Un lugar donde convergen la tradición prehispánica y la colonial con la modernidad de una ciudad
Por Alejandro Barragán
La Plaza de la Constitución es considerada la más importante de México y su imagen es un símbolo de la nación mexicana hacia el extranjero.
En el centro de la Plaza de la Constitución se localiza el asta bandera en donde todos los días se realiza la ceremonia militar de izamiento de bandera; a su alrededor se puede encontrar de frente la Catedral Metropolitana, a un costado el Palacio Nacional y la Suprema Corte de Justicia, frente a la Catedral se localiza el Palacio de Gobierno del Distrito Federal.
Este sitio ha recibido varios nombres: Durante el virreinato se le denominó Plaza de Ánimas o Plaza Mayor; y casi al final Plaza de la Constitución, en honor a la promulgada en Cádiz en 1812. Actualmente es conocida como Zócalo pues durante muchas décadas permaneció al centro el basamento o zócalo de un monumento a la independencia, mandado a construir por el presidente Antonio López de Santa Anna.
A partir de 1524, cuando la ciudad comenzaba a poblarse, los conquistadores españoles, por decreto de Hernán Cortés, recorrían a caballo y armados la Plaza Mayor para exhibir y enfatizar su poder militar frente a los indígenas en desfiles denominados “alardes”.
Posteriormente las fiestas ocuparon el lugar principal en la Plaza Mayor. Dichas festividades podían ser de carácter religioso o para celebrar victorias militares, alianzas realizadas por la corona española así como bodas o nacimientos de la familia real.
Asimismo, la Plaza Mayor fue escenario de ejecuciones públicas de criminales y asesinos las cuales eran presenciadas con asombro por los habitantes de la ciudad. Antes de su ejecución el reo era paseado maniatado a lomo de mula por las calles aledañas a la plaza para exhibirlo mientras un pregonero voceaba la sentencia, azotes, horca o decapitación, y las causas de la misma.
Por otra parte toda la plaza estaba dedicada al comercio, existían tres secciones bien diferenciadas: al oriente, techados con petate y armados a base de carrizo, un conjunto de puestos más o menos ordenados los cuales vendían principalmente alimentos y al que se llamaba “Mercado de Indios”; al centro, “El Baratillo”, mercado popular donde se vendían herramientas, cerámica, ropa y calzado, y se intercambiaban artículos usados o robados; y al poniente, el asiento de los comerciantes españoles, llamado “Parián”, nombrado así por un mercado de Manila, Filipinas, archipiélago del cual provenían muchos productos.
La Plaza Mayor cambió su fisonomía a principios del siglo XIX, gracias a varias mejoras impulsadas primero por el virrey Revillagigedo, y luego por el virrey De Branciforte. Se retiraron la horca y la picota, y se construyeron fuentes, así como una rotonda elíptica. Allí se colocó, en 1796, una estatua ecuestre de madera, obra de Manuel Tolsá, en honor al rey Carlos IV. En 1803 se sustituyó por la escultura definitiva, conocida como El Caballito, también de Tolsá. Actualmente dicha escultura se encuentra junto al Museo Nacional de Arte en la calle de Tacuba.
El siglo XX y el estallido de la Revolución Mexicana convirtieron al centro de la ciudad en una plaza de la célebre entrada de los caudillos Emiliano Zapata y Francisco Villa así como de la entrada triunfal de Francisco I. Madero como presidente electo en 1911. Asimismo, las calles del centro histórico fueron testigos de la aprehensión y ejecución de Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez en la llamada Decena Trágica.
En la actualidad el Centro Histórico es un referente turístico e histórico de la ciudad de México; durante el día es un importante centro comercial en donde puede encontrarse vestidos de novia, juguetes, joyería, uniformes escolares y un largo etcétera. Además es un centro de reunión donde se hallan restaurantes, museos, hoteles, cantinas, pulquerías, así como lugares para disfrutar de la vida nocturna de la ciudad de México en un lugar donde confluyen la tradición prehispánica y la colonial con la modernidad de la ciudad.
Revista Protocolo
