Cultura

Las Tres Gracias

En la mitología griega, las Cárites o Gracias, tres divinidades secundarias, de quienes los antiguos esperaban toda clase de prosperidad, eran las diosas del encanto, la belleza, la naturaleza, la creatividad humana y la fertilidad. Generalmente se consideran tres, sus nombres de menor a mayor eran: Aglaya (Belleza), Eufrósine (Júbilo) y Talía (Festividades).
Patricia Elena Blanco Ratti

Las Cárites solían ser consideradas hijas de Zeus y Eurínome, aunque también se decía que eran hijas de Dioniso y Afrodita o de Helios y la náyade Egle. Homero escribió que formaban parte del séquito de Afrodita. La Cárites también estaban asociadas con el inframundo y los misterios eleusinos. El río Cefiso cerca de Delfos estaba consagrado a ellas, y tenían sus propias festividades, las Caritesias o Carisias.

El guante y su historia

Cuenta la leyenda que las tres gracias escucharon los lamentos de Afrodita la diosa del Amor y la belleza que estaba siendo perseguida, en los bosques por el hermoso mancebo Adonis. Cuando él la perseguía la pobre diosa lastimó sus manos con unas espinas. Las tres gracias acudieron presurosas, y para evitar que la hermosa diosa repitiera el percance tuvieron la maravillosa idea de unir unas tiras delgadas y livianas que adaptaron con amor a las manos primorosas de la diosa.

Realmente si diéramos fe a esta leyenda diríamos que las tres gracias fueron las inventoras del guante. Sin embargo, parece ser que mucho antes que los griegos, los habitantes del norte tuvieron la necesidad de cubrir sus manos por los grandes fríos, la nieve, el hielo y los vientos polares.

El gran general ateniense Jenofonte, afirmó que los persas se cubrían la cabeza, y los pies por supuesto, por los grandes fríos hasta que incorporaron también el uso de los mitones.

Todos estos accesorios estaban difundidos en todos los pueblos del Asia Menor, etruscos y egipcios ya conocían su uso.

Para los habitantes del Nilo, los guantes tenían un significado especial, eran considerados atributos para el faraón, a quien se lo suponía de origen divino.

Ya los romanos en los pugilatos utilizaban un tipo de guante que podríamos decir, fueron los que precedieron a los guantes actuales de boxeo. O sea, eran una especie de manoplas, armadas con correas llamadas cestas, las cuales poseían en su interior unas laminillas de plomo para que los golpes resultaran más enérgicos.

Algo que me parece insólito: Cuentan que los romanos usaban una especie de dedales de tela que se colocaban por supuesto en la punta de los dedos a la hora de comer para no ensuciarlos.

Siglo IV

Para los caballeros de esa época, el guante era un signo distinguido, símbolo de elegancia y de casta social.

Edad Media

La armadura de los grandes hidalgos, llevaba incluidas las manoplas de acero. Pero con los refinamientos de los usos y costumbres éstas se transformaron en maravillosos guantes terciopelo, engalanados con piedras preciosas y hasta con perlas.

Al ser sin lugar a dudas un símbolo de ennoblecimiento dado por un rey o un emperador o sea una distinción feudal, la etiqueta y las tradiciones de la época no permitían el uso de ellos a las damas.

En esos tiempos entregarle a un hombre un guante era confiarle un poder, confiarle una gran misión, o tal vez otorgarle un poder.

Recordemos al rey Arturo con sus maravillosos caballeros de la mesa redonda, y los textos del siglo XII donde el “la canción de Rolando” se observa la importancia del guante en esa época.

En este documento se menciona de la importancia de entregar a una persona el guante y el bastón, para dispensarle, sin lugar a dudas, con este gesto la mayor confianza que se le podía dar a un mortal.

Siglo IX

Durante largo tiempo, los guantes fueron prenda sólo para los hombres, hasta los más sofisticados realizados con terciopelos y piedras preciosas eran de uso exclusivo para ellos, para las mujeres estaba prohibido su uso.

