Cultura

Concluye restauración de dos frescos de Tamayo

El canto y la música, junto con Revolución, son los murales más importantes realizados por Rufino Tamayo en los años treinta del siglo XX

Restaurador Jaime Cama. Foto: Héctor Montaño. INAH.

Los frescos El canto y la música, así como Revolución, que constituyen los murales más importantes realizados por el artista oaxaqueño Rufino Tamayo en los años treinta del siglo XX, dentro de la llamada Escuela Mexicana, fueron restaurados por especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta) para su óptima conservación.

Ambas obras se localizan en sedes del INAH, en inmuebles ubicados en el Centro Histórico de la Ciudad de México, en la calle de Moneda 13 y 16, donde respectivamente se alojan el Museo Nacional de las Culturas y la Subdirección de Laboratorios y Apoyo Académico.

Jaime Cama Villafranca, restaurador perito del INAH, quien encabezó el equipo encargado de la intervención, destacó la dinámica del trabajo de restauración, particularmente el que fue practicado al mural Revolución, en el que estudiantes y egresados de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía “Manuel del Castillo Negrete” (ENCRyM), dependiente del INAH, tuvieron la oportunidad de aplicar conocimientos y metodologías probados por ellos mismos en anteriores intervenciones de pintura mural.

Con financiamiento del INAH y la aprobación y supervisión del Centro Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble (Cencropam) del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), la puesta en valor de Revolución se desarrolló durante siete meses, mientras que El canto y la música, dada su problemática, requirió año y medio de labores.

Gabriela Gil, directora del Cencropam, explicó que si bien el patrimonio artístico del siglo XX le corresponde al INBA, “para nosotros es muy importante haber logrado esta colaboración con el INAH. Al estar ambos murales dentro de sus espacios, fue conveniente que fueran restaurados por expertos de la ENCRyM, bajo la supervisión de especialistas del Cencropam, instancia que intervino el mural Revolución en los años ochenta y noventa”.

La restauración de estos frescos por parte del INAH —continuó Jaime Cama— ha permitido recuperar una apariencia muy similar a la que debieron tener originalmente; “nosotros como restauradores intentamos establecer un equilibrio entre dos momentos, cuando fueron pintados y lo que permanece de la obra pictórica, para que los murales sigan brindando información y cumpliendo la función por la que fueron realizados”.

Con el propósito de que puedan ser apreciados de forma aún más nítida, cuando se carece de luz solar, fueron colocados —en puntos estratégicos y en ambos casos— focos LED (Diodo Emisor de Luz) que no dañan la capa pictórica.

Revolución

Mediante una escena que retrata la rebelión de las clases obrera y campesina contra la burguesía, Rufino Tamayo (1889-1991) pintó en 1938 el mural Revolución en una de las paredes iniciales y la parte superior de dos arcos de lo que hoy es el Museo Nacional de las Culturas, abarcando cerca de 80 metros cuadrados.

A decir de Jaime Cama, coordinador de ambos proyectos de restauración, Revolución posee una mejor técnica al fresco —“aunque no deja de ser carente del rigor del bello fresco italiano”—, en comparación con El canto y la música, que fue realizado por el artista cinco años antes, en 1933.

“A Tamayo no le hizo mucha gracia pintar al fresco, y éste (Revolución) es el último caso en que usó este procedimiento. Posteriormente, él se separó de la Escuela Mexicana y se consolidó como un extraordinario pintor en otro campo, sobre todo en el caballete y en murales transportables”, abundó Cama Villafranca, quien tuvo el apoyo de los restauradores Magdalena Rojas y Baruch Adrián Lozano, en la dirección de los grupos de trabajo.

Debido a su cercanía con el patio del edificio que aloja el Museo Nacional de las Culturas, la zona inferior derecha del mural estuvo expuesta durante años a los efectos de la intemperie, de tal manera que presentaba pérdida de imagen. Tras realizar un desempolve y una limpieza superficial, se procedió a la consolidación de la superficie pictórica.

Las labores de consolidación consistieron en la inyección puntual, en alrededor de 400 puntos, de un material adhesivo afín con el mortero original, elaborado a base de hidróxido de cal (cal) y caseína (proteína de leche), con el que se recuperó la cohesión y estabilidad del aplanado que funciona como soporte del fresco.

Una vez concluido lo anterior, se llevó a cabo la reintegración cromática mediante la técnica de rigatino (entramado de finas rayas que se superponen), principalmente en el guardapolvos, el cual diseñó Tamayo a manera de diamantes de tonos grises.

“En el momento en que estuvieron limpios y reintegrados los guardapolvos, éstos recuperaron su importancia. Tamayo determinó hasta dónde llegaba su imagen y la parte inferior la resolvió con un planteamiento geométrico. El restaurador tiene que jugar ajedrez con el mural, cada que el jugador mueve una ficha, altera todo el tablero, aquí sucede lo mismo”, expresó Jaime Cama.

Los tonos terrosos de Revolución —una paleta de ocres, grises, cafés, negros, blanco y rojo— han recuperado su brillantez, de tal manera que no pasarán inadvertidos para el visitante.

El canto y la música

Una anécdota en torno a la creación de El canto y la música, refiere que mientras Tamayo lo pintaba para la entonces Escuela Nacional de Música, conoció a la que sería su esposa, la pianista Olga Flores Zárate. Más allá de este relato, dicho fresco también refleja una de las líneas ideológicas de la postrevolución.

En una superficie de 80 m² que se distribuye en los muros norte, oeste, este, así como en el cubo de la escalera del edificio de Moneda 16, Tamayo representó mujeres de rasgos indígenas que gesticulan al cantar y tocan instrumentos populares: guitarras, mandolinas, platillos y clarinetes.

Al momento de la restauración y debido a la aplicación de una resina natural —como parte de una intervención anterior—, el mural presentaba un velo de material ajeno que impedía apreciar las escenas. Luego de efectuar una serie de análisis, se empleó un gel desarrollado específicamente para la remoción de ese material agregado.

“Todo el proceso —anotó Jaime Cama— fue tendiente a recuperar, en lo posible, la misma tonalidad que tuvo originalmente. Hoy tiene un tono mucho más anaranjado del que nos encontramos en su momento. Además, a través de un par de tragaluces que colocamos, se difunde una mayor luminosidad sobre el mural.”

El trabajo de restauración fue mayor en El canto y la música, de tal manera que en su superficie se distribuyeron cerca de dos mil puntos de inyección del adhesivo hecho con cal y proteína de leche. Respecto a la reintegración cromática y dada la existencia de pequeñas lagunas, se decidió mimetizar la intervención, de tal suerte que sólo puede ser apreciada mediante la aplicación de luz ultravioleta.

La atención en este mural contó con la supervisión en campo, en distintos momentos, de los restauradores: Daniel Sánchez, Mariana Colín y Margarita Báez.

Fue así, concluyó Jaime Cama, “que hemos recuperado los dos murales más importantes de la plástica de los treinta, realizados por Rufino Tamayo en inmuebles que están bajo custodia del INAH”, mismos que requerirán de un constante monitoreo para garantizar su preservación.

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