Ciencias Alternas

La Virgen de Guadalupe: Un mensaje de Luz

En la escuela de María de Guadalupe aprendemos a estar en camino para llegar allí donde tenemos que estar: al pie y de pie ante tantas vidas que han perdido la esperanza

Dr. Moisés Matamoros Muñoz

En el mundo espiritual se considera a la Virgen María como la Madre de Dios, ella es la figura más adecuada para entender el divino femenino de la energía pura. Más allá de los dogmas, María de Guadalupe se mestizó “para ser Madre de todos”, se mestizó con la humanidad. Y, ¿por qué? Porque ella mestizó a Dios.

María de Guadalupe es mujer, es señora, como dice el Nican Mopohua. Mujer con el señorío de mujer. Se presenta como mujer, y se presenta con un mensaje de otro, es decir, es mujer, señora y discípula. Fiel a su Maestro, que es su Hijo, el Mesías, jamás quiso para sí tomar algo de su Hijo.

María de Guadalupe es Madre de los pueblos, es Madre de nuestro corazón, de nuestra alma. En la religiosidad principalmente latina, las imágenes o estampas son parte esencial de la fe popular, al igual que las medallas y rosarios. Es tal vez una señal que nos recuerda “¿No estoy aquí yo, que soy tu madre?” (Nican Mopohua, 119).

Ella más que nadie sabía de cercanías. Es mujer que camina con delicadeza y ternura de madre, se hace hospedar en la vida familiar, desata uno que otro nudo de los tantos entuertos que logramos generar, y nos enseña a permanecer de pie en medio de las tormentas.

En la escuela de María de Guadalupe aprendemos a estar en camino para llegar allí donde tenemos que estar: al pie y de pie ante tantas vidas que han perdido o les han robado la esperanza. En la escuela de María de Guadalupe aprendemos a caminar en la calle y la ciudad no con zapatillas de soluciones mágicas, respuestas instantáneas y efectos inmediatos; no a fuerza de promesas fantásticas de un seudoprogreso que, poco a poco, lo único que logra es usurpar identidades culturales y familiares, y vaciar de ese tejido vital que ha sostenido a nuestros pueblos, y esto con la intención pretenciosa de establecer un pensamiento único y uniforme.

En la escuela de María de Guadalupe aprendemos a caminar la ciudad y nos nutrimos el corazón con la riqueza multicultural que habita en el mundo; cuando somos capaces de escuchar ese corazón recóndito que palpita en nuestros pueblos y que custodia el sentido de Dios y de su trascendencia, la sacralidad de la vida, el respeto por la creación, los lazos de la solidaridad, la alegría del arte del buen vivir y la capacidad de ser feliz y hacer fiesta sin condiciones.

En la escuela de María de Guadalupe aprendemos que su vida está marcada no por el protagonismo sino por la capacidad de hacer que los otros sean protagonistas. Brinda coraje, enseña a hablar y sobre todo anima a vivir la audacia de la fe y la esperanza. De esta manera ella se vuelve trasparencia del rostro del Creador que muestra su amor y misericordia a todos aquellos que están dispuestos a ser guiados.

Así lo hizo con Juan Diego y con tantos otros a quienes, sacando del anonimato, les dio voz, hizo conocer su rostro e historia y los hizo protagonistas de esta nuestra historia, para seguir revelando Luz, para continuar con nuestra corrección como lo expresa la Kabbalah. Dios no busca el aplauso egoísta o la admiración mundana. Su gloria está en hacer a sus hijos protagonistas de la creación. Con corazón de madre, ella busca levantar y dignificar a todos aquellos que, por distintas razones y circunstancias, fueron inmersos en el abandono y el olvido.

En la escuela de María de Guadalupe aprendemos el protagonismo que no necesita humillar, maltratar, desprestigiar o burlarse de los otros para sentirse valioso o importante; que no recurre a la violencia física o psicológica para sentirse seguro o protegido.

Es el protagonismo que no le tiene miedo a la ternura y la caricia, y que sabe que su mejor rostro es el servicio. En su escuela aprendemos auténtico protagonismo, dignificar a todo el que está caído y hacerlo con la fuerza omnipotente del amor divino, que es la fuerza irresistible de su promesa de misericordia.

En María de Guadalupe, Dios desmiente la tentación de dar el protagonismo a la fuerza de la intimidación y del poder, al grito del más fuerte o del hacerse valer con base en la mentira y en la manipulación. Con María de Guadalupe Dios custodia a los creyentes para que no se les endurezca el corazón y puedan conocer constantemente la renovada y renovadora fuerza de la solidaridad, capaz de escuchar el latir de Dios en el corazón de los hombres y mujeres de todos los rincones.

No quisiera omitir esta fuerza que puede tener cabida en otras religiones, filosofías o espiritualidades. María de Guadalupe es la “nueva Raquel”. Rajel es la matriarca espiritual del pueblo judío, que fue esparcido por el mundo.

Rajel personifica el clamor por el retorno espiritual y físico de todos los judíos.

Rajel es la que rehúsa ser reconfortada hasta que se concrete el retorno de sus hijos.

La matriarca Rajel, la esposa amada de Iacov, personifica para el pueblo judío el poder innato del alma y su devoción consciente de despertar la misericordia de Dios para redimir a sus hijos del exilio y traerlos a la tierra prometida. Esto lo hace con lágrimas y plegaria sincera.

En las Palabras del profeta Jeremías, así dice Dios:

“Una voz es oída en Rama, lamentación y amargo llanto; Rajel llora por sus hijos, se niega a ser reconfortada, por sus hijos, que no están. Guarda tu voz del llanto, y tus ojos de las lágrimas; porque hay recompensa por tu esfuerzo, dice Dios; y ellos volverán de la tierra del enemigo. Y hay esperanza para tu futuro, dice Dios, y los hijos volverán a su frontera.”

En el budismo equiparamos a la Virgen María con Kuan Yin, diosa china de la piedad, la compasión y la protección, física y espiritualmente bella, su nombre significa “la que escucha las plegarias”. A Kuan Yin le suelen llamar “la Madre María de Oriente”, porque representa la divinidad femenina y la energía de la diosa en la religión budista, del mismo modo que en el cristianismo María irradia una feminidad dulce y amorosa. Kuan Yin nos enseña a llevar una vida de inocuidad, poniendo un gran cariño en aliviar el sufrimiento que hay en el mundo y no añadir más.

El punto es que siempre hay una energía femenina asistiéndonos, operando desde la sabiduría más perfecta, guiándonos con precisión y amor. Sea cual sea tu creencia, no olvides que Dios es Padre y Madre, y nos dio este origen a través de nuestros padres. Conecta con tu divino femenino, y permite que la Luz te guíe a un encuentro amoroso con este despertar.

Préstame, Madre, tus ojos, para con ellos mirar, porque si por ellos miro, nunca volveré a verme incompleto.

Préstame, Madre, tus labios, para con ellos rezar, porque si con ellos rezo, Dios me podrá escuchar.

Préstame, Madre, tus brazos, para poder trabajar, que así rendirá el trabajo una y mil veces más.

Préstame, Madre, tu manto, para cubrir mi oscuridad, pues cubierto con tu manto nada me ha de pasar.

Préstame, Madre, tu fe en Dios, pues si yo la tengo, ¿qué más puedo yo desear?

Y esa será mi dicha por toda la eternidad.

Amén.

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