Es en esos tiempos o sea en el siglo IX, donde las damas comienzan con el uso del guante, los fabricantes los realizaron de distintas formas y materiales.

Se han confeccionado de toda clase de pieles, badanas y telas. Gamuzas, conejo, cordero, cabrerilla, marta, nutria, perro, lobo, zorro, gato, liebre.

Los nobles y los ricos, llevaban guantes cuyos precios eran fabulosos, a éstos se les colocaba también el escudo de armas, los cuales se engalanaban con maravillosos encajes y finos botones. La historia cuenta que para las mujeres los guantes se adornaban con cintas y trencillas, y que algunos al dorso llevaban rosetón.

Se ha tenido noticia de unos maravillosos guantes confeccionados con piel de perro, que llevaban soberbios botones de oro y se ajustaban a la muñeca con cuatro botones de perlas.

Siglos XII y XIII

Italia, Francia y España compiten y rivalizan, en la industria del guante.

Los fabricantes de guantes llegaron a ser también maravillosos perfumistas y perfumar los guantes que vendían, con exquisitas y exclusivas esencias.

En la España de esos tiempos se perfumaban con aceite de jazmín, ámbar, aceite de cedro, azahares y hasta de rosas.

Venecia

En Venecia fueron célebres los guantes, los fabricaban y también los importaban del oriente, con estupendas gemas. Los guantes del Dux deslumbraban a todos con sus zafiros, sus rubíes, esmeraldas y dibujos inspirados en los encajes venecianos y en las riquezas que Venecia había heredado de oriente.

Catalina de Médicis, María Estuardo y la reina Isabel dieron mucha importancia al uso del guante, y supieron utilizarlo sin lugar a dudas como signo de distinción, lujo y tal vez para otros fines no tan tranquilos y tal vez fuera de lo que podríamos imaginar.

Catalina de Medici
(1519-1589)

En el transcurso de su vida, Catalina tuvo que soportar el desprecio de su riesgo de ser repudiada…

Catalina poseía una de las dotes más ricas y apetecibles de toda Europa, y las arcas francesas estaban en ese momento casi vacías. Catalina se enamoró de Enrique de Valois en cuanto lo vio, pero él sólo tenía ojos, lamentablemente, para la princesa Diana de Poitiers.

A pesar de la inicial infertilidad de Catalina el matrimonio formado por Catalina de Medici y Enrique II, reyes de Francia, tuvo 10 hijos.

Nacida en Florencia el 13 de abril de 1519, quedó huérfana desde la cuna, su madre Magdalena de la Tour d’ Auvergne murió a causa de fiebre puerperal a los pocos días del nacimiento de Catalina, y su padre Lorenzo de Urbino también murió unas semanas después a causa de una enfermedad que lo acosaba hacía tiempo.

Catalina fue criada por Lorenzo de Medici (futuro papa), bajo estrictas y severas normas de educación, si hacía algo mal o alguna desobediencia era castigada con dureza.

Catalina, no era tan bella como las demás pero era una mujer muy culta.

Lo mejor que poseía eran sus piernas. Para ello inventó una manera audaz de andar a caballo o sea estilo amazona.

En las cacerías los príncipes sólo tenían ojos para ella. De allí todas las damas de la corte imitaron a Catalina.

A los 14 años fue comprometida en matrimonio al hermano del delfín de Francia, Enrique de Valois, el futuro Enrique II, (Enrique y su hermano mayor Francisco no habían tenido una vida muy agradable, ya que vivieron en España en calidad de rehenes, a causa de los conflictos que había entre su padre Francisco I y el rey Carlos de España).

El casamiento fue el 28 de octubre en presencia de la corte. Luego hubo un gran banquete seguido por un baile de disfraces.

La fiesta se transformó en una fantástica bacanal llegando hasta la indecencia. Los jóvenes recién casados se retiraron de la fiesta, ruborizados.

Catalina no era bien vista en la corte francesa, por el hecho de ser italiana, pero con su maravillosa inteligencia logró ganarse el favor del rey Francisco I.

