Cultura

Contrapesos en tensión. Homenaje a Manuel Felguérez / IV

En esta cuarta parte, el muralista de “La Ruptura” comparte cómo fue su participación en el Movimiento Estudiantil de 1968 y el difícil episodio que sostuvo con la escritora Elena Garro

Silvia Cherem*

La olimpiada, los intelectuales y la represión

—Hablemos del movimiento estudiantil de 1968. Los intelectuales en general jugaron un rol sustancial, y tú en particular como representante de Artes Plásticas del Comité de Lucha de Artistas e Intelectuales que presidía José Revueltas. ¿Cómo llegaste ahí?

—Fue muy espontáneo. Nos sumamos a los maestros, alumnos y líderes naturales. Un pleito aislado el 22 de julio entre estudiantes de la Vocacional 2 del Politécnico y de la preparatoria privada Isaac Ochoterena,dio inicio a enfrentamientos entre autoridades gubernamentales y estudiantes que día a día se fueron recrudeciendo. El 26 de julio, en un desfile más de apoyo a la independencia cubana, el ejército reprimió a los estudiantes, y un par de días después militares y policías, en franca violación de la autonomía universitaria, rodearon los planteles de la Prepa Nacional y del Politécnico, y dispararon un bazukazo contra las puertas coloniales de la Prepa 1.

No podíamos mantenernos al margen. Los artistas de nuestro grupo teníamos una estrecha relación con la UNAM: Juan García Ponce, nuestro gran amigo y principal crítico, ahí trabajaba; García Terrés dirigía la revista, que además de ser uno de nuestros bastiones fue donde publiqué mis primeros cuentos; y nuestras exposiciones en CU eran frecuentes.

El propio Javier Barros Sierra, rector de la UNAM, en franco enfrentamiento contra el gobierno de Díaz Ordaz, el 1 de agosto izó la bandera nacional a media asta en CU, suspendió las transmisiones de Radio UNAM en señal de luto, y junto con maestros, profesores, alumnos, encabezó una manifestación vestido de dandy a la que nos sumamos los intelectuales. Nunca imaginamos la masacre que vendría después.

Durante agosto y septiembre, los pintores decidimos participar en la protesta de manera más activa. Convocamos a pintar un mural colectivo sobre las láminas acanaladas como de 20 o 25 metros de altura y unos tres metros de ancho, con las que el gobierno había protegido de más ultrajes la escultura de Miguel Alemán, a la que los estudiantes ya le habían volado la cabeza. No teníamos intención de dar un mensaje, sino que cada pintor llegara a CU a hacer su obra como si se tratara de un cuadro más. Con cooperacha compramos botes de pintura, pinceles y el que llegaba, buscaba su huequito en aquel cubo de metal.

—Decidieron también oponerse a la exposición “Solar” que en plena olimpiada pretendía mostrar todas las tendencias del arte mexicano. No aceptaron ni al jurado calificador, ni las bases. En los desplegados tu firma figuró, entre muchas otras, con la de Tamayo, Mérida, Gerszo, Carrington, Cuevas, Gironella, Coronel, Corzas y García Ponce. Aunque las autoridades trataron de subsanar los errores lanzando una nueva convocatoria con otro jurado y ampliando las técnicas, ustedes se mantuvieron renuentes a participar. ¿Por qué?

—Te voy a hablar de mí. No me interesaba participar con 200 pintores porque necesariamente esa exposición iba a ser mala y, como miembro del comité de lucha, no quería tomar parte en una actividad de un Estado represor. La mayoría pensábamos así, pero buscábamos pretextos para oponernos porque a todo el mundo lo estaban metiendo a la cárcel. El último recurso fue argüir que “los premios pervertían al arte”.

Brian Nissen, Kasuya Sakai y yo corrimos la voz con quienes habían pintado con nosotros en CU, de que nos reuniríamos en la galería Pecanins para conformar un Salón Independiente. Como no había tiempo para pintar nada especial, cada artista trajo dos de sus obras e inauguramos el 4 de octubre en la Casa de Isidro Fabela.

Después, en 1969 y 1970, organizaríamos dos salones más ya en la UNAM, cuando esta recuperó su autonomía. El grupo, sin embargo, acabaría por desmembrarse porque jóvenes como Felipe Ehrenberg y Herzúa, entre otros, boicotearon el trabajo y nos acusaron de usar el Salón para promovernos. Varios decidimos irnos —Aceves Navarro, Lilia, García Ponce, Nissen, Gabriel Ramírez, Ricardo Ragazzoni, Rojo, Sakai, Von Gunten y yo—, y los que se quedaron, que solían discrepar de todo, no fueron capaces de continuar.

