Comercio y Negocios

México-Israel: análisis de la relación bilateral

Por Omar España Arrieta

Las relaciones diplomáticas entre México e Israel son por demás sanas, sin embargo, en cuanto al tema económico hay inconsistencias

mexico_israel_portadaLas relaciones entre Israel y México, tal y como se conocen hoy en día, iniciaron con el parteaguas que forma el establecimiento en 1950 de la representación de Israel en nuestra nación, después de la dura lección que había dejado el fin de la Segunda Guerra Mundial y el nuevo orden y equilibrio de poder que comenzaba a configurarse en el globo.

Pero para entender al Estado de Israel debemos ir un poco más atrás y no sólo considerarlo como un pueblo más del mundo, sino con sus particularidades propias; por ello no está mal que para comprender a la contraparte un buen comienzo pueda ser seguir el buen dicho popular de “ponerse en el lugar del otro”. México es el país número 12 en cuanto a recepción de judíos se refiere (41 mil), por debajo del primer lugar que ostenta Estados Unidos con 5.6 millones y no Israel mismo, que cuenta con 5.2 millones, le siguen Francia, el Reino Unido y Alemania con 600 mil, 270 mil y 100 mil, respectivamente.

El término judío en un sentido étnico denota el vestigio ancestral bíblico del patriarca Abraham que legó su hijo Isaac y en particular de su nieto Jacob; aunque este sentido étnico pudiera discernir entre los judíos “observantes”, es decir, los que siguen las leyes rabínicas y bíblicas, conocidos como halakha (que son la inmensa mayoría), y los judíos seculares, es decir, los no practicantes que, no obstante, se identifican y consideran judíos en este sentido étnico.

El hebreo es la lengua litúrgica del judaísmo (proveniente de lashon ha-kodesh, “el lenguaje divino”), y además es la lengua oficial del Estado de Israel. Del hebreo proviene el apelativo “judío” (Yehudim). Incluso, en latín la palabra “judío” proviene del término Judean, que significa “proveniente de la tierra de Judea”, término que aún hoy en día se encuentra en controversia al no definirse si se refiere a un patronímico o a un término puramente geográfico de origen semítico. En hebreo el nombre del dios judío es “Judah” que, dicho sea de paso, es una palabra que está compuesta por las cuatro letras del Tetragrámaton (que literalmente significa la “palabra de cuatro letras”), ésta es la palabra hebrea יהוה , que deletreada utilizando el alfabeto griego es: yodh י heh ה waw ו heh ה. El Tetragrámaton es pues el “impronunciable nombre de Dios” en hebreo.

Con todo esto en mente, es claro que la política hebrea está íntimamente relacionada a la religión y a los vestigios culturales de su raigambre; del mismo modo y ya en términos actuales y prácticos, el sistema político de Israel está basado en varias legislaciones básicas promulgadas por su parlamento unicameral (llamado Knesset) de 120 miembros (órgano legislativo). El Knesset elige al presidente (jefe de Estado) y éste a su vez elige a su primer ministro (órgano ejecutivo) de entre los líderes partidistas más aptos para que en un periodo no mayor a 45 días forme un gobierno. El órgano judicial involucra tanto una corte secular como una religiosa. La corte secular tiene los matices de la common law inglesa, mientras que la corte religiosa se vincula únicamente con asuntos personales o familiares.

Israel es uno de esos pocos Estados que no cuenta con una constitución formal, el vacío de ésta queda llenado por la Declaración de Independencia de 1948, las legislaciones básicas parlamentarias y las leyes consuetudinarias de ciudadanía israelí que tienen, evidentemente, un telón religioso.