En 1536 el delfín Francisco muere a causa del efecto que le provocó beber agua luego de un partido de tenis, se pensó que había sido envenenado, y las sospechas recayeron en Catalina, ya que el agua le fue servida por un copero italiano, pero de que fuera o no Catalina eso quedó en las sombras como un verdadero, misterio.

Luego Enrique pasó a ser delfín de Francia y Catalina delfina y heredera al trono.

En 1547 luego de la muerte del rey Francisco Enrique sube al trono bajo el nombre de Enrique II y Catalina reina de Francia.

Catalina, enamorada de su conyugue

Lamentablemente en el transcurso de su vida Catalina, tuvo que soportar el desprecio de su esposo, a quien ella tanto amaba. Enrique II tenía una amante, Diana de Poiters, una cortesana 20 años mayor que él y que también había sido concubina de su padre, por la que estaba completamente subyugado.

Catalina se torturaba y sufría aún más, enferma de celos silenciosos espiaba hasta los aposentos donde su marido estaba junto a Diana.

Enrique siempre prefirió a Diana antes que a Catalina, y era Diana la que mandaba a Enrique que cumpliera con sus deberes conyugales. Todo ello situaba a la pobre Catalina en una clara posición de inferioridad que le provocó constantes humillaciones públicas durante años.

Pero aquí surgió el verdadero carácter de Catalina: Consciente del enorme poderío de su rival y de su debilidad, nunca se enfrentó con ella y simuló aceptar la situación de subordinación en que su esposo la había colocado, mientras se ganaba el favor de su suegro y de la misma Diana, con la que se mostraba amable y muy sumisa; no en vano era una consumada lectora de su paisano Maquiavelo, y solía decir que no había que sonreír más que al enemigo. Y así, en la sombra, simulaba amistad y afecto sincero hacia su rival, así como aceptación del trío amoroso, fue ganando de esta forma una asombrosa influencia que la lanzaría, más tarde hacia el poder.

Los años pasaban y la pareja no tenía hijos, de modo que Catalina corría el riesgo de ser repudiada. Para remediarlo atacó en dos frentes. Primero procuró que las visitas conyugales fuesen más frecuentes, por lo que cuidó su belleza como nunca: se depiló las cejas, se dilató las pupilas con belladona, se empolvó la cara con polvos de arroz y se pintó los labios. También se dedicó a espiar los encuentros amatorios de su marido con Diana para estudiar las técnicas sexuales de ésta —que, al parecer, la hacían tan irresistible, y, simulando afecto, hasta llegó a pedirle ayuda para que, por el bien de Francia, empujase a Enrique al lecho conyugal.

En la desesperación, Catalina acudió a todos los médicos, magos y curanderos, que le proporcionaron todo tipo de brebajes y recetas.

Por fin, en 1543, tuvieron su primer hijo, al que siguieron otros nueve.

Ella y Enrique tuvieron 10 hijos entre ellos los reyes Francisco II, Carlos IX, y su hijo favorito Enrique III, y también a la bella Margarita de Valois, también Isabel, quien fue reina de España por su matrimonio con Felipe II.

A Catalina se le han imputado varios crímenes, entre ellos la muerte de Juana de Navarra —madre de Enrique, el prometido de Margarita—, quien fue envenenada con unos guantes; y fue la verdadera organizadora de la masacre de la noche de San Bartolomé. Obligó a su hija Margarita a casarse con el rey de Navarra —futuro Enrique IV—, y con eso atraer a los hugonotes —religión que profesaba Enrique— y hacerlos caer en la trampa, los católicos atacaron y asesinaron a todos los que encontraron aquella noche en París.

Luego de aquella masacre quiso envenenar a Enrique —Catalina tenía miedo de que éste heredara el trono, porque se lo había dicho un profeta—, para lograrlo llenó de veneno las páginas de un libro de cetrería, deporte que gustaba mucho a Enrique, y así mientras lo leyera se iría envenenando poco a poco, pero el libro no lo leyó Enrique, sino Carlos, el propio hijo de Catalina, a quien también le gustaba mucho aquel deporte, poco después Carlos falleció.

