Especial

De imperio a fábrica, la metamorfosis del Dragón Chino

Nissan anuncia una inversión de 1.3 mil millones de dólares para una nueva línea de producción en China; Sharp prevé triplicar en los próximos tres años su planta productiva en China; Intel decide invertir 100 millones de dólares para construir en Shangai una línea ensambladora para microprocesadores Pentium 4; Dell traslada sus instalaciones industriales para construir computadoras personales de Kuala Lumpur a Xiamen.

Declaraciones como las anteriores aparecen cotidianamente en la prensa de todo el mundo y el establecimiento de las anunciadas inversiones tiene lugar en diversas localidades a lo largo de la costa china. Este panorama está propiciando un fenómeno en plena efervescencia: la continua migración de la actividad manufacturera desde diversas latitudes hacia China. Es un dramático proceso de relocalización productiva que si sigue al mismo ritmo, en un plazo poco mayor de diez años puede transformar al otrora país del Imperio Celeste en el mayor polo industrial del planeta, una especie de enorme fábrica en la que se produce de todo a escala masiva.

El fenómeno puede catalogarse como reciente, pues en la primera mitad de los años noventa, las encargadas de atravesar los confines alguna vez prohibidos de la Gran Muralla eran sobre todo las multinacionales de largo consumo. Acudían a China a producir camisetas, pequeños utensilios, juguetes, relojes, zapatos y muy diversos artículos de escaso valor añadido, aprovechando lo barato de la mano de obra local. El objetivo era producir o transformar mercancías con bajos costos, destinados al mercado internacional y poco a poco también al mercado doméstico.

Pero al paso de los años las cosas han ido cambiado sustancialmente. Casi al mismo tiempo que el vertiginoso crecimiento económico del país también la habilidad productiva de los chinos ha ido constituyendo un verdadero gigante. El paradigma productivo chino ha podido por lo tanto ampliarse a manufacturas de elevado valor añadido y la gama de artículos producidos se ha ampliado en forma significativa, y llega incluso a los bienes de consumo durables.

Así, en forma paulatina, también multinacionales de la electrónica, de la informática y del automóvil, entre otras, han dado vida a una segunda migración fabril hacia China. Esta masiva traslocación de actividad productiva ha permitido a Beijing atraer en el último lustro alrededor de 40 mil millones de dólares de inversión al año. Una cifra colosal sin parangón alguno para la que han contribuido de manera decisiva las compañías estadounidenses que han estado abandonando progresivamente sus anteriores bases productivas asiáticas de bajo costo, como Indonesia, Tailandia, Malasia y Filipinas, para establecer anclas en China.

Más recientemente, el fenómeno se extendió a países como México, que ha visto cómo empresas aparentemente consolidadas en territorio nacional han decidido emprender el vuelo hacia Oriente.

Toshiba y Matsushita han ido a China a fabricar televisores. IBM y Dell computadoras, Motorola teléfonos celulares, Sony playstation e incluso discos compactos, no obstante el riesgo de hacerlo en un país en el que nueve de cada diez CD presentes en el mercado son pirata. De hecho, para las multinacionales japonesas localizar su producción en China se ha transformado en casi una obsesión.

¿Por qué China?

Existen diversas razones que explican por qué los gigantes de la industria mundial están apostando por establecerse en China, la primera de ellas –que además es aquella que atrae a la mayor parte de las empresas extranjeras que deciden meter pie en tierra del dragón–, puede interpretarse como fundamentalmente de naturaleza psicológica. China es el país que está registrando desde hace varios años la más elevada tasa de crecimiento económico a escala mundial –al menos si se considera a países a partir de dimensiones medias–. Además, dispone de un mercado doméstico que después de decenios de raquítico poder adquisitivo, está paulatinamente adquiriendo dimensiones atractivas.

Con el reciente ingreso chino a la Organización Mundial del Comercio (OMC), el país se está empeñando en abrir el propio mercado a la penetración de sociedades extranjeras después de decenios, por no decir siglos, de absoluto aislamiento, lo que conlleva a un aumento del atractivo ejercido para un amplio crisol de compañías abastecedoras de bienes de consumo anhelados desde hace mucho tiempo por millones de compradores con cada vez más recursos.

Adicionalmente, el gobierno chino tiene mucho que ver en este fenómeno, pues está realizando hasta lo imposible por atraer al país las inversiones extranjeras que al crear fábricas y puestos de trabajo, contribuyen a mantener una estabilidad social siempre más amenazada por el progresivo aumento de la desocupación en las grandes ciudades, verdaderos polos de atracción de habitantes provenientes del ámbito rural del extenso país.

Para los estrategas de las multinacionales, es impensable quedar fuera del rumbo que parece destinado a ser la nueva Lancashire del siglo XXI (en la primera mitad del siglo XVIII en la ciudad inglesa estaban en funcionamiento más máquinas industriales que en el resto del mundo).

Tener presencia en China de cualquier manera, quizá solamente con un escritorio y un número telefónico, se ha convertido actualmente en un imperativo para todos, incluso para las pequeñas y medianas empresas de muchos países. Este miedo a quedarse fuera de esta nueva “fiebre del oro” explica por qué actualmente el 80 por ciento de las grandes multinacionales ha establecido de alguna manera presencia en China, y por qué en ese país existen cerca de 395 mil empresas con capital externo total.

Evidentemente, existen ventajas competitivas que el país ha conquistado en los últimos años respecto de sus competidores naturales de Asia, América Latina y Europa del Este.

Preocupación macroeconómica

Pero como todas las grandes transformaciones, la que está llevando a China a eventualmente convertirse en la mayor plataforma manufacturera del mundo tiene un reverso de la moneda. Si bajo el aspecto microeconómico el irresistible imán de Beijing como capital absoluta de la industria mundial es un hecho positivo para los grandes capitales porque reduce los costos de producción de las empresas aumentando sus utilidades, bajo la óptica macroeconómica es un hecho del que los países desarrollados deben preocuparse seriamente. La concentración de la manufactura en China conlleva al menos dos grandes riesgos: el primero es la excesiva dependencia de la economía mundial de un país como China, que más allá de toda consideración o prejuicio, es una nación en plena transformación en todos sentidos, con una profunda transición política y social de la que no es fácil prever resultados, y donde, por lo tanto, en un futuro pudiese suceder cualquier cosa, incluso una imprevista desestabilización que pondría en riesgo las cuantiosas inversiones internacionales.

Además, la gran migración industrial hacia China podría transformarse en una evidente amenaza para los niveles de ocupación no solamente en las llamadas economías emergentes, sino también en los países ricos, aquéllos de donde provienen las empresas inversoras en China. Estos países de por sí se encuentran inmersos en problemas de desempleo. ¿Cuál será el destino de los trabajadores –y de las poderosas opiniones públicas nacionales– de las comarcas industriales que fabrican automóviles, electrodomésticos, muebles, zapatos, computadoras, etcétera, si el epicentro de todas estas gamas productivas se encuentra en el futuro al interior de la Gran Muralla?

Países que nos están viendo

ALIANZAS