La economía de Israel ha tenido uno de los más significativos desarrollos en lo que se refiere al sector de altas tecnologías. Sin importantes recursos naturales y con un territorio del tamaño de San Luis Potosí, Israel depende fuertemente de la importación de aceite, carbón, alimentos, diversos insumos de producción y equipo militar, lo cual le ha dado lo suficiente para convertirse en una de las naciones con más acelerado incremento del Producto Interno Bruto (PIB) del mundo a partir de la década de 1990. Con ello, Israel ha desarrollado una eficaz infraestructura industrial para productos metálicos, alimentos procesados, equipo biomédico y electrónico, químicos y equipos de transportación, y a ello hay que agregar el eficiente sector de servicios israelí, su incremento como destino turístico en las últimas dos décadas, y su indiscutible liderazgo mundial en desarrollo de software para equipos de cómputo.

Si bien desde las primeras dos décadas posteriores a la formación del Estado de Israel se produjo un boom en su desarrollo debido principalmente a su talentosa fuerza laboral y al apoyo recibido del exterior, la década siguiente al año de 1973 se caracterizó por ser un lapso de decadencia lleno de grandes periodos inflacionarios, pero con el plan de estabilización de 1985 la estructura de la cadena productiva se niveló e incluso vigorizó y erigió el poderoso Estado de Israel que hoy conocemos con todo y su bien conocida capacidad nuclear.

Con todos estos antecedentes y después de que México ha sido parte de múltiples instrumentos vinculantes, acuerdos, convenios, arreglos y un tratado de libre comercio (firmado el 10 de abril de 2000 y que entró en vigor tres meses después), surgen preguntas obligadas como ¿qué beneficios hemos obtenido durante poco más de medio siglo de relaciones diplomáticas con Israel? o ¿En qué sectores hemos conseguido ventajas comparativas respecto a las de la contraparte israelí? Como en toda relación, ha habido rispidez y errores como el sonado caso de la participación del secretario de Relaciones Exteriores de México, Emilio Rabasa, el 10 de diciembre de 1975, en donde se justificaba ante Yigal Allon, viceprimer ministro de Relaciones Exteriores de Israel, por el voto de México emitido en contra del sionismo en agosto de 1975 en la Asamblea General de Naciones Unidas.

No obstante lo anterior, las relaciones diplomáticas entre México y ese país de Medio Oriente son por demás sanas, sin embargo, si tocamos ahora el tema económico que por antonomasia versa de comercio exterior, encontramos más inconsistencias; con excepcionales casos de éxito comercial de grandes empresas (La Costeña, Herdez, Grupo Modelo, Pemex), sólo el Grupo Pulsar se ha aventurado a invertir directamente en Israel (con producción de semillas mejoradas), fuera de ello, cualquier otro esfuerzo y práctica comercial mexicana han sido prácticamente nulos.

Pero con todo y tratado, las pequeñas y medianas empresas participan casi de forma ilusoria de la “ventajosa” tajada de oportunidades comerciales del tratado con Israel, al que muchos empresarios no han tardado en llamar un “acuerdo de papel”. Del otro lado de la moneda, sin embargo, la Consejería Comercial de la embajada de Israel en México ha aceptado públicamente que para ellos ha sido muy benéfico el tratado, ya que empresas israelíes han invertido cada vez más en nuestra nación, como es el caso de muchas maquiladoras que son el único “motor de vida económica” que tienen varios pueblos y pequeñas poblaciones de México, y que sin éstas estarían en el olvido como otrora.

Asimismo, Israel reconoce que no le interesa el consumidor mexicano común y corriente al que, efectivamente, no hay nada que venderle, pero sí los grandes compradores para el desarrollo de infraestructura (Telmex, Iusacel, Pegaso, Unefon, Alestra, Avantel, IMSS, ISSSTE, Pemex y el Ejército Mexicano). Por si lo anterior fuera poco, de lo que más adolecen en Israel es de productos agroalimentarios, y materias primas, los cuales son una ventaja comparativa bien conocida de México y que quedaron fuera de la negociación en el tratado, ¿qué acaso no estaremos haciendo mal las cosas en nuestras negociaciones?

