Cultura

El estudio de los sueños, ¿Ciencia, psicología y esoterismo?

En esta edición iniciamos esta sección sobre el estudio de los sueños desde un punto de vista objetivo, técnico y científico, pero amenizándolo con un poco de esoterismo, psicología, cuento y ficción.

Dentro de la realidad que vivimos durante el sueño no tenemos limitaciones como ocurre en el estado de vigilia, o sea cuando estamos despiertos. Durante el sueño vamos y venimos en el tiempo, el espacio y en la dimensión en la que habitamos; volamos, traspasamos paredes y no existen las limitaciones físicas que tenemos mientras permanecemos despiertos.

Con frecuencia, cuando nos enfrentamos a problemas difíciles de solucionar, estando ya cansados y sin respuestas, pensamos «voy a consultarlo con la almohada», y al día siguiente, como por arte de magia, nos levantamos sabiendo la respuesta al problema y teniendo clara la solución, ¿coincidencia?

Cierta vez tuve un sueño sobre los problemas que nos traería el Tratado de Libre Comercio de América del Norte; hoy es una realidad que en su momento expresé en un artículo y que próximamente les platicaré en esta misma sección, si es que ustedes la apoyan compartiendo conmigo sus sueños reales o irreales o aquellos que por alguna razón han quedado grabados en sus mentes.

Poderes oníricos

Durante una década de experimentación y estudio en la Villa Piramidal Oasis (localizada en el kilómetro 50 de la carretera Puebla–Oaxaca, en el fraccionamiento Los Cañaverales, Tepeojuma, Puebla, hoy Villa Piramidal Hotel&Spa), un grupo de visionarios, entre ellos el profesor Adolfo Anguiano Valadez, hermano del ilustre pintor Mexicano don Raúl Anguiano; y los doctores Agustín Hernández Romero, Hubert Larcher y Miguel de Vázquez y González, dedicamos esos años al estudio de los sueños y a buscar cómo lograr en el estado de vigilia los poderes que demostramos tener durante el sueño.

Había una vez una bella muchacha que hacía 40 meses sabía que él vivía acompañado de la ausencia y la incertidumbre, por no saber nada de ella. Cuarenta meses que se cumplían hoy.

Cuarenta meses soñándola todas las noches en un intento de traerla de vuelta, 40 meses sin nada de ella. Lo único que conservaba era el sabor de su piel y la dulzura de sentir cómo unas pocas letras eran capaces de resumir todos sus deseos.

También habían quedado un par de álbumes de fotos, de las cuales dos ahora yacían inertes en un sobre cuidadosamente guardado dentro de un libro que ella le había regalado, pero que él, por azares de la vida, nunca había leído, porque pensaba que al leerlo perdería el encanto que suponía existía en ese libro y que le abriría su corazón descubriendo sus más profundos sentimientos encerrados en ese volumen, pero que si al leerlo no era así, sufriría tal desilusión de él, que le apartaría de su sueño y se convertiría en un libro común y su sueño en pesadilla.

Todos los días desde que comenzó a vivir solo, sin ella, lo primero que hacía era comprar una flor y dársela, para ello la colocaba a un lado de su fotografía, cuidando, eso sí, que ella no se enterara que provenía de él. Todos los días una rosa o un clavel, pero cada 16 días un girasol.

Hoy era 16 pero además era día nacional, hoy –se recordó él– le tengo que comprar un girasol, pero también sabía que hoy era un día nacional, día de asueto y que poca gente trabajaría, y eso lo inquietó.

Antes de irse a la regadera, había llamado a varias florerías pero en ninguna de ellas obtuvo respuesta, una no contestó, en cuatro llamaba y no contestaban, en tres respondía una grabadora y en una sonó ocupado y pensó: mientras, me doy una refrescante ducha.

Luego volvió a llamar y una voz femenina le contestó y reconoció que era un buen cliente, por lo que le ofreció mandarle la flor en un taxi porque ella estaba a punto de salir y cerrar la florería. Sin embargo, él titubeó pensando que habría otras florerías abiertas y le permitirían escoger un girasol hermoso, lleno de ese aroma que tanto disfrutaba ella cuando los olía y decidió declinar su sugerencia, al cabo –pensó–, «tengo todo el día para buscar ese girasol», tan especial que él quería para ella.

Imaginaba que al escoger el girasol y tomarlo entre sus manos sentiría el mismísimo placer de tomar entre sus delicadas pero a la vez enérgicas manos a un bebé, tierno y desamparado, protegido eso sí por el amor, dedicación y cariño que se le dedica a un niño y lo hacía sentir que esa flor lo acercaría más y más a ella.

Verónica, se había enrolado en el ejército estadounidense para marchar a Iraq. De origen mexicano era una mujer rolliza y algo pasada de peso al empezar su entrenamiento en Carolina del Norte. De tez morena, baja de estatura y de apellido Hernández, nada que pudiera disimular su ascendencia, pero entregada como buena amazona a demostrarse a sí misma y al resto del regimiento que era tan capaz como el que más, aunque a sus superiores eso no les importaba y la destinaron al regimiento de mantenimiento, que más bien se parecía al de intendencia pero que a ella la hacía sentirse todo una ranger del ejército más poderoso del mundo.

Cuando se embarcó en su odisea, mostraba una amalgama de matices difíciles de desentrañar para quien no la conocía, pero él, que se había convertido en su admirador por su casta, bravura y determinación, sabía que esa coraza era exterior y se podía derrumbar rápidamente cuando salieran a la luz las primeras vicisitudes y contratiempos. Pero ante ella él sólo manifestaba comprensión, aceptación, madurez y resignación, y le demostraba que admiraba a esa mujer que 16 días antes había desposado como su consorte y se habían entregado en su luna de miel a todo tipo de actitudes deliciosas, cariñosas y de amor eterno.

Recordaba que al principio no quería que se enlistara y ese sentir ella lo interpretaba como desconfianza, machismo, celos, todo lo cual atentaba contra su dignidad y su carrera, y tal vez, por qué no, mostraba un poco de envidia y egoísmo por ser ella la que ostentaba el uniforme y la responsabilidad de salvar al mundo de un tirano dictador llamado Sadam Husein.

Salió de su casa y comenzó a buscar el girasol. En las dos primeras florerías que visitó no tenían estas flores; en la tercera encontró girasoles pero éstos se veían viejos y feos. Por fin, en la cuarta florería encontró uno que le gustó. No era muy grande como los que en otras ocasiones había comprado, pero parecía que hubiese sido coloreado delicada y tiernamente, como si alguien se hubiera entretenido en cuidarlo especialmente como un relicario o como una obra de arte desde el momento en que germinó. No era el más hermoso de los muchos que le había regalado, pero sin duda era uno de los mejores que había adquirido.

Después de comprarlo volvió a su departamento, se preparó un café y se sentó displicente a la mesa, encendió un cigarro y se sintió incómodo, primero porque el médico se lo había prohibido, pero más importante aún, porque a ella no le gustaba que él fumase, decía que se debería querer a uno mismo para poder dar cariño a los demás y que se debían de tener agallas y fuerza de voluntad para no dañarse a uno mismo y no perjudicar a los demás. Entonces, él saltó, como si hubiese hecho algo indebido a escondidas y de pronto lo hubieran sorprendido; apagó el cigarrillo, volvió la mirada al retrato que tenía en el sobre, suspiró y… (continuará)

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