Responsabilidad Social

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En exclusiva para Protocolo Foreign Affairs & Lifestyle, los autores reflexionan sobre el actuar de la sociedad ante la pandemia que actualmente se vive, retos, aprendizajes y lo que podría ser el incierto futuro

Silvia Gómez* y Stephen Murray Kiernan**

Ciudad de México, 29 de mayo de 2020.—Recientemente, surgió la pregunta: ¿por qué seguimos con nuestra pasividad y esperando en casa la luz verde del gobierno y expertos —o en muchos aspectos, más bien las opiniones y experimentos sociales de países “respetados” y “desarrollados”?— La esencial falta de autoconfianza en el ámbito nacional es evidente, aunque este país está lleno de ingenieros, médicos y otras personas preparadas en las capacidades necesarias hoy en día frente al fenómeno del coronavirus.

Uno puede responder que sí es una actitud legítima aunque quedarse en casa no significa que al terminar un cierto periodo ya no existe el virus; sí es una situación de frenarlo, no de erradicarlo. El mismo virus puede volverse más débil y así no fatal, puede desaparecer o los expertos podrían encontrar una vacuna en algún momento indefinido.

Históricamente hablando, hay que investigar lo que pasó antes: por ejemplo, hace 100 años, la influenza española duró fuerte por unos 15 meses y luego se hizo relativamente débil… ¡y no encontraron una vacuna!

En el contexto social, esta es una experiencia compartida entre toda la humanidad: de aislamiento, falta de claridad hasta sobre las necesidades básicas y el calendario de eventos en el futuro, la creencia en explicaciones y curas falsas, desconfianza manipulada, etc. Este hecho nos afecta a todos, desde a los poderosos y ricos en Polanco y Garza García hasta los más pobres y débiles en sus granjas.

Existe por el momento una uniformidad de los intangibles: duda, temor, ansiedad; y los elementos concretos: ingresos, trato personal y demás entre los miembros de la sociedad en cualquier país. El virus no acepta mordidas en el sentido económico, parece que solo respeta el sentido común y la prudencia.

El estado de vulnerabilidad en el que nos coloca la pandemia nos hace compartir la confrontación con la ansiedad ante la muerte. Hablamos de la real posibilidad de contagiarme y quizá, aun con un porcentaje muy bajo de probabilidades, perder la vida ante la enfermedad. Todos estamos expuestos a eso, aun en condiciones de mucha precaución.

La percepción de un enemigo invisible nos ubica frente a la vivencia de nuestros propios límites para cuidarnos. Por más que nos protejamos, siempre hay un pequeño resquicio de riesgo por el que se puede colar el virus, no importa en qué posición social me encuentre. Todos somos humanos y en la facticidad del cuerpo cabe la posibilidad de dejar de existir.

Pero en realidad, esta posibilidad siempre ha estado ahí, la finitud es democrática y permanente. Solo que ahora es más evidente y los medios de comunicación y redes sociales se han encargado de hacerla aún más angustiosa.

Desde luego, la pregunta inicial toma un sentido específico: nuestra pasividad puede ser una forma de escondernos de lo que nos amenaza con la aniquilación, no solo del cuerpo, sino de la realidad como la conocemos, de nuestra realidad, de lo que consideramos valioso. Quizá si permanecemos quietos y pasivos, podemos evitar el encontronazo con un destino que no deseamos, no por el momento.

Surge otra pregunta sobre esta situación: ¿qué va a pasar después y qué hemos aprendido? Es casi imposible predecir el contenido de nuestra nueva sabiduría en seis meses o un año, hay mucho que vivir mientras tanto.

Y se asoma ahí algo aún más grande que la amenaza que vivimos y es la realidad misma. La humanidad ha sobrevivido otras pandemias, lo ha hecho transitando por ellas con prudencia en algunos casos y con inconsciencia en otros. Existe un sostén más grande que nos habla de las posibilidades vigentes que nos hacen estar aquí, ahora.

Esta realidad de la historia nos cuenta una y otra vez cómo el ser humano ha sobrevivido y sigue construyendo la civilización. No perecerán todos, algunas estructuras lo harán, la mayoría sobrevivirá.

Tenemos aún un poder frente a esta amenaza y consiste en seguir las recomendaciones probadas científicamente: nunca lavarse las manos había sido un acto tan poderoso (¿entendemos la profundidad de un hecho tan simple?). Conocer nuestros límites, aceptar nuestra finitud, ser prudentes, reconocer nuestro estado emocional y confiar en que la vida sigue avanzando son otras de nuestras tareas. En este estado de vulnerabilidad, seguimos presentes. No todo ha colapsado, algunas cosas cambiarán, otras nos siguen esperando sin cambio alguno. Esto también pasará, aunque no sepamos cómo.

Sin embargo, es cierto que muchas personas van a estar profundamente afectadas, como mínimo a corto plazo: tal vez van a necesitar orientación de sus familiares y queridos amigos, en unos casos van a buscar algo más sistemático y profesional para salir de su crisis. Será importante hacerlo, porque el futuro es un país desconocido, inhabitado por personas que posiblemente no conozcamos aún… nosotros mismos.

*Directora del Instituto de Análisis Existencial de México (www.iaemex.com)
** Director del CILATAM (www.cilatam.com)

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