El protocolo exige: primero a los varones y después a las damas, ¿por qué? Hace apenas 100 años, en la exposición de París de 1900, bautismo de la Torre Eiffel, reunión de los monarcas más importantes del mundo, de aquellos tiempos que hoy son fantasmas, el zar de Rusia y la zarina, el káiser y su esposa, Felipe José y Sisí, Carroll de Rumania y su amante madame Le Cook, el rey de Italia Emmanuel y su esposa, Alfonso XII, entre otros; los varones invitaron a sus damas por primera vez a fumar y tomar café, a pesar que 100 años antes George Sand fumaba, tomaba café y vestía pantalones.
El café se sirve primero a los caballeros porque las damas en agradecimiento a esa decisión, por el hecho de habernos otorgado la libertad de beberlo, ceden esa cortesía a ellos.
En una situación en la que la dueña de la casa está sin servicio, la ceremonia para servir el café es la siguiente:
A su derecha, la dueña de la casa tendrá la mesa rodante; para servir el café, mirará con amabilidad al caballero que tiene a su derecha, puede ser de mayor edad o de mayor jerarquía: “Pedro, ¿cuánta azúcar te pongo?” (el protocolo indica terrones). Contestación: “Dos terrones”.
Entonces, la dueña de casa colocará los terrones con la pinza y luego el café que pasará al caballero, que colocará la taza sobre la carpeta de su posaplato.
Luego girará la cabeza a la izquierda (donde estará sentado el caballero de menor edad o jerarquía) y dirá: “Emilio, ¿cuántos terrones de azúcar te pongo?” Contestación: “Ninguno”. Pregunta: “¿Edulcorante?” Respuesta: “Tampoco” (jamás en polvo ni líquido, siempre en pastillas).
Servirá el café y de inmediato quitará la cucharita del plato y la pondrá sobre la bandeja que tiene a su derecha, porque será inútil que deje la cucharita.
Nunca la taza de café puede ir del centro de la dueña de casa a la izquierda, sino que sigue la siguiente trayectoria dirigiéndose al primero de su derecha.
Con suma amabilidad dirá a Pedro: “Eres tan gentil de hacerle llegar la taza a Emilio” (que es el primero y el más joven que tiene a su izquierda), así llegará sin que nadie se levante de la mesa.
La tercera de las tazas es para su marido, a quien no preguntará nada porque conoce su gusto. Pedro, que es el primer caballero a su derecha, la hará llegar a su destino. La cuarta taza para la señora de mayor edad o jerarquía de la mesa, la quinta taza para la dama más joven de la mesa. Y la última para la dueña de casa, con ese manejo se conoce a la dama de cuna, y de ahora en más lo somos todas.
Revista Protocolo