—Jugaban ustedes también un activo rol político. El 21 de septiembre de 1968, 308 intelectuales —tu nombre figuraba entre los 12 primeros— publicaron un desplegado contra Díaz Ordaz condenando la ocupación de la UNAM. Denunciaban el uso anticonstitucional del ejército, la suspensión de garantías individuales, la cesación de la autonomía universitaria, el ejercicio de medidas represivas en sustitución del diálogo democrático, así como la detención ilegal, arbitraria e inconstitucional de estudiantes, padres, funcionarios y maestros que se encontraban en el centro de estudios en el momento en que fue ocupado por el ejército. ¿Quién redactó esto? ¿Qué respuesta hubo?

—Yo creo que fue Carlos Monsiváis. Respuesta no hubo en principio, luego encarcelaron a todos los líderes de los distintos comités de lucha. Te vas a reír de lo que voy a contarte. Cuando ya se vino la represión fuerte después del 2 de octubre, la mayoría comenzó a esconderse. Como Monsiváis estaba en mi grupo, yo pensaba que él era mucho más notorio que yo y me decía a mí mismo: si agarran a Carlos, yo me escondo. Lo andaba yo cuidando. Fue a Revueltas a quien entambaron y fue por su protagonismo. Sin serlo, dijo que él era el gran organizador del movimiento estudiantil y acabó pagando por ello.

—Sorprenden las declaraciones de Elena Garro después de la masacre en Tlatelolco el 2 de octubre. Decía que “no eran los estudiantes los verdaderos responsables de la agitación contra Díaz Ordaz, sino un grupo de más de 500 intelectuales mexicanos y extranjeros”. Citó a Luis Villoro, Ricardo Guerra, Rosario Castellanos, Enrique Lizalde, José Luis Cuevas, Leonora Carrington, Carlos Monsiváis y también mencionó tu nombre. Afirmó que en una reunión a la que ella asistió, los intelectuales, que eran unos cobardes, manifestaron su propósito de sabotear los juegos olímpicos. Aseguró que vivía escondida porque ustedes trataban de asesinarla.

—Estaba loca. Sus declaraciones nos sorprendieron a todos: a nosotros y al gobierno. A mí hasta gusto me dio que me incluyera. Boicotear “Solar”, no era boicotear la olimpiada. No queríamos participar con el Estado, eso era todo. Nadie la tomó en cuenta: ni nosotros, ni la Federal de Seguridad que jamás la protegió. La volví a ver muchos años después en España y París, pero para entonces ya se le había olvidado lo que hizo. Elena tenía momentos de locura y paranoia; temió que la fueran a apresar y salió a gritar que era la única intelectual de México que apoyó al gobierno.

Obra impermeable al dolor

—Después del tercer y último Salón Independiente en 1970, para el que todos trabajaron con papel periódico, Raquel Tibol escribió que tú te presentaste con “el reloj atrasado”. Decía que tus objetos cinéticos recordaban lo que se hacía una década antes y que quizá “tus problemas personales” te impedían compartir la problemática de un material común y un espíritu colectivo. ¿A qué se refería?

—Supongo que era una crítica muy a su estilo. Mis “problemas personales” eran la enfermedad de Lilia. Se le rompió un aneurisma dentro de la columna, y aunque la operaron en Neurología, quedó paralítica de la cintura para abajo. Estuvo internada tres años en el Instituto de Rehabilitación y, producto de la inmovilización, la operaron siete veces más. Fue muy triste y no tenía yo ni para pagar el hospital. Nunca dejé de trabajar: rehice el plan de estudios de San Carlos, di clases, pinté sin tregua. Traté de vender obra mía o de Lilia, pero nada salía.

El único generoso fue Tamayo que me compró un cuadro. Con Lilia y conmigo, como con casi todos los jóvenes del grupo, tenía una relación muy cercana. Observaba nuestros cuadros con tal minucia que hasta le hacíamos bromas, decíamos: “Míralo, ya está fusilándonos”. Acabé llevándome a Lilia a nuestra casa en San Ángel, murió el 6 de julio de 1974.