La costumbre de no tender la mano enguantada, tal vez venga de esos tiempos, donde se utilizaban guantes como medio para desembarazarse de algún enemigo o rival.

Parece ser que se procedía de la siguiente forma, se untaban los guantes con un poderoso veneno que al penetrar en los poros de la mano de la víctima que la tendía, causaba una muerte segura.

Pero quedemos tranquilos, parece ser que, entre verdaderos amigos, no era necesario quitarse los guantes en el momento del saludo.

En la Edad Media no se permitía que las personas permanecieran con los guantes puestos delante de un superior.

Para los hombres de la época, la idea de un reto a duelo estaba siempre asociada a tirar un guante. Arrojar el guante, al rostro de un hombre, significaba una injuria tremenda que sólo se podía lavar con sangre.

Pero también con este gesto de arrojar el guante, se daba a entender la injusticia de alguna condena, de la cual era víctima la persona.

Conrado de Hohenstaufen, lamentablemente tuvo que subir al cadalso, en ese momento y seguramente, sintiendo la injusticia de que era víctima arrojó el guante a la muchedumbre. Quien lo recogió fue Juan de Procida, promotor tiempo después de las Vísperas Sicilianas.

Guantes Litúrgicos

El uso del guante llegó a su apogeo a fines de la Edad Media. Los guantes litúrgicos, que eran parte de los ornamentos que se le entregaban al nuevo obispo en su consagración, se comienzan a usar antes del siglo XII, éstos llevaban en el dorso un espectacular bordado en hilos de oro que representaban una cruz, un cordero pascual, un monograma, o el símbolo elegido relacionado al culto.

En nuestros tiempos

El guante ha perdido la importancia que tenía en otros tiempos, ha quedado ya realmente el uso del mismo sólo para protegerse del frío, y para la práctica de algunos deportes que así lo exigen.

A principios de siglo XX ninguna persona con buena educación salía a la calle sin guantes.

El origen de la acción de quitarse los guantes, para saludar como hemos visto viene de la época medieval y su significado era el de confianza ya que el hombre que mostraba sus manos desnudas hacía ver que estaba desarmado, que era confiable y demostraba su amistad, y por supuesto que no trasmitiría ningún veneno.

Al saludar en la calle, un caballero debe de sacar su guante de la mano derecha para saludar, lo correcto sería que las señoras también, pero mis queridas damas de esa actitud están excusadas. Y debemos recordar que no se saludará a una persona de mayor jerarquía con el guante puesto.

Los hay hoy día también de distintos materiales, como de piel, de cuero, de telas coloridas sintéticas, de lana para atuendos informales, o sea de calle, sólo para protegerse del frío.

La mujer, con trajes de etiqueta, en reuniones de gran gala, puede llevar guantes largos, elegantes, confeccionados con la tela del mismo vestido, lucen maravillosos cubren el antebrazo y parte del brazo, se confeccionan recamados con hilos dorados y piedras de fantasía.

Sin lugar a dudas, los guantes dan un toque de elegancia, en casamientos, recepciones, entierros, misas y bautismos.

Para las mujeres las reglas permiten algunas excepciones, especiales respecto de los hombres, como permanecer cubiertas en sitios cerrados, o sea con sus sombreros puestos, con los guantes no hay excepción.

Los guantes, sean cortos o largos, de vestir, utilizados con traje de noche, siempre se quitan para comer; aunque sean de encaje o de cualquier otro modelo, material o diseño.

Recuerdo a mi abuela cuando salía de paseo en verano por la calle Florida, y yo era muy pequeña, la veía salir con sus guantes de encajes de verano, negros o blancos, con su sombrero y cartera. Qué linda, qué elegante. Bueno, esos tiempos pasaron, ahora los usos y costumbres son otros, la moda va y viene, y todo vuelve. Así que veremos qué sucede con el tiempo, y nuestros guantes…

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