La actitud de los empresarios israelíes es de mucha tenacidad y el concepto de timing es muy importante para ellos, se toman muy en serio los negocios y son excelentes inversionistas. Falta mucho por aprenderles y, sobre todo, ir abriendo las vías de comunicación, pero con una estrategia muy discreta, leal y cuidadosa, ya que sus círculos de negocios (que están apegados a la cultura y a la religión) son muy cerrados a aceptar inversiones conjuntas o intercambio de información con otros empresarios o clientes no-judíos.

Llama poderosamente la atención al autor que el 7 de marzo de 2000, durante la ceremonia de clausura del seminario empresarial Oportunidades de Negocios con México llevada a cabo en Tel-Aviv, el ministro de Desarrollo Regional de Israel, Shimon Peres, aseguró que Ernesto Zedillo acabaría con orgullo su misión como presidente, pues dijo que éste último era “el hombre que ha estado a cargo de tender el puente entre la profunda historia mexicana y las nuevas alturas de la economía moderna”, lo cual a juicio del autor suena como la cita más clara de lo que todavía hoy en día y a nueve años de distancia, sigue siendo la fotografía más clara de los resultados de la relación Israel-México, donde los mexicanos permanecemos estancados en nuestro pasado sin crear condiciones para aventurarnos a profundizar en el desarrollo de sistemas y formas operacionales de progreso reales y propias, pero no esas que van, se copian de un modelo europeo, norteamericano, o del Medio Oriente desarrollado y después son declaradas hasta con autoría del que las ha puesto en práctica en México y que a la larga no ofrecen utilidad alguna porque sencillamente responden a necesidades y realidades diferentes, sino de las que sencillamente por responsabilidad moral deben desarrollarse desde nuestra perspectiva, y con la calidad profesional que debemos demostrar, toda vez que se haga atendiendo a nuestros matices culturales, al tipo de política, de economía, en fin, de acuerdo con los intereses del país.

Israel es ciertamente uno de los pueblos que se considera como la punta de lanza en economías de vanguardia, y si bien este Estado se encuentra muy ocupado con el proceso de paz en Medio Oriente, se ha dado tiempo para desarrollar otros aspectos de su búsqueda por el desarrollo y el bienestar común de sus connacionales. Ellos participan activamente de nosotros, pero no así viceversa. A manera de propuestas se dejan las dos preguntas siguientes a criterio del lector: ¿Por qué no promover la regulación de capitales especulativos de los que tanta ventaja sacan los inversionistas extranjeros y que en cambio nos acarrearía nuevas estructuras y facilidades para el fomento de los negocios mexicanos, sobre todo con el marco de un TLC? y ¿si las reservas internacionales son excesivas y resulta tan costoso mantenerlas por qué no dedicar buena parte de esos recursos a la inversión y a sólidas plataformas de comercio exterior para que pequeñas y medianas empresas puedan invertir fuera y llegar a ser en un momento dado grandes empresas para generar crecimiento y combatir la negativa balanza comercial?

Estamos repletos de pequeñas empresas en México (y ciertamente mal orientadas), por eso el crecimiento es pequeño, si ha lugar. Si no hay propuestas para que los pequeños se vuelvan grandes y que con ello se genere un fortalecimiento social, económico-comercial y de política internacional grande, no nos queda más que aceptar que la teoría de la diversificación de mercados es un mito cuando no hay habilidad para vislumbrar las verdaderas oportunidades y pelear por conseguir que se conviertan en éxitos futuros.

Los judíos, como los mexicanos, son un pueblo con una muy rica y larga historia, una historia de milenios. Sin embargo pareciera que vemos las cosas a escalas y con dimensiones muy diferentes. Tal vez por eso sea que cuando en México brindamos decimos: ¡Salud! y cuando ellos lo hacen usan una palabra aún más profunda que no sólo tiene una connotación de festejo por una reunión familiar o social, sino que se filtra cabalmente en el tejido social hacia todas las esperanzas de cada uno de sus ciudadanos y de la nación entera: “L’chaim” (¡Vida!).

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