y la escultura, su gusto por las actividades de rescate de usos y costumbres, actividades de asistencia social y periodística en las que como familia hemos participado a lo largo de 71 años. En el periodismo hemos abordado interesantes temas de diversas disciplinas y especialidades. Y es precisamente en un día como hoy, cuando hace 45 años hice mi primera publicación, la cual dediqué a mi madre.

A lo largo de todos estos años, mi madre ha sido la inspiración de nuestros “hobbies familiares” los cuales realizamos con gran entusiasmo y dedicación, en lo personal, aun independientemente de la licenciatura en Administración de Empresas y la maestría en Ciencias con especialidad en Administración de Negocios (C) que en su momento estudié, teniendo en puerta ya el doctorado en Administración.

Y bien, como esposa y madre de familia, en este Día de las Madres, he querido compartir con los lectores, una interesante reflexión del reverendo padre José de Jesús Aguilar Valdés, a quien mi familia y yo conocemos, estimamos, admiramos y respetamos. El padre José es un destacado sacerdote, párroco y canónigo de la Arquidiócesis de México. Como parte de su actividad sacerdotal, el revendo Aguilar Valdés llega a un sinnúmero de personas a través de las misas que imparte en su parroquia, mención especial merece la importante, trascendente y oportuna labor que realiza desde que en el año 2020 inició la pandemia del covid-19, tiempo en el que desde entonces a la fecha ha impartido misa dominical a través de internet.

El reverendo Aguilar Valdés es originario de la Ciudad de México en donde nació el 20 de junio de 1954, su familia es del Estado de Coahuila. El próximo 24 de mayo celebrará 42 años de haberse ordenado en el sacerdocio.

Basándose en sus conocimientos eclesiásticos, el reverendo Aguilar Valdés, en su hablar claro y sencillo, y apoyado en todas las herramientas cibernéticas a su alcance, llega a una impresionante cantidad de personas a las que orienta y motiva, transformando positivamente sus vidas.

Como mención especial debemos destacar que el padre José de Jesús Aguilar Valdés ha impartido también clases de historia del arte, cursos de autoestima, ha escrito además numerosos libros de diversos temas, y también ha participado en numerosos programas para la radio y la televisión nacional y extranjera, en los que comparte sus conocimientos y experiencia con la ciudadanía.

Conmovedor momento, me hizo recordar lo cierto de la promesa del quinto mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre, para que te vaya bien y tengas larga vida sobre la Tierra” (Efesios 6:2)

Así pues, con este preámbulo, en este Día de las Madres, quiero dedicar también esta publicación a la distinguida dama Blanca Aurora Valdés, madre del padre José de Jesús Aguilar Valdés, de quien reflexionaremos el siguiente texto:

“Quiero confesarme contigo”

A quienes nos ayudaron a tener los pantalones largos;

Ya no era el niño de los pantalones cortos ni de las ideas pequeñas. Sus pantalones se habían hecho largos y sus reflexiones también. Esto lo llevó a acercarse con arrepentimiento a la mujer con la que había vivido tanto tiempo para decirle:

Mamá, quiero hacerte hoy una confesión: no te conocía y tu rostro me parecía tan distinto.

Veía en ti sólo lo que me interesaba: un apellido, una cobija que me protegía del frío, un arrullo en la cuna, un desvelo para calentar la mamila, una preocupación por mis cólicos, una nariz que sufría al cambiar pañales, una mano fuerte para colocar inyecciones, una guía que me llevó a la escuela y me enseñó las primeras letras, una nalgada para apartarme de la maldad, un guardián que me protegió del peligro, una seguridad en mis temores, una casa recogida y una ropa limpia, unos trastes sucios que se limpiaban automáticamente, una cama tendida; una comida segura, aunque no siempre me pareciera sabrosa; un vaso de agua para mi sed, una costurera de mis agujeros, una enfermera para mis dolencias, una catequista que me enseñó a persignarme, alguien que ante papá escondía mis travesuras, una prestamista cuando papá me castigaba sin domingo, una abogada para conseguir permisos, una veladora que esperaba mi llegada por la noche, un aparato que en suspiros convertía sus preocupaciones por mí; un ser que cambiaba el no en sí, después de mis ruegos; una voz que siempre me dijo: “¡cuídate!”; una ayuda silenciosa cuando yo no quería hablar, y, muchas veces, alguien inútil para resolverme todos, absolutamente, todos mis problemas, porque creí que a ti te tocaba resolverme la vida.

Así, y de muchas otras formas, he visto tu rostro; pero era solo lo que yo quería mirar, porque solo yo me importaba.

Con el paso de los años Dios me ha dado la luz para ver cómo eres: una mujer con debilidades y defectos; pero con una gran voluntad para hacer el bien lo mejor que se puede. Un gran corazón que no se cansa de amar, metido en un cuerpo que se cansa y envejece. Unos ojos que lloran en la cocina, pero no por la cebolla o el humo, sino porque necesitan limpiarse para seguir mirando con bondad.

Una persona que también tiene momentos de tristeza, soledad, angustia. Que prefiere callar sus necesidades para dar lugar a las de los demás. Una persona a quien también duelen las ofensas, los desprecios, las ingratitudes, pero que pide a Dios el perdón necesario para sus hijos. Una persona que necesita el apoyo que a veces no le brindan los hijos ni el esposo; el apoyo espiritual que solo se obtiene a través de la oración. Una persona que empezaba siempre su oración pidiendo por nosotros.

Mamá, quiero darle gracias a Dios, porque hoy descubro toda tu belleza y todo cuanto eres; porque hoy se me permite ver que Él existe, y la mejor prueba de su existencia, eres tú.

Le pido a Dios que te bendiga para seguir habitando en ti, porque eres la mejor de las mujeres, y también quiero decirte que cuando ya no estés conmigo, nadie podrá llenar el gran vacío que dejarás en mi corazón.

No te conformes con recibir bienes. Sé agradecido.

“Respeta de todo corazón a tu padre, y no te olvides de cuánto sufrió tu madre. Recuerda que de ellos naciste. ¿Cómo podrás pagarles lo que han hecho por ti? (Eclesiástico 7, 27-28)

(Fotografías: Eunice María Castillo Espinosa de los Monteros de Vernis)

Correo electrónico: ec.sucedeque1939@gmail.com

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