—Me impresiona mucho constatar que en tu obra geométrica de aquellos años, no se percibe la tristeza…

—Yo no creo que el arte sea necesariamente el espacio para descargar emociones y mi obra jamás ha reflejado mis estados de ánimo. Mi única búsqueda es estética, sentir placer ante lo que estoy haciendo. Pinto más con la cabeza que con las manos, paso horas observando los cuadros, luchando por alcanzar la forma y el color que busco hasta terminarlos.

En esos años estaba yo muy metido en la geometría, en el espacio múltiple. Kasuya Sakai, Rojo y yo nos habíamos juntado en 1969 en casa de Jorge Manrique con la intención de lanzar un movimiento de arte geométrico en México. Coincidió con que yo entré de maestro a la escuela de diseño industrial de la UNAM y que ese mismo año me contrataron en San Carlos para transformar el plan de estudios.

Estaba ocupadísimo, metido hasta el cuello en el cinetismo y la geometría, estudiando desde las técnicas del constructivismo ruso de principios de siglo, hasta las de Julio Leparc que acababa de ganar la Bienal de Venecia, y mi obra y mis enseñanzas solo correspondían a ello. Retomé los colores de Kandinsky y del Bauhaus, busqué telas sin textura y pintaba con pistolas de aire para lograr cuadros lisos. Luego, de cada plano hacía un relieve de 10 o 15 centímetros, y de cada relieve una escultura y una gráfica. Se llamaba el espacio múltiple porque de cada figura salía una gama de posibilidades.

Octavio Paz, amigo desde tiempo atrás, vio la exposición y me escribió un texto espléndido. Fernando Gamboa la llevó a la XIII Bienal de Sao Paulo y, por lo novedoso, gané el gran premio entre artistas de 54 países, uno de los premios que más satisfacción me ha dado en mi vida.

—Y a pesar del éxito, no te quedaste ahí…

—Nunca me he quedado, si uno se repitiera buscando la aprobación o el éxito comercial, sería uno un artesano de su propia obra. Aunque los elementos personales se repitan hasta el infinito, la obligación del artista es jugársela, renovarse continuamente generando diferentes épocas y momentos.

En mi caso, comencé con la abstracción, para luego simplificar y experimentar solo con blancos, negros y texturas (1960- 1962). Ya en Cornell, en 1966, en una época fascinante, liberé la brocha y cree cuadros abigarrados que me encantan (como el Doctor Caligari). Al regresar a México, leí La Eva futura de Auguste Villiers de l’Isle-Adam, un antecesor de los surrealistas que crea una mujer perfecta a base de maquinaria, y me inspiró para crear cuadros abstractos con tímidas insinuaciones de la figura femenina presa de la máquina (1967-1969).

A comienzos de la década de los setenta, como ya te dije, me clavé en la geometría y el espacio múltiple, y estos conceptos los lleve hasta sus últimas consecuencias inventando teorías y coloridas formas nuevas con el uso de la computadora. Cuando gané la Beca Guggenheim en 1975 logré hacer en Harvard, con la ayuda de Mayer Sasson, un ingeniero en sistemas colombiano, un ideograma personal: más de cuatro mil cuadros posibles, todos diferentes y que solo podían ser míos porque correspondían a los elementos geométricos que yo ocupaba en cantidad y proporción.

A Harvard ya me fui casado con Meche. Ella, más de una década antes, se había divorciado de Juan García Ponce —padre de sus dos hijos—, y de manera natural, porque fuimos amigos de siempre, la vida nos unió. Ella estuvo cerca de Lilia en sus últimos años, y hasta el día de hoy, cuida también de Juan que se deteriora irremediablemente por la esclerosis múltiple.

Tiempo después, me cansé de los cuadros planos y volví a reinventar mi lenguaje retornando a las texturas. A principios de los ochenta, después de un viaje a la India, incorporé además lo orgánico en mi combinatoria de elementos geométricos. Y seguiría “Sol de Sombras” (1987), en la que con base en la teoría del caos, me propuse provocar desorden, manchas casuales para encontrar con la pintura el orden de las formas. Hoy aún me encuentro buscando en la pintura, la escultura y el relieve, la geometría de la naturaleza y el orden matemático. Y como me ha pasado en el amor: lo que me gusta más es lo último, lo que estoy viviendo.

(Próximo lunes, última de parte de cinco)

*Colaboradora